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Amabilidad

La amabilidad debería ser contagiosa. Puede que esta frase os resulte un tanto absurda o ridícula. Pero yo, a veces, pienso en ello.

Este verano, uno de mis días de vacaciones, salí con mi hija de compras, a hacer algunos recados. Aprovechando que habíamos cambiado su dormitorio, teníamos que comprar algunas cosas que nos hacían falta. Entramos en tres comercios, de distintos tipos. En los tres sitios las dependientas (casualmente, eran todas mujeres) fueron muy amables. En uno de los casos, la mujer (de unos 50 años) me demostró que lo que yo estaba buscando no era lo que necesitaba y me explicó cuál era la mejor opción para lo que yo quería. Por desgracia, su opción se subía bastante de mi presupuesto y no pude hacerle una compra. Pero salí de allí satisfecha, por el buen trabajo que hizo la dependienta, asesorándome. Otra de las dependientas no tenía lo que buscábamos, pero con toda amabilidad nos indicó un establecimiento cercano, de la competencia, donde sí vendían lo que queríamos.

Tras acabar la  jornada de compras, mi hija me dijo: – vaya, mamá… hoy hemos tenido mucha suerte; todas las dependientas han sido muy amables… Y yo pensé: – ¿acaso no debería ser eso lo normal? A mi parecer, todos los dependientes deberían ser amables… ¡qué menos!

Yo trabajo de cara al público y nunca dejo de decir un “buenos días”, un “buenas tardes”, un “gracias”. Es una simple cuestión de respeto y educación. Claro que tengo días malos, pero no dejo que eso influya en mi trato hacia los clientes. Y eso que también hay clientes déspotas y maleducados; pero, a pesar de ello, tengo que ser amable. Si yo no tengo lo que buscan, no dudo en decirles dónde pueden conseguirlo (si lo sé, claro). No me importa mandarles a la competencia. Aunque no gane dinero con ello; gano un cliente. Porque si le resuelvo el problema, él queda satisfecho. Y yo también. He de decir, con cierto orgullo, que muchos clientes me han felicitado y agradecido mi amabilidad. Y eso me hace sentir bien, porque si un cliente se va contento, ese cliente vuelve. Y a una se le hace más llevadero su trabajo.

Si tú sonríes, la gente te sonríe. Si eres amable, serán amables. Es así de sencillo y todos deberíamos ponerlo en práctica. ¿Cuántas veces os habéis encontrado con un dependiente altivo, seco, huraño y hasta desagradable? Esos que piensan que están ahí para hacerte un favor y te hacen sentir como si les debieses algo. Yo conozco varios establecimientos atendidos por gente así, y descarto ir a ellos. Me niego a que una mala cara o un mal gesto me amargue algunos minutos de mi vida.

Así que, por favor, pongámoslo en práctica. Seas tú el que esté delante de un mostrador o el que está detrás. Saluda al entrar y al salir. Da las gracias. Sonríe. Y, ante todo, por favor… sé amable. Así nuestra vida diaria podría ser mucho mejor…

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