El olor, el color, la luz, los sonidos que deberíamos desprender sin ningún temor son los derivados de nuestra propia esencia. Deberíamos vivir siendo nosotros mismos, sin titubeos, sin disimulos, sin vergüenzas venidas de entes estereotipados, anteponiendo nuestros gustos, deseos y sueños a palabrerías ajenas que nada nos aportan.
Sin embargo, la mente humana es mucho más complicada. Ya empiezan nuestros progenitores, de una forma más o menos directa, a marcar nuestros pasos. Bien sea por educación, bien sea por miedos heredados, ya nacemos condicionados a no ser lo que realmente somos. Nos alejamos de nuestra naturaleza, casi tan rápido como nos hemos distanciado de la propia naturaleza. Apenas nos dejamos guiar por la intuición, no se nos permite experimentar y, al final, tememos correr el riesgo de innovar, de probar, de dejarnos sorprender por la vida y por nosotros mismos. Vivimos con miedo.
Nos hemos perdido en banalidades, no encontramos nuestro camino inmerso y escondido en un mundo casi tan enrarecido como el aire que respiramos. Lo hemos contaminado todo, hasta los sentidos perciben una realidad modificada, los sentimientos contradictorios y asonantes se encuentran, se enfrentan. No somos capaces de comprender a nuestra propia especie. Vivimos enfadados.
Necesitamos que haya otras personas que estudien nuestras mentes, nuestro lenguaje corporal, las reacciones físico-químicas de nuestro cuerpo ante cualquier estímulo, para que, con mucha suerte, salgamos airosos de situaciones que podrían ser tan sencillas como hablar con los amigos, amar a una pareja o criar a unos hijos. Necesitamos cursos para todo, necesitamos que nos guíen, que nos lleven de la mano hasta para sobrevivir.
Quizás, si nos escucháramos más a nosotros mismos, si inhaláramos de nuestra propia esencia y la dejáramos fluir poco a poco, a su ritmo, hacia el resto del universo, quizás si nos permitiéramos conocernos más y nos premiáramos con seguir a nuestros instintos, a nuestro corazón, a nuestra naturaleza, entonces, sólo entonces, puede que llegáramos a alcanzar la tranquilidad, la locura (que no caos), la serenidad y la seguridad que aportan la felicidad.