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Lucía Carballal, una dramaturga atenta a la actualidad de lo ambiguo, lo sutil y lo íntimo

Reivindico la capacidad de los personajes femeninos para contar los problemas de todo el género humano.

Lucía Carballal es la dramaturga española del momento que ha llegado para quedarse. Y lo es porque en enero de 2018 estrenará “Una vida americana” en el Teatro Galileo de Madrid y porque acaba de publicar la obra de teatro “La Resistencia” en la editorial Acto Primero con gran éxito entre lectores, profesionales y críticos. Obra que pudo escribir gracias a la beca artística del Teatro Pavón Kamikaze. Una autora que se ha formado en Madrid, Barcelona y Berlín y que hace dos años estrenó con mucho éxito “Los temporales” en el Centro Dramático Nacional dentro del prestigioso programa “Escritos en la escena”.

Antonio Hernández (AH) – Ha escrito “Una vida americana” cuando usted ha vivido en Madrid, Barcelona y Berlín y, después de muchos años, ha vuelto a Madrid ¿no le hubiera resultado más fácil escribir “Una vida europea”?

Lucía Carballal (LC) – [Inicia la respuesta con una risa franca y sincera] Pues sí. Es verdad que nunca he vivido en Estados Unidos, pero ha tenido mucha influencia sobre mí porque cuando yo era pequeña mi madre tuvo durante muchos años una pareja que era norteamericano. En parte, me crié con un estadounidense en el Madrid de los años 80.

Ese es el germen de la obra. En el que se plantea el viaje de una familia del barrio de Tetuán, un barrio popular de Madrid, que hacen un viaje a Estados Unidos en busca del padre perdido. Un hombre que abandonó a su mujer y a sus dos hijas veinte años atrás.

Se cuenta el viaje y el reencuentro con ese hombre para al final hablar de una familia de mujeres. Mujeres fuertes que en realidad no le necesitan o que han podido hacer su vida sin él, pero que sienten que hay una herida que quedó abierta. De alguna manera, este viaje es una oportunidad para sanar esta herida, para seguir adelante.

Sobre todo, me interesaba contar como podría confluir el mundo español con la fantasía americana. Estados Unidos sigue siendo un país que vinculamos mucho a la fantasía y a los sueños, a la oportunidad de cambiar nuestra vida, de empezar otra vez. Hay una cita de Baudrillard que me gusta mucho que dice que América vive en el presente perpetuo. Un país que no tiene origen o un origen demasiado cercano e inexacto. Un país que está construido sobre el presente y sobre el futuro.

AH – ¿Cómo la ha construido a usted ese viaje que ha hecho Madrid-Barcelona-Berlín-Madrid?

LC – Para mí ha sido muy importante viajar y haberme formado en sitios distintos. Me fui de Madrid a Barcelona con 21 años. Estuve allí tres años. Luego he vivido 5 años en Berlín y he vuelto a Madrid hace unos años. Ahora tengo 33 años.

Cuando estás fuera tienes que aprender a sobrevivir porque eres la nueva o eres la extranjera. Más allá de todo lo que he aprendido del teatro en otros lugares, sobre todo he aprendido a relacionarme con mi trabajo desde un sitio de mayor valentía, porque las circunstancias son mucho más duras y tienes que relacionarte de otra manera con el medio en el que estás, a hablar sin complejos de tu trabajo porque te cuesta más llamar la atención de los demás.

Siempre digo que cuando volví de Alemania hace unos años sentía que volvía de la mili. Fue casi como un entrenamiento. Es una sociedad que me fascinó, me enamoró, además, adoro el idioma, pero es una sociedad dura que exige mucho esfuerzo. Eso curte mucho y cuando he vuelto sentía que estaba preparada para sacar adelante mi trabajo aquí, en mi idioma, en mi ciudad. Es una experiencia que me ha ayudado.

AH – A Barcelona fue a estudiar dramaturgia ¿pero se fue a Berlín a trabajar en teatro?

