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El deseo viaja en autobús

El amor viaja en autobús, entre señoras malhumoradas que hace tiempo que no besan.

Es un hombre de unos cuarenta. Iba a llamarle chico pero en casa me regañan por imprecisión. “Chico en todo caso es hasta los treinta, luego ya pasa a viejo”. Bien, diré que es un guiri flaco, desgarbardo y con traje barato que viaja en autobús. Su piel transparente y sus ojos claros lo delatan. También su silueta:piernas largas, hombros estrechos y un corte de pelo estilo Beatles más obra de la desidia que del peluquero. Lleva puestos unos cascos conectados a su teléfono y habla muy alto. Su voz, sin embargo, es suave, de cadencia lenta. Una caricia estilo BBC a las ocho de la mañana.

-¿Tienes sueño, verdad? Ayer terminamos muy tarde. Tenemos que colgar el teléfono más antes. Pero me gusta tanto oír tu voz que me pasaría la noche suzurrando…
-?????
-Ayer estuvo bonita. Adoraré tu gorro y tu vestido.
-?????
-Ya verás que yo te quito el mal humor. Soy dulce y te voy a cuidar.

Al tipo, seguramente inglés, no parece importarle que su conversación se escuche alto y claro en todo el autobús, que ha enmudecido. Cuando un hombre te dice que es dulce y te va a cuidar, lo normal es que te abandones, que te dejes hacer. Un hombre Balay es un ejemplar en peligro de extinción. Y esas mujeres del autobús están cansadas, agotadas de rutina y nubarrones domésticos, y miran al hombre como a un extraterreste al que las barreras del idioma convierten en un ser aún más adorable que aprecia tu gorro y se dispone, cual superhéroe del amor, a apaciguar tus iras y hasta tu melancolía.

Por la noche subo a un taxi. Es un macho español, de unos cincuenta. Habla a gritos a un teléfono en el salpicadero del coche, conectado a sus orejas grandes y carnosas por un pinganillo:

-Ya te he dicho que hasta las diez no estoy en casa. Llevo un servicio y luego tomaré algo con Manolo.
-????
-Ya empezamos. He pasado un día de mierda y tú sólo piensas en la tortilla de patata.
-????

-Y qué más da si se enfría. ¡La tortilla se toma fría, coño!

El hombre o más bien la mujer ha colgado. Ahora me mira por el retrovisor. Me cuenta que ha estado más de una hora esperando coger un cliente y que cuando al fin le llegaba su turno, va otro taxista y se le cuela. Me dice que le ha gritado, pero sin éxito. Me detalla las circunstancias del puesto de espera. Un hotel con entrada de un solo carril. Me dice que su vida es una mierda, que encima llega a casa y su mujer le humilla. Que sus dos hijos están en el paro. Que antes tenía un negocio, “una tienda de repuestos”, pero que la crisis se lo ha llevado por delante como un vendaval.

-Y perdone que me desahogue con usted. Es que tiene una cara muy dulce y se parece a la Sharon Stone.

Cuando un hombre bruto y herido te confunde con una diosa, y son las diez y las ojeras te llegan hasta el suelo, le perdonas en primera instancia que deje a su parienta tirada con la tortilla de patata. Y dos minutos después, ya en el ascensor, imaginas lo bien que le vendría a ella una llamada del guiri del amor, suzurrándole al oído. Y entiendes que los grandes negocios de la humanidad empiezan por ahí. PONGA UN HOMBRE BALAY (“te hace la vida más fácil, recordad el claim) EN SU VIDA.

O, mejor aún: EL AMOR VIAJA EN AUTOBÚS. Deja que pase tu parada y olvídate de la tortilla, mujer cansada.

P.D. “Adoraré tu gorro y tu vestido” es lo más parecido a una declaración de eternidad. Tomen nota, caballeros.

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