Un chasquido de relámpago anunciaba una tormenta de verano en Santiago.
Poeta, los relámpagos anuncian tu nirvana, yo no necesito tiempo.
Era mediodía y todos los peregrinos entraban en los soportales a resguardarse de un feliz aguacero. Es tan normal mojarse en Galicia como sudar al sol de Castilla en pleno estío, ya nadie se asusta por ellos, los preludios del amor en la lluvia de tu cielo azul. Truenos y relámpagos, vientos del este y del oeste, hojas de remolino, fuentes en blanco y negro, croques y pisadas, huellas y esencias benditas… qué más da. Tú. Yo. Tú y yo. Ingredientes de un brebaje con el que tantos volaron en escobas de alta locura desde los salvajes valles de Roncesvalles hasta los extremos de la Costa da Morte.
En las arquerías del amor, hay acantilados, poeta, acantilados. Pero no lo saben, tú tampoco, porque pocos conocen la historia. Cuando alguien me habla del Camino, yo le pregunto siempre sobre los lugares mágicos y quiero saber a cualquier precio dónde, dónde quedaron los símbolos escondidos de los amantes peregrinos.
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