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Hedonismo

Es como esos libros que no quieres que acaben nunca, una buena fiesta, un viaje por placer o tu comida favorita. Mientras duran son eternos, como anticipas que será su recuerdo. Es la sensación de estar donde quieres estar, de que no existe vida mejor que la tuya en ese momento.

Fervor, goce, hedonismo.

Solo cuando eliges beber la vida a tragos, vale la pena atragantarse. Consecuencias de quitar el freno de mano. No hay lugar para el arrepentimiento, no hay pasos en falso.

Nadie sabe moderar un placer mientras se disfruta, y quien lo hace, quien es capaz de vivir de puntillas, no siente la arena en sus pies, no sabe cuando toca el mar.

Recuerdo una mañana de domingo en Madrid, pleno diciembre, me dirijía con mi amiga a desayunar unos churros en San Ginés, de camino en el taxi, conversábamos sobre la dificultades del amor en los tiempos que corren. El taxista quiso intervenir en la conversación, ser partícipe de ella y lo hizo de la mejor forma que puede hacerse, desde la experiencia, desde la certeza de lo vivido. Nos contó que se había divorciado, que su matrimonio se convirtió en un peso que no quería soportar, tiempo después, volvió a enamorarse o, como recalcó él, por fin descubrió lo que era el amor. Nos dijo, con cierto tono consejero y orgulloso de ser testigo de sus palabras, “cada vez que pongas los pies en el suelo, tienes que bailar” sino no es amor. 

Así que es preferible pisar fuerte mientras se viva y bailar mucho mientras se pueda.

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