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Elecciones

Siempre hay que elegir. Nuestra vida se basa en elecciones. Desde que nacemos. Aunque, al principio, son nuestros padres los que se encargan de elegir por nosotros, incluso antes de nacer: elegir nuestro nombre, la cuna, el cochecito, el color de la habitacion… Hasta que un día, aún siendo bien pequeño, alguien te ofrece algo y te da la posibilidad de escoger. Te planta delante dos caramelos y te pregunta: – ¿cuál quieres? ¿el de fresa o el de naranja? Y tú dudas y te mantienes vacilante, quizá más tiempo del necesario. Pero, ¡ay, madre!, a partir de ahí empieza un mundo de decisiones.

Luego eres tú quien elige. Tienes que elegir qué quieres estudiar. Eliges a tus amigos, a tu pareja. O no. A veces son ellos los que nos eligen a nosotros.  Perdemos la perspectiva; no somos capaces de distinguir ese hilo casi invisible que separa las elecciones. ¿Han sido ellos o hemos sido nosotros?

Las elecciones se van sucediendo a lo largo de nuestra vida. No podemos elegir dónde nacemos, ni el seno de nuestra familia. Pero, a medida que crecemos, podemos cambiarlo. Escogemos otro lugar donde vivir. Cambiamos de barrio, de ciudad o hasta de país. Formamos nuestra propia familia. 

Cada día es una elección. Desde el mismo momento en que nos levantamos de la cama, dando la bienvenida a un nuevo día. Elegimos qué vamos a desayunar, qué ropa nos vamos a poner. De la mayoría de las elecciones no somos conscientes. Otras, en cambio, las sopesamos concienzudamente. Unas serán acertadas, otras totalmente erróneas. Una buena o mala elección puede cambiar el rumbo de nuestras vidas. Pero ahí radica el poder de la elección.

Si me dan a elegir, elijo ser libre para poder elegir

 

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