Tengo recuerdos en esta isla desde que no sabía lo que era un recuerdo.
Qué maravilla. Siempre me recibe igual. Bonita, cálida, calmada.
Cada vez que vuelvo me doy cuenta de lo mucho que he cambiado desde la ultima vez que vine. Creo que de eso va volver a volver, que nunca se vuelve de la misma manera. Puede que por eso Sabina escribiera aquello de que donde fuiste feliz, no debieras tratar de volver. Sin embargo, negar la transición entre ese momento que disfrutas y el que se convierte en recuerdo, es desdeñarse a uno mismo.
Me gusta pensar que soy todo lo que quiero ser, soy todas la posibilidades, sueños y metas que caben en mi cabeza un domingo por la noche, pero lo cierto es que no lo soy. Soy mi realidad, la que fue y la que esta siendo, esa realidad con la que tantas veces no nos gusta identificarnos, de la que incluso hemos llegado a huir, eso es lo que somos y eso es nuestra vida. Por eso, cuando necesito calibrar, siempre acudo a mis recuerdos, siempre vuelvo aquí.
¿Acaso existe algo más nuestro que los recuerdos?
Aceptar el abismo que existe entre el deseo y la nostalgia es la única manera de evocar a los recuerdos sin morir en el intento.
Aprender a hacerle un hueco a esa eterna morriña de mis memorias y dar rienda suelta a la vida que cabe en la incertidumbre de lo que vendrá.
Me gusta volver a Menorca,
incluso lo necesito de vez en cuando,
quizás colocar un espejo a mis espaldas sea la única manera de reflejar el futuro.
El último sustento de mi intimidad.