Observar a menudo me lleva
a instantes que no parecen del todo míos. Son un regalo de la vida que contento dentro,
en un corazón arrepentido
por un robo consentido sobre algo invisible
para asesorarlo en la memoria.
Tocar, frecuentemente, se me asemeja un acto ajeno,
casi desde la piel del extraño
que me mira altivo en el espejo a diario
y a quién prometo no conocer
más que en contadas ocasiones.
Rememorar es siempre un acto de fe,
un abismo de neblinas
que oculta velos de miedos y decepciones, momentos de fracasos y rencores
convenientemente doblados sobre sí mismos.
Amar se ha tornado un riesgo mal calculado,
un escalofrío por la espina
que hace brotar la inseguridad mal curada, de lastres aún presentes en los tobillos.
Es un mar de olas agitadas y aguas oscuras, insondables,
que amenazan con engullir
al pequeño ser en el que ahora me he convertido.