LC – En Berlín también estudié Escritura Escénica en la Facultad de Dramaturgia. Luego trabajé durante un tiempo en gestión cultural, es decir, al otro lado de la barrera, y al mismo tiempo escribía.

En la Facultad de Dramaturgia de Berlín tuve contacto con autores alemanes y de todo el mundo que iban allí a presentar sus trabajos. Fue más una etapa de formación. Aunque escribí textos que enviados desde allí tuvieron su repercusión en España. Dos se estrenaron en Madrid y Barcelona mientras yo vivía allí. Otro, “Mejor historia que la nuestra”, ganó el Accésit del Premio Marqués de Bradomín y se representó cuando vine. Fue como un tiempo de siembra para lo que luego he hecho aquí posteriormente.

AH – Pasó por la Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid, acabó dramaturgia en Barcelona ¿por qué hay que seguir formándose?

LC – La escritura teatral es un terreno infinito, nunca termina. Es un oficio en el que no puedes decir que ya lo sabes todo. No nos movemos en un ámbito de conocimientos finitos.

Claro que hay unas herramientas que sí que creo que hay un momento en el que puedes decir que ya las tienes, pero es muy importante seguir formándote para seguir cuestionando lo que ya sabes.

También creo que es interesante para un autor el encontrarse en situaciones en las que uno se vuelve a sentir torpe. Esas situaciones te las encuentras muchas veces en los talleres. Eso te permite entrenar músculos nuevos cada vez. Hace ya tiempo que dejé mi época de cursos, pero cuando tengo tiempo intento seguir participando en talleres por ese motivo.

AH- ¿Se planteó la beca que recibió del Teatro Pavón Kamikaze como un taller o como una investigación?

LC – La verdad es que no. Cuando surgió la oportunidad de la beca lo tomé como ellos la ofrecieron. Ellos lo que querían era apoyar económica e institucionalmente la carrera de un autor de tal forma que ese autor se pudiese concentrar en la escritura de un texto y pudiese vivir durante un tiempo gracias a esta beca. Que se pudiera dedicar solo a escribir.

Me lo tome así. Siempre hay un componente de investigación en todo lo que hago, pero para mí fue un tiempo para escribir un texto que quería escribir.  Un texto que se llama “La Resistencia”.

Me lo tomé como un trabajo estrictamente profesional. Hay otros trabajos en los que sí puedes decir me voy a tomar todas las licencias. Voy a investigar. Voy a ver qué sale. Pero en este caso quería hacer un texto en el que poder concentrar todo lo que he aprendido y con el que estoy muy contenta.

AH – Tanto los compañeros de profesión como la crítica dicen que es uno de los mejores textos de los últimos años

LC – La verdad es que es un texto que ha tenido muy buena acogida. He tenido un feedback extraordinariamente positivo. A mí me alegra esta acogida porque he hecho un trabajo muy honesto.

Cuando haces una obra con plena honestidad y sinceridad, haciendo realmente lo que te da la gana y se acoge tan bien, la satisfacción es enorme. Se está premiando tu propia libertad y tu desfachatez, por decirlo de alguna manera.

A veces, desde la creación se puede tender a pensar en qué se tiene que hacer para que le guste a este o al otro. Creo que ese es el camino incorrecto. Creo que la clave está en ser muy sincero y escribir aquello que solo tú puedes escribir, de la manera que solo tú puedes hacerlo. Fui muy radical en ese sentido y me alegra mucho la reacción que se está produciendo.

AH – ¿”Escribir lo que crees que debes escribir y hacerlo como tú solo sabes hacerlo” es para usted la definición de honestidad artística?

LC – Para mí sí. La honestidad artística es algo muy importante de la que a veces hablamos poco. Cuando las cosas empiezan a ir bien y se comienzan a representar tus textos se habla poco de lo que pasa en la cabeza del autor.

Se produce una paradoja. Te llaman porque les gusta lo que has hecho. Y tú piensas que para seguir gustando tú tienes que seguir haciendo lo que has hecho hasta ahora.

