Me ha vuelto a pasar. La tristeza, la rabia, la estupefacción, la indignación y la impotencia han inundado mi cuerpo y ahora salen por cada poro de mi piel, hasta hacer que broten las lágrimas.
Y es que yo hoy, ilusa de mí, pensé que iba a ser un gran día. Un día en el que iba a pasar algo grande. Algo justo. Que sería otra prueba superada en este examen que se nos plantea a lo largo de los días, los meses, los años y los siglos a las mujeres, sólo por el mero hecho de serlo.
De verdad, soy tonta, pensé que sí existe la justicia. Que los jueces por fin entienden. Que por fin los “machos” comprenderían que no son superiores a las féminas, que no están por encima, ni pueden hacer con nosotras lo que quieran.
Pensé que hoy pondrían la mano sobre la mesa y dirían: ¡hasta aquí! Que sería otro pequeño paso