Para que no se me cayeran los anillos
—tenía los dedos tan finos de esperar—
me fui a buscar
entre lo que la flor y nata llama
la basura
y encontré más de tres tesoros, muchos más.
El primero me dio en la frente y borró
los archivos de las meninges
que estresaban el corazón de la bondad, luego,
un puñado de inquietudes siguió la estela
de los buenos augurios.
Torciendo la espalda,
cuesta arriba,
compré una habitación con vistas
sobre el barranco del olvido
y lancé por mi ventana unos cristales feng shui,
quería alumbrar las chabolas,
la parálisis
cromática de mi universo natural.
Dos aves. Dos.
No sé cómo llegaron hasta casa,
pellizcaron el tedio,
activaron con su risa los registros akáshicos,
el bermellón lacre
de mi aura vibró…
Notas musicales de cante gitano,
ojos verdes montados
en una jaca andaluza, una guitarra,
vértigo en las tablas,
piedra y lumbre, viento y agua,
ruido de arena, puro cinabrio.
Todo vivía allí
desde hacía siglos…
Y yo sin enterarme
del renacer bajo las cuevas,
fui alcanzando mi meta,
sin venganza,
sin guarnición de hojas, a pelo.
.
Teresa Iturriaga Osa, Andra Mari, abril 2023.
Foto/ Maite Del Río