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Cómo metí la pata ayer por WHATSAPP

Ayer el whatsapp y mi despiste me jugaron una mala pasada. Invité sólo a mi madre y a dos de mis hermanos a comer, los que no tienen hijos pequeños o no los tenían este fin de semana, porque estaba cansada después de una semana horríbilis y no me sentía con fuerzas de pasar de seis comensales a catorce.

En lugar de explicar así mi decisión, grabé un mensaje de voz sólo para el interesado -las otras invitadas estaban conmigo- instándole a que viniera “discretamente”. Pero en realidad utilicé por error el canal del grupo familiar y mi estrategia artera quedó a la vista de todos, para ser reproducida tantas veces como desearan, con mi consiguiente sonrojo y mala conciencia.

Escrito así no es para tanto, diréis. Pero sí es un aviso que te recuerda el peligro de las redes sociales sobre todo para los espontáneos, impulsivos o fatigados con el dedo tonto (soy tres en una). También que cuando las familias crecen a veces hay que trocearlas, como he hecho estos días con un encargo laboral que de una pieza se me antojaba correoso e impracticable.

Solo que en mi familia nunca hemos sido de trocear… Nos gusta ser Una, Grande y Ruidosa. Así que aún me siento un poco culpable por mi pecado. (El “discretamente”, por cierto,  ha sido lo que más ha molestado”, me hicieron saber. Y no descarto ser conocida en adelante con el sobrenombre de “V. la Discreta” o “Adivina quién no viene a comer este sábado”). Y ya estoy trabajando  en distintas fórmulas de compensación para los agraviados que de paso limpien mi mala imagen. Por ejemplo, el modelo Letizia the Queen:  esperar y abrirles la puerta del coche cuando lleguen, sonriendo con rictus de “no sabéis lo que os adoro, chatines”, o “aquí paz y después gloria”.

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