Es una cuestión interesantísima. El ser humano está cambiando constantemente. La clave para seguir ofreciendo textos originales y vibrantes es ser fiel a los cambios y a como crecen en ti intereses nuevos.

Me ha pasado lo mismo con “Una vida americana”. El productor Miguel Cuerdo, de LAZONA, me dijo que escribiese lo que me diera la gana, y le fui muy obediente [lo dice con gracia y picardía].

Espero que el público pueda ver que la misma autora ha podido hacer dos textos tan sumamente distintos como son “Una vida americana” y “La Resistencia”. Es lo que dice [el crítico] Marcos Ordóñez. Que son textos muy distintos en los que se puede ver una cierta identidad común.

AH – ¿Habiendo vivido en Berlín qué dramaturgos la han influido o le interesan?

LC – En Berlín conocí el trabajo de autores magníficos como Marius von Mayemburg, Roland Schimmelpfenning, Dea Loher. Esta última me gusta especialmente. Mis compañeras de generación Sasha Marianna Salzmann, Daniela Janjic, Olga Grjasnowa y Mathilda Fatima Onur son autoras muy relevantes para mí. Compartí con ellas la facultad, y el Berlín más teatral y más político. Ahora son autoras consagradas allí.

También me interesa mucho el teatro británico contemporáneo con Simon Stephens y Dennis Kelly. Son autores que yo he conocido en Berlín donde son grandes estrellas y se representan en los teatros públicos más grandes. Los alemanes han sabido encontrar la poesía y el vuelo escénico de esos textos que a veces clasificamos erróneamente como puramente realistas.

También me interesa mucho lo que hacen actualmente Alfredo Sanzol, Pablo Remón, Pablo Messiez y Víctor Sánchez Rodríguez, que además es el director de “Una vida americana”. Todos ellos han entendido muy bien este territorio entre la libertad creativa, lo genuino y lo valiente desde el texto y la capacidad para conmover a mucha gente.

Ese territorio, que se podría llamar intermedio, creo está permitiendo que se produzca un nuevo tipo de teatro.

Quizás hace unos años se hablaba más de un teatro comercial, mainstream, para todo el mundo y otro alternativo, difícil de ver, etcétera. Pero ahora hay un terreno entre medias en el que yo quiero estar, también junto con otros autores como Denise Despeyroux o Carolina África o Paco Bezerra.

AH – Sanzol habitualmente tiene una idea que trabaja con los actores y luego escribe ¿es ese también su proceso creativo?

LC – En mi caso es complicado. Soy autora pero no dirijo. Él escribe y dirige y, por tanto, ese proceso es posible. Sin embargo, yo lo intento. La mayor parte de mis obras las ha dirigido Víctor Sánchez, con quien tengo una relación muy trabajada desde hace muchos años. En algunas ocasiones hemos podido hacer este trabajo juntos.

Un ejemplo de ello fueron “Los temporales” que se creó para el Centro Dramático Nacional dentro de su programa Escritos en la escena, en el que precisamente nos pedían esto.

De todas formas, creo que es fundamental estar lo más atento posible al trabajo del actor. Yo me meto en el trabajo de los actores todo lo que puedo y todo lo que me dejan. Cuanta más información tengo sobre los actores que van a representar el texto, el director que lo va a dirigir, cómo va a ser la escenografía, etc., más lejos puedo llegar.

AH – He leído que de los profesionales que más ha aprendido para su oficio han sido los actores ¿ha interpretado o estudiado interpretación?

LC – Aprendes de los actores y de los directores. En general, de la gente con la que trabajas. Mis grandes maestros han sido mis compañeros de trabajo. Trabajando es cuando aprendes qué es el teatro.

No he sido actriz nunca. Empecé con 14 años en el teatro asistiendo a clases de interpretación. Entonces era adolescente y aquello fue para mí una vía de acceso al teatro porque ni siquiera era consciente de que se pudiera escribir teatro. Pero rápidamente entendí que existía una carrera profesional de dramaturgia. Y en cuanto lo entendí, yo me dije que lo que quería hacer realmente era escribir teatro.

