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Cueva y altar

 

He plantado mi piedra bajo la sombra del drago, altar de asclepias recién nacidas, entre tallos pelados de hojas. Tiemblan pensando que no sobrevivirán a la risa de su esqueleto.

Vierto gotas de ceniza del volcán, abono los restos devorados con oro, incienso y mirra. Mezclo pasiflora y me ovillo en una manta de detritus, almohada de nudo umbilical, germen disperso, falso azahar sobre orugas.

Duermo el vacío en forma de riñón abrazada al desamparo, alubia blanca cercana a la raíz de la amapola, murmura días, sésiles ciclos.

Y aunque naces en la oscuridad, nada me detendrá para desfogar tu luz. Al salir de la cueva, mil olas de adnada paciencia. Aceite esencial para estirarle la corola al ocaso. A su debido tiempo.

Teresa Iturriaga Osa

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