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Gordas y flacas

En los últimos tiempos veo continuamente campañas a favor de las curvas en las mujeres y demonizando la extrema delgadez. No estoy en contra de ello, pero me gustaría profundizar un poco en el tema, ya que pienso que se está tratando a la ligera y es más complejo de lo que parece. Se supone que quieren dejar a un lado los estereotipos. Dicen que la moda dicta unos cánones de belleza que no son los adecuados y que no son reales. Que las modelos están excesivamente delgadas y que eso es sinónimo de “no saludable”.

Pero, parémonos a pensar. No se puede generalizar ni banalizar. ¿Alguien se ha parado a pensar en las “flacas”? También son mujeres y existen en la vida real. ¿Realmente estar delgada es sinónimo de estar enferma? Permítanme decirles que la respuesta es “no”. Y hablo con conocimiento de causa…

Desde jovencita, he sido siempre muy delgada. Quizá extremadamente delgada. Pero simplemente porque mi constitución era así. Aunque quisiese engordar (y juro que lo he intentado) no lo conseguía. Quizá fuese una privilegiada por mi genética, y la envidia de muchas amigas que engordaban casi con sólo respirar. Yo llevaba una dieta equilibrada y saludable y nunca estuve enferma. Jamás he tenido anemia, ni falta de una vitamina. Mis analíticas eran intachables; mi sangre como la de un caballo (palabras textuales del médico). Esto podría parecer el sueño de cualquier mujer: comer todo lo que quisiera sin engordar. Pero por el simple hecho de estar delgada me tildaban de anoréxica o anémica. ¿No les parece esto una frivolidad? Y todo el mundo, sin conocerme, se creía con derecho a criticar.

En el instituto lo pasé mal, porque me colgaron la etiqueta de anoréxica, sin más. Y esto me molestaba profundamente, ya que, por desgracia, tenía una amiga cuya hermana sí sufría esa terrible enfermedad y sabía lo que era. Yo, por suerte, estaba muy lejos de esa situación. A las 7:30 de la mañana desayunaba un filete con patatas o un plato de pasta o guiso de carne que había sobrado del día anterior… Esto no impedía que luego me comiese mis bocadillos de tortilla en el recreo. Y pesaba poco más de 50 kilos. Estaba sana, pero no era feliz, porque la gente hacía que me sintiese mal con mi cuerpo. Nadie se atrevía a decirle a una compañera con sobrepeso que había engordado, pero no dudaban en decirme a mí que parecía un palillo, un saco de huesos o que estaba en el chasis. Nadie pensaba en si eso me podría sentar mal o no. Todo el mundo piensa que llamarle “gorda” a una mujer es un insulto, pero llamarla “palillo” no…

Luché contra mí misma un tiempo, porque el complejo de delgada me pesaba. Hasta que me di cuenta de que era absurdo. No podía luchar contra mi propia naturaleza. Lo importante era que yo estaba sana y a nadie debería importarle mi aspecto físico. Simplemente, “si no te gusto, no me mires”. Aprendí a vivir con mi delgadez y fui feliz. Porque la esencia de una persona no radica en cómo es físicamente. Altas, bajas, gordas, flacas… Cada una debe sentirse a gusto consigo misma.

No voy a negar que el peso influye en nuestra salud. Comprobado está que el sobrepeso no es beneficioso para nuestro organismo, al igual que tener un índice de masa corporal por debajo de lo recomendado, tampoco. Pero si una lleva una dieta sana y equilibrada y goza de buena salud ¿qué más da si está gorda o delgada?

No voy a inyectarme relleno en las piernas, en los brazos o en la cara para ser una mujer con curvas. Los años me han hecho ganar ya algún kilo (aunque pocos, la verdad). Pero, sobre todo, me han hecho ganar confianza en mí misma.

Así que, desde aquí, mando una lanza a favor de las mujeres delgadas. Y de las gordas. Pero, sobre todo, a las mujeres sanas y felices con su cuerpo.

 

 

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