Aleja de ti los dientes del miedo que te trituran sin cesar.
Hasta que no sueltes la última gota de sangre
en los juegos del azarbe
con todo su ejército de virus;
mientras vivas el rencor de otras —mujeres, hombres,
señales, preguntas— plagas sobre una piel de ave
—ese yunque negro aplastándote la espalda—,
yo no entraré en tu reino de caricias.
Porque el fango enturbiará lo poco o lo mucho que te quiero.
Avísame cuando hagas sitio,
no me mezcles con las notas de tus viejas melodías
o no entenderás los cambios de mi música.
Abre la cancela del ratón de las sombras.
Déjalas ir.
Pronto se aburrirán de verte alegre
y escurrirás charcos de agua por tu nueva vida.
Hazme caso. Déjalas ir.
Teresa Iturriaga Osa