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Genética femenina

“Eres ancha. Qué se le va a hacer. Tendrás que vivir con ello…”. Así, como un puñetazo en el estómago, como un ladrillo en la cabeza. La inevitable aceptación de la mayor vergüenza y miseria de las féminas de nuestra generación: SER ANCHA.

Sesiones de gimansio interminables, restricciones continuas y sobre todo mucha culpa. ¿Por qué mis caderas, mi cintura y mi pecho no se transforman a pesar de mis esfuerzos?, ¿por qué me toca a mí esto? Culpa, reproche, culpa y más culpa. La mirada siempre atrás, hacia las nalgas, como un perro buscándose el rabo, y la mirada de mujer que ama y siente perdida en el pasado cercano.

La genética es caprichosa. Quizás nuestra madre fue morena y nosotras seamos rubias, pero también es posible que nuestras madres no tuvieran caderas y nosotras las tengamos. También es posible que nuestro cuerpo cambie, que se adapte a las circunstancias de nuestra vida. No siempre somos activos, no siempre tenemos energía en una sociedad que nos exige dar el máximo en todo momento. Y, quizás, no siempre nos apetezca “hacer sin parar”.

Nacer con unas determinadas características parece marcar nuestro camino en la vida. Listos y menos listos, gordos y delgados. O eres uno u eres otro y seas lo que seas te llevas una etiqueta pegada a la espalda que te creará contracturas y que te costará mil cursos y terapias para llegar al nirvana de la aceptación. Pero quizás no se trate de aceptación porque, cuando hablamos de aceptar, parece que estamos asumiendo que efectivamente, esa etiqueta que nos pusieron al nacer, marcándonos como a una res, es necesariamente un atributo negativo. Ahora bien, ¿quién determina qué etiquetas son positivas y qué etiquetas son negativas?, ¿no sería mejor aprender a simplemente ser en vez de trabajar la aceptación?

Cada cuerpo y cada mente es distinto. Aprender a ser en nuestras propias carnes  y confiar en que la genética hizo siempre lo mejor por ti, por tu supervivencia, por tu evolución. Aprender que la sociedad en la que vivimos crea conceptos que van en contra de los preceptos de la genética, que hay mujeres de todo tipo y que perder el tiempo en nuestra imagen es perder tiempo en utilizar esa capacidad que tenemos de gestión y organización, esa maginífica visión periférica que nos hace únicas para muchas cosas, esa sensibilidad que hace que podamos convertir en arte hasta el hecho de freír un huevo. Prestar demasiada atención a lo que simplemente es, y que además es posible que no debiera cambiar, es un insulto a la lucha de tantas mujeres que dedicaron sus vidas a que nosotras podamos optar a un puesto de trabajo, una cuenta bancaria o que podamos decidir  cómo, cuándo y con quién nos relacionamos. Es un atentado contra el sufragio universal y, sobre todo, es un atentado contra nuestra felicidad.

Sin fotos y sin comparaciones vamos a aprender a buscar en nuestro interior lo que realmente nos hace vibrar, lo que realmente hace que nuestra mirada brille. Vamos a descargar los hombros del peso de toda esta información que aparece en la red, hablar abiertamente de nuestras tallas y de nuestros complejos, porque somos mucho más que eso. Vamos a seguir desarrollando nuestro lado femenino en toda esa materia gris que sigue aún intacta y dejar que esa copa de vino que compartimos a la luz de las velas quede como uno de los mejores recuerdos. Ahí, donde tiene que estar: en nuestras nalgas.

 

Foto: Xi Pan

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