Casi todos hemos tenido padres o madres literarios, o cinematográficos, o artísticos…
Casi todos hemos sido fans en la adolescencia de alguien, pero siempre hubo diferencias entre la admiración y la obsesión, entre la obsesión y la psicopatía… cuidado. Además, en los tiempos actuales, la llegada de las redes sociales quizá no ha hecho más que potenciar estos fenómenos… cuidado 2.
La autora de Mientras vivimos cita algunas películas en su novela, pero justamente, no cita la que sobrevuela todo el tiempo, Eva al desnudo (Joseph L. Mankiewicz, 1950).
Porque la relación que hay entre Regina (escritora madura) y Judit (aspirante a escritora); y la relación que hubo en el pasado de nuestra protagonista con Teresa (también escritora), nos recuerda a aquella fascinante actriz de teatro que interpretaba Bette Davis. Vean la película si no la conocen. Vuelvan a verla después de leer la novela si ya la conocen. La maldad está ahí fuera disfrazada de buenas intenciones… cuidado 3.
La diferencia aquí es que la autora se distancia tanto de sus personajes que roza casi la crueldad, y a mí como lectora, me ha resultado imposible sentir algo de afecto por ninguno de ellos. Las mujeres aparecen egoístas, aburguesadas, ambiciosas, desagradecidas, soberbias, falsas… que han rechazado el matrimonio pero que anhelan la estabilidad sentimental al lado de un hombre; que no han querido ser madres pero deseosas de “adoptar” de alguna manera a los hijos de otros. Las madres a su vez, aparecen ignorantes y vulgares, o despóticas y zafias. Los hombres se diluyen en la manipulación, o la necesidad (económica, social, sexual) de esas mujeres. Por no mencionar esa doble vara de medir, con respecto a la deslealtad, a la infidelidad, etc., dependiendo del lado –del corazón- que te toque.
Pero me gusta una suerte de “decálogo” que también sobrevuela en sus páginas para la escritura: “Las más elevadas metas que puede alcanzar una mujer son aquellas que se conquistan partiendo de la nada”; “No sucumbas a tu facilidad para escribir, a tu don. Sólo el esfuerzo te conducirá a la brillantez, al arte”; “Si quieres escribir, primero debes conquistar tu soledad, que es el lugar sin límites en donde el escritor trabaja. Si quieres escribir, no pierdas el tiempo tonteando, prepárate para afrontar las dificultades. Si quieres escribir, busca en el fondo de ti misma. Si quieres escribir, tienes que anteponer ese deseo a cualquier otro interés. Si quieres escribir, rompe y vuelve a romper lo escrito hasta que te hagas sangre. Si quieres escribir, huye del éxito fácil, no confíes en los halagos de la gente sin criterio, sé humilde, sé paciente, sé perseverante” y “busca la armonía, incluso en el caos”. Y lean. Lean muchísimo.
Comparto además, la opinión que se da de las casas: “Las casas también tienen su dignidad… Nos guardan y defienden, cargan con nuestro mal humor, reciben nuestras alegrías. Tenemos el deber de protegerlas de la desidia, de embellecer su vejez”.
Y también me gusta porque después de tanta decepción, merece la pena llegar al epílogo, porque merece la pena llegar a mi querida Italia… Curioso que después del ateísmo rezumado por los personajes, la protagonista aterrice finalmente en la ciudad de Roma:
“Es temprano. El sol baña los mosaicos de la fachada de la basílica y las cuatro solemnes estatuas papales que vigilan la entrada. Pronto será primavera, la luz de esta mañana de finales de febrero ya lo anuncia. En la terraza, bien arrebujada en su abrigo, Regina disfruta de la luz y del ruido, del olor a tomate y especias que empieza a expandirse desde los restaurantes que rodean la plaza y jalonan sus calles adyacentes. Pronto Roma olerá también a las hierbas salvajes que crecen entre piedras para garantizar, con su modestia indestructible, que las ruinas nunca detendrán el empuje de la vida”.
Están todos invitados.