AH – ¿Pero usted comenzó a estudiar filología?

LC – Sí, empecé a estudiar Hispánicas. Pero al año siguiente pasé a estudiar dramaturgia en la RESAD por las mañanas y Ciencias Políticas por las tardes. Al cabo de dos meses casi me ingresan por estrés. Tuve que tomar una decisión y elegí dramaturgia.

AH – ¿Y se arrepiente?

LC – No, para nada. Es mi vocación. La vida siempre tiene complicaciones, pero la falta de vocación no es la mía.

AH –¿Cómo se dio cuenta de que la dramaturgia era lo que le interesaba? 

LC – Cuando yo tenía 18 años estaba en un grupo de teatro. Ese año la profesora dijo que en vez de hacer un clásico quería hacer una obra escrita por nosotros. Un compañero, Manuel Velázquez, y yo levantamos la mano indicando que la podíamos escribir nosotros.

Fue mi primer estreno. Es verdad que se hizo en un entorno amateur de teatro universitario, pero lo cierto es que se representó en muchos auditorios llenos de gente.

Escribimos una comedia y fue la primera vez que me encontré con un público que se reía y se emocionaba con lo que habíamos escrito. A raíz de esta experiencia es cuando decido dejar filología y estudiar dramaturgia.

AH – ¿Su compañero también sigue escribiendo obras de teatro?

LC – No. Él se ha dedicado más a la escritura de guiones cinematográficos.

AH – Entonces ¿cómo trabaja?

LC – Estoy muy atenta a la realidad. Leo mucho de sociología. Y al mismo tiempo, intento conocerme mucho. Busco el momento en el que lo que pasa “ahí fuera” y lo que me pasa a mí, a un nivel muy íntimo, es lo mismo. Esa resonancia es la obra. Después hay que encontrar la manera adecuada de contarla. Me interesa mucho el arte contemporáneo. Pienso que los artistas más locos y los más raros son los primeros que empiezan a oler cuáles van a ser las transformaciones del mundo. Como a ellos me interesa anticiparme a las cosas que van a pasar, las cosas que se van a decir.

Creo que la actualidad es muy engañosa. Parece que un tema, por el simple hecho de ser actual, es relevante, y eso no siempre es así. La actualidad es a menudo un relato único, ya construido gracias a los medios de comunicación o redes sociales.

Si me aproximo a esos temas, intento deconstruir esos relatos para abordarlos desde otro sitio. Me interesa sobre todo la emoción. Mi teatro es más de emoción que de pensamiento, aunque el pensamiento se transmite a través de la emoción.

Toco todo tipo de temas. No tengo temas fetiche, aunque tengo cierta predilección por los universos familiares y por los personajes femeninos. Tengo la sensación que todavía quedan muchas mujeres por contar, que no se ven en la ficción. Por lo que cada vez estoy más focalizada en personajes femeninos. No es una decisión que haya tomado conscientemente, es un reivindicación casi natural.

AH – ¿Pero desde el siglo XIX parece que las grandes novelas las protagonizan mujeres?

LC – Sí. Es verdad. Pero también existe la conciencia de que los protagonistas masculinos transmiten mejor los temas universales, como si el hombre fuese el género neutro. Por ejemplo, como si el problema laboral de un hombre fuese el problema de todos los seres humanos. Sin embargo, cuando planteas una protagonista femenina en un entorno de trabajo parece que solo hablas de los problemas laborales de las mujeres. En este caso se acercan y te preguntan si la obra es femenina o para mujeres. Yo reivindico la capacidad de los personajes femeninos para contar los problemas de todo el género humano.

AH – ¿Qué tipo de personajes femeninos le interesan?

LC – Me interesan todos los personajes femeninos. Ahora se habla mucho de escribir personajes femeninos fuertes. Sin embargo, a mí también me interesan las mujeres frágiles y especialmente las mujeres vulnerables. Mujeres que están luchando, no como heroínas, sino desde las dificultades que todos los seres humanos tenemos para afrontar la vida.

AH – ¿Piensa que ahora somos más vulnerables que en el pasado?

LC – Ahora tengo 33 años y recuerdo el mundo de los 90 [del siglo XX] como un mundo más sólido. En el que sin las redes sociales ni la precariedad laboral que hay ahora, se construían modelos de vida un poco más estables. El individuo estaba más sostenido, o al menos tenía la sensación de que estaba más sostenido.

Ahora somos más individualistas. De hecho el mercado nos exige que seamos cada vez más genuinos, más marca, capaces de hacer las cosas solos. En este sentido, sí que creo que nos hacemos más frágiles.

La oportunidad que tenemos es la de establecer vínculos nuevos. Quizás no sean esos vínculos familiares obligados y para siempre de antes. Quizás tampoco sean esos contratos indefinidos que nos animaban a tener un mismo trabajo para toda la vida. Tenemos que ver las nuevas maneras de establecer colectivos y relaciones de confianza entre nosotros que sean acordes a los tiempos que vivimos.

AH – Ha dicho que le interesaban las familias, ¿está investigando como se pueden crear familias en el mundo actual?

LC – Sí. De hecho en “Una vida americana” se habla de una familia descompuesta por la ausencia del padre pero que de alguna manera se ha recompuesto de una forma especial. Una familia de mujeres sin la figura del padre. La obra habla de todos esos nuevos modelos de familia que estamos estableciendo.

Trato de legitimar desde la ficción nuevos relatos familiares. Con las nuevas formas de familia que hay en la actualidad, como los matrimonios homosexuales, familias monoparentales, familias construidas entre personas que no tienen ningún vínculo familiar, se está generando un nuevo territorio para la ficción que se va a seguir explorando.

AH – ¿Por qué teatro frente al cine, la televisión o las series?

LC – La verdad es que desde hace dos años he hecho pequeñas incursiones tanto en el cine como en la televisión. Todavía no se ha materializado nada, pero este mundo es así.

Pero en ellos he empezado a explorar esos nuevos territorios. Precisamente la nueva televisión, con el modelo norteamericano de series de calidad de la HBO, bebe muchísimo del teatro. De las buenas situaciones, de los diálogos de calidad, de personajes que tienen un recorrido más largo.

Es verdad que llevo 13 años escribiendo teatro y siempre va a tener para mí algo de irrepetible. Todo viene del teatro. Es el origen de la narración y de la ficción como la conocemos. Nunca podré dejar de hacer teatro, aunque buena parte de mi cabeza esté puesta ahora mismo en el audiovisual.

El teatro se hace con muy pocos medios, comparado con el cine y la televisión. Los dramaturgos somos capaces de contar una historia que conmueva con dos intérpretes una mesa y una silla. Algo que cualquier producción de televisión, de esas que cuestan varios millones por episodio, lo valora cada vez más.

Me gustaría contribuir al desarrollo de universos en el que estos mundos se alimentaran unos a otros y facilitase el trasvase de profesionales entre los medios. Que no fueran departamentos tan estancos.

AH – El otro día la dramaturga Yasmina Reza en el Teatro Pavón Kamikaze hablaba de tener el control sobre la representación de sus textos ¿cuál se su opinión?

LC – Es un tema muy difícil. Creo que es positivo para el texto y para el espectáculo que el dramaturgo esté presente en las decisiones más importantes.

Esto es muy polémico y mucha gente dirá que no tengo razón. Pero el autor es el que mejor conoce su manera de escribir. Por tanto, sabe qué tipo de director o actor es el más adecuado para defender de la mejor manera su texto. Lo sabe porque lo ha probado muchas veces con equipos muy distintos.

Creo que es positivo escuchar al autor en decisiones como el tipo de perfil actoral para la obra o la escenografía. El autor tiene derecho a ser escuchado, a opinar y a colaborar. Al mismo tiempo, tiene la obligación de aprender a escuchar a los demás.

Me gustaría que nos dejaran de tener miedo. No queremos imponer nada, no queremos decir a los demás lo que tienen que hacer o que lo que decimos sea mejor, pero nuestra opinión es valiosa.

En el caso de Yasmina Reza, cuyos textos se están representando por todo el mundo, es difícil tener esa participación. Pero mientras te muevas en un contexto local, con acceso a un equipo vivo, creo que se deben facilitar esos canales de comunicación. Cuando la comunicación es fluida el resultado, por mi experiencia, siempre es positivo.

AH – ¿Quiere esto decir que va a dar el salto a la dirección?

LC – De momento tengo la suerte de haber trabajado con directores como Víctor Sánchez o Francesco Carril con los que estoy muy contenta. Mientras tenga directores a mi lado de los que pueda aprender, creo que no voy a dirigir, porque no tengo una vocación clara de ser directora. Es algo que me gustaría probar más adelante. Pero por ahora tengo un perfil claro de autora.

AH – Pero, cuando escribe, ¿piensa cómo debería ser la puesta en escena?

LC – Para un autor, terminar dirigiendo es un camino muy natural porque cuando escribes piensas en un tipo de temperatura y de emoción que la representación debería tener para que el texto se transmitiese de forma que debería transmitirse. A veces, uno piensa que es la persona más adecuada para llevarlo a cabo. Por eso considero que es un camino natural y que más tarde o más temprano un dramaturgo acabe dirigiendo.

Sin embargo, mi experiencia hasta ahora con los directores ha sido positiva y muy fructífera. Se aprende mucho de la lectura que aporta un director. Del conflicto o la complementariedad de su lectura y la mía. Si se encuentra al director adecuado, esta sigue siendo la mejor fórmula.

AH – ¿También trabaja con los actores? ¿Hace trabajo de mesa con ellos?

LC – Sí, sí. Amo a los actores. Los actores son la clave. Un buen actor, un actor inteligente, es el que te hace las mejores preguntas. Son los que te pueden dar, sin saberlo, las mejores claves sobre tu texto.

Cristina Marcos, la protagonista de “Una vida americana”, me ha hecho unas preguntas sobre su personaje que han resultado ser un máster sobre escritura para mí. Es una mujer con mucha experiencia, que ha hecho personajes muy distintos y ha trabajado con directores muy diferentes, que desde el respeto del texto, que sé que siempre le gustó, me dijo esto, esto y esto no lo entiendo. Y con eso me dio las cuatro claves que luego hicieron que en la reescritura el texto se amplificase.

AH – ¿Sigue reescribiendo la obra cuando estás en proceso de montaje?

LC – Siempre. Soy un poco obsesiva de la reescritura.

AH – ¿Qué exigen sus textos para ser puestos en escena?

LC – Mis textos exigen capacidad para comprender la ambigüedad. Me muevo en territorios que están entre varios géneros, que tienen varias lecturas.

Para que esto salga bien se necesita un productor inteligente que sea capaz de entender que no es fácil ponerme una etiqueta como autora. Un director que tiene que hacer una lectura sutil sobre lo que está escrito. Y, sobre todo, actores con mucha verdad. Mis textos requieren actores con mucho trabajo interno, mucho trabajo emocional. No funcionan con actores externos, con puestas en escena externas, hechas para lucirse. Mis obras tienen que ver mucho con lo íntimo.

Luego intento que sean textos interesantes para escenógrafos creativos. Vengo de una familia de arquitectos. El espacio y la imagen son importantes para mí. Intento plantear escenarios suficientemente ricos para que el trabajo con el director y la puesta en escena sea muy sugerente intentando huir de los lugares comunes.

AH – ¿Hecha en falta alguna pregunta en esta entrevista o en otras que le hayan hecho y que cree que se le debería haber hecho?

LC – Solo una ¿cuándo se estrena “Una vida americana”? [responde entre divertida y bromeando, mostrando su capacidad para el humor]

AH – ¿Y cuándo se estrena? [pregunto siguiéndole el juego]

LC – El 25 de enero de 2018 en el Teatro Galileo de Madrid. [responde riendo]

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