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Extraescolares

Hace unos días leí un artículo donde debatían sobre los deberes. Es un tema al que se recurre con cierta asiduidad, sobre todo en esta época de la vuelta al cole.

A la pregunta “¿deberes: sí o no?” yo respondería ambas, pero con matices.

No sería un “no” tajante ni un “sí” rotundo.

Pero, al pensar en ello, vino a mi mente otro tema similar, del que se habla menos pero a mí me parece muy importante: las actividades extraescolares.

Tema peliagudo. ¿Es beneficioso o perjudicial? Depende…

Yo estoy a favor de las actividades extraescolares cuando son un divertimento para los niños, cuando pueden ampliar sus conocimientos y formación (fuera del horario escolar) haciendo algo que les gusta.

Estoy en contra de que se les cargue de actividades extraescolares obligatorias sin tener en cuenta sus gustos y preferencias.

Las actividades extraescolares no son una obligación y, sin embargo, muchos padres apuntan a sus hijos a una cantidad frenética de actividades. Unos, por pura comodidad, como solución a tener a sus niños en algún lugar mientras ellos trabajan; otros porque consideran que si no ocupan todo su tiempo libre, serán unos niños mediocres. Y, en el peor de los casos, quieren que se dediquen a sus vocaciones frustradas; si a ellos les hubiese gustado tocar la guitarra y nunca aprendieron, quieren que sus hijos aprendan aunque tengan el mismo oído para la música que un pez globo

Pero los niños tienen que ser niños cuando les corresponde, disfrutar como niños, hacer cosas de niños y hasta aburrirse como niños. No hay nada como el aburrimiento para fomentar nuestra imaginación y para conocerse a uno mismo.

Cuando mi hija empezó la etapa escolar, sin haber cumplido aún los tres años, decidí no apuntarla a ninguna actividad. Consideré que ya el hecho de comenzar el cole era suficiente cambio en su vida. Y tenía por delante muchas cosas que aprender. Ya sé que los niños absorben todo y cuanto más pequeños más rápido y fácilmente aprenden. Pero, a esa edad, los niños todavía no son conscientes de sus propios gustos y a mí, sinceramente, no me apetecía imponerle los míos a mi hija.

Cuando creí que era un buen momento para “empezar algo”, pensé en la natación. Un ejercicio muy completo. Le pregunté si quería ir a aprender a nadar y me dijo que sí. Así que esa fue su primera actividad extraescolar. Y única. Me parecía suficiente, una hora de ejercicio un par de tardes a la semana.

A lo largo de estos años hemos probado distintas opciones y me han costado más de una discusión con el padre de la criatura. Después de un par de años de clases de natación, le cambiaron de monitor y con la nueva profesora perdió el interés y decidió que no quería seguir, porque ya no le enseñaban nada nuevo y se aburría.

La siguiente opción fue el patinaje. Otra actividad que le gustó mucho, pero que acabó en el mismo punto muerto. En cuanto dejaba de aprender cosas nuevas, empezaba a desmotivarse. Su padre lo consideraba una decisión caprichosa. Yo la consideraba normal y, en cierto modo, comprensible.

Luego vino el teatro y la pintura. Otras dos actividades que le entusiasmaron. Aunque la primera la dejó al cambiar de colegio; pero la segunda sigue, con ganas e ilusión, porque ahí sí es un aprendizaje continuo, en el que ella misma ve sus progresos y eso le hace ilusión. Y eso es lo que me a mí me gusta, verla ilusionada con algo. No quiero obligarla a hacer algo sin pasión. Al fin y al cabo, la vida es eso… apasionarse con lo que se hace. Y debemos tocar muchos palos antes de saber cuál es el nuestro…

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