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Resiliencia

El punto más álgido del optimismo.

¿Qué es lo que hace que una persona que ha perdido a su hijo siga adelante?
¿O que la chica que ha perdido al amor de su vida, consiga volver a sonreír?

Hoy, este texto, va por ellas.

Por aquellas personas que han conseguido sobreponerse a situaciones en las que salía por nuestra boca: “Si a mí me pasara eso, no sería capaz de continuar”. Para aquellas personas que han sobrevivido al dolor extremo de situaciones traumáticas, que han sacado aquella fuerza que va más allá de todo lo que algún día habíamos creído que podría con nosotros.

Porque esta fuerza y capacidad de superación es, para mí, el punto más álgido del optimismo. Porque el mérito de un optimista está en sonreír cuando las cosas no podrían ir peor. En esforzarse hasta niveles amargos, en continuar avanzando cuando sienten que la vida es demasiado cara para que “valga la pena”.

Una persona con una admirable resiliencia es aquella a la que se le perfila un esbozo de sonrisa en los labios y la dibuja casi con dolor. Cuando el alma, en su máximo momento de martirio, obliga a la razón a no quedarse sin motivos para continuar hacia adelante. Cuando el superviviente que existe en él se ve obligado a comprar un poco de egoísmo para avanzar.

La persona resiliente es aquella a la que no sabes qué decir ni cómo consolar, porque sabes que, por muy empático que seas, eres totalmente incapaz de ponerte en su situación y de entender si quiera un atisbo del dolor por el que está pasando. Son los grandes sabios de la vida. Y no, para mí, la sabiduría no tiene nada que ver con la inteligencia. Una persona sabia es aquella que ha sentido mucho, que ha vivido intensas emociones y ha aprendido de ellas.  Y aunque no hay mayor e indeseable situación que una traumática, si ha pasado por ella y es aún capaz de ofrecer esperanza y desprender alegría a quien le rodea… que alguien le dé YA, por favor, la cátedra de la Vida.

Esa persona debería ser el psicólogo de psicólogos. Y es que no hay dolor que no sea capaz de entender, ni emoción que no haya sentido. Ésos son los resilientes valientes, aquellos que se han atrevido a viajar por todas sus emociones, incluso las que dolían. Aquellos que han abierto las puertas a todo tipo de miedos, de sentimientos desconocidos. Aquellos que se han sentido desamparados ante extrañas sensaciones y, aún así, han decidido apostar por la vida. Estos héroes nunca eligieron serlo a desgracia de sufrir en tal exceso y profundidad. Y es que lo que han sentido, ha sido tan hondo que, en la penumbra de tales profundidades, ha habido momentos en los que no han encontrado palabras ni vocabulario que se acercara a definir lo que sentían.

Tú puedes ser un héroe sin haber pasado por ello. Empezarás a serlo cuando seas consciente de que no necesitas darle la bienvenida a la resiliencia para valorar la vida con las ventajas con las que se te presenta. Serás un héroe cuando valores lo que tienes por lo que te ofrece, nunca cuando lo valores por miedo a que te falte. Cuando vuelvas a conectar con la esencia de lo verdaderamente importante.

Cuando, con todo el aprendizaje que llevas a tus espaldas, te des cuenta de que necesitas recuperar el espíritu de cuando eras niño. Eso es, volver a sentirte niño de por vida. Y es que era entonces, cuando menos parecía que sabías, cuando en realidad más comprendías. Era cuando magnificabas las cosas y cuando la sonrisa de quien te estaba mirando era tu mayor alegría. Cuando sostenerte de pie era tu mayor triunfo, y cuando un cuento con final feliz era la mejor forma de despedir el día.

Era entonces cuando nosotros, pequeños exagerados, le dábamos la importancia que verdaderamente tenían las cosas. Cuando incluso, sin ni siquiera saber formular una frase sin sentido, éramos capaces de otorgarle el sentido real y percibir la importancia de cuanto nos rodeaba. Con muy poco tiempo de vida estábamos, sin embargo, en el momento más sabio de nuestra vida.

Una persona que pasa por una situación dramática y dolorosa, a la que se le rompen todos los esquemas, se le da la oportunidad de empezar de nuevo y de reestructurar todo su bagaje espiritual. Es entonces cuando, si lo consigue, recupera el espíritu de niño, connecta con la vida de otro modo y se aleja de lo prescindible.

Y es que día tras día se nos habla de una tal crisis económica. Sin embargo, yo creo que existe una mucho más fea y preocupante que nos perjudica mucho más que la primera. Se trata de una crisis espiritual. Y ésta no entiende de dinero, pues suspendió en economía. Sin embargo, sí que entiende de valores. Y a veces, cuanto más se recupera una, más cae la otra.

Cada vez que descuidas lo que quieres, estás atentando contra tu vida. Por lo tanto, aléjate de lo prescindible si lo imprescindible no te falta.

Que la resiliencia de una de las personas más optimistas que conociste, no tenga que advertirte de las ventajas de tu vida. Y que con cada uno de sus “DISFRUTA”, no se te derrame una lágrima que caiga a imperiosa velocidad por el peso de los remordimientos. Remordimientos por reconocer que no valoras, en cada minuto de tu vida, lo más importante de ella.

Por eso, hoy va por ellas. Por esas personas que han puesto sonrisas, en sitios que a los demás nos parecían imposibles.

La Subasta de mi Vida

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