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Eres mi abuelo

Porque formas parte de aquella definición con la que cualquier persona con suerte e infancia puede exhalar un suspiro. Porque la he tenido. Porque he tenido la suerte de conocerte. La suerte de coincidir contigo, de disfrutar de ti y de la grandeza que se ha escondido en la sabiduría de tus palabras, en el cariño de tus caricias.

Y es que, a veces, incluso has sido más padre que mis padres, más hermano que cualquier hermano y más amigo que el mejor de ellos. Porque tú, con la experiencia de los años a tus espaldas, has vivido como quien se da cuenta de lo imprescindible de la vida, como quien se ha percatado de que no hay mayor razón de ser en el mundo que la de estar  aquí para sentir las mejores emociones del alma.

Porque me has querido incondicionalmente, con todo el orgullo que te ha permitido sentir tu corazón. Pero no me refiero a ese orgullo que actúa como colesterol, taponando las arterias e incapacitando el corazón. No, no. Me refiero a ese orgullo que has sentido por mí, a ése que te ha llenado la boca de halagos en tantas ocasiones y te ha empapado las mejillas de lágrimas en tantas otras. A ése orgullo es al que me refiero, al que pocas personas son capaces de sentir de corazón. Al orgullo de un abuelo.

Eres tú. Y como tú no hay dos, ni tres, ni cincuenta. Ni si quiera eres la categoría gramatical en la que cualquier otro padre de padre pueda sentirse identificado. No señor. Y tampoco entras dentro de la definición de “abuelo” de Wikipedia. Me niego a que entres en cualquier categoría o definición en la que otros puedan compartir espacio contigo. Porque tú eres tú: único, inmejorable e irrepetible. Y es que cuántos padres de padres habrá. Pero cuántos pocos abuelos como tú.

Y cuántas veces me has cuidado. Y no me refiero al cuidado que puede ofrecerte cualquier otra persona que sepa sostener una cuchara, cambiar un pañal y cantar una nana. No. Me refiero al cuidado “con cuidado”. A la atención que una persona es capaz de dedicarle a otra con la disponibilidad de todos sus sentidos. Me refiero al cuidado de quien de día te ama con todas sus fuerzas, y de noche sueña con que tus sueños se cumplan. Al cuidado que no entiende la palabra sin el “dado” final. Porque lo has “dado”. Lo has “dado” todo para que yo, a día de hoy, sea como soy, como querías que fuera, como querías que yo quisiera ser.

Porque tú eres tú: único, inmejorable e irrepetible. Y es que cuántos padres de padres habrá. Pero cuántos pocos abuelos como tú.

Y no hay palabras. No existen. No puedo encontrar los sustantivos, adjetivos o verbos perfectos que puedan llegar a describir lo que has significado para mí. Y perdóname. Perdóname por encajar en el papel de nieta, aunque tú no pudieras definirte como el resto de abuelos. Perdóname por ser la “típica” hija de hija de padre. Perdóname por no ser excepcional contigo, por no haber sabido agradecerte todos los detalles que deberían haberme hecho estremecer el alma en cada momento en el que se produjeron. Perdóname por apreciar las cosas con retraso, por duplicarles el valor después de haber sucedido, por acordarme de ellas ahora y empapar este papel a deshora, mientras mis ojos se cierran y mi imaginación te recuerda.

Quiero volver a esos momentos. En los que me preparabas todas aquellas cenas que no entraban en mi dieta, con todos aquellos ingredientes que escogías de forma tan especial. O a esos otros, en los que cenando os preguntaba sobre vuestras vidas, vuestros recuerdos, indagando en ellos cual entrevistadora del corazón. Quiero volver. Volver a sorprenderme con vuestros comentarios inesperados y repentinamente ingeniosos, con esos consejos salpicados por una época distinta y esos otros actualizados a golpe de programas y realities de televisión.

Quiero volver.

Pero volver a darte las gracias. A daros las gracias. Y es que esto va por los dos. Porque eres mi abuelo, y también eres mi abuela. A cada cual más único y especial. Quiero volver a daros un beso y a salir por la puerta diciéndoos que “no os quiero” como señal de lo mucho que realmente lo hago.

Quiero volver a sentirme “la típica” nieta.

Y es que, aún siéndolo, ya no soy tan típica por el hecho de haber tenido unos abuelos tan únicos como vosotros.

Pero más que gracias a vosotros, gracias a la suerte: por haberos puesto en mi camino.

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