Te han rechazado tantas veces
que has perdido la fe en la cuesta del suspiro.
Como si no pudieras sentir
la gran obra de arte
que se levanta ante tus ojos
delante del espejo…
plenitud sorda y muda, encallada en la arena,
bajo el arrecife del mundo de signos.
Pero no, gracias al rito,
te graduaste bien la vista
y llevas las gafas muy bien puestas
–las que un día te arrojaron al mar
entre litoral y litoral.
Y esa memoria procaz que te habita
por fin ha tocado tu boca,
los órganos de la vista y oídos,
tarareando una vieja canción:
“… hasta las estrellas perderían la cabeza
por estar contigo”.
Ya lo ves.
Respira, nada y ábrete.
*
Teresa Iturriaga Osa