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Lo que imaginamos existe

Estaba en algún lugar oscuro, sin ninguna luz que alumbrase la estancia pero ella podía verlo todo claramente. El suelo estaba cubierto de agua y la empapaba. En ese momento se dio cuenta de que estaba sentada, abrazando sus finas piernas, aferrándose a la idea de que mantenerse recogida la salvaría de perder la cordura en ese siniestro lugar. No había nadie más, estaba ella y su consciencia, sus pensamientos y delirios. Tampoco se escuchaba nada, tan solo el movimiento del agua causado por el temblor del cuerpo de Hollis. Se levantó con dificultad y al intentar dar un paso, se tambaleó y perdió el equilibrio. Volvió a intentarlo y esta vez consiguió comenzar a andar. Corrió por todos lados buscando una salida para escapar de ese lugar en el que estaba atrapada pero su esfuerzo fue en vano. Por más que corriese, el paisaje siempre era el mismo. Corría y corría pero no llegaba a ningún lado. De pronto, vislumbró una luz. Se encontraba lejos de ella pero, poniendo todo su empeño en tratar de huir, la alcanzó. Al llegar se dio cuenta de que no había ido a ningún lado, tan solo era un foco que la alumbraba. Entonces se percató de la jaula que la encerraba; era de cristal y tenía forma de cubo. Golpeó y pataleó su prisión pero no sucedía nada. Hollis se sintió mareada y confusa. Todo empezó a dar vueltas como en un tiovivo.

Se despertó sobresaltada. Acababa de tener una pesadilla donde uno de sus mayores miedos la acechaba. Sin embargo, no sabía qué la observaba, ni en el sueño ni en el mundo real. Miró el reloj y vio que eran las cuatro de la madrugada, todavía faltaban tres horas para que la alarma de su despertador sonara y le advirtiese de que su día empezaba. Estuvo dando vueltas en la cama pero no conseguía dormirse, tampoco serenarse. Ese sueño le había dejado aturdida, por un momento había pensado que era real, que ella estaba atrapada en esa cárcel transparente sola y con el silencio como único acompañante.

De repente, un resplandor surgió de su armario. Una luz verde y muy intensa había estallado en el interior del armario de Hollis durante un segundo. Había sido tan fugaz que si hubiese estado dormida ni siquiera lo habría percibido. Por suerte o por desgracia había sido testigo del resplandor y sentía la necesidad de descubrir cuál era la fuente de tal.

Minuciosa, se acercó al armario. Inspiró para infundirse del valor suficiente como para abrir esas puertas y dejarse llevar por el misterio y la curiosidad que la invadían. Finalmente, con un brusco movimiento, abrió de par en par las puertas de su armario. Perpleja, observó el objeto que acababa de aparecer allí. Era como una roca de sal del Himalaya pero en vez de rosa, era verde, de un verde brillante y transmitía la calma y frescura de la naturaleza. Hollis, enseguida notó el aroma que se había colado en su habitación, un olor a hierba fresca bañada por el rocío, un olor dulce como el que emiten las flores en primavera cuando comienzan a florecer, una suave brisa que la envolvía en un agradable abrazo, el sonido de la corriente de un río, el cantar de unos pajarillos. Una agradable sensación le recorrió por todo el cuerpo. Al volver en sí y comprobar que seguía en su habitación y no en medio de un bosque, decidió dejar la piedra donde estaba e investigar su existencia y aparición más tarde pues su alarma acababa de sonar. No podía creer que hubiesen pasado ya tres horas, era como si esa increíble piedra preciosa la hubiese encandilado hasta tal punto de hacer desaparecer el tiempo.

Siguió su día como si fuese cualquier otro, sólo que no lo era. Había sucedido algo increíble y no sabía si contarlo, no sabía si compartirlo con su madre o sus amigos. Tenía el presentimiento de que si lo contaba dejaría de ser especial, dejaría de ser su secreto.

Al volver del instituto, comprobó que su madre estaba todavía en la oficina trabajando y de que se quedaría hasta tarde para así poder inspeccionar la roca y su origen. De forma que se encaminó hacia su habitación para poder solventar al fin todas sus dudas y acallar esa curiosidad inexplicable que sentía. Al llegar, dejó su mochila encima de la cama y abrió el armario dispuesta a coger la magnífica y misteriosa piedra.

Lo que sucedió a continuación fue que Hollis se vio arrastrada hacia un túnel en el que caía y caía. Parecía no tener fin hasta que chocó contra algo duro. Miró a su alrededor y reparó en que en ese momento, se encontraba en un bosque, el bosque que había imaginado cuando todas esas sensaciones la inundaron al abrir el armario y descubrir la piedra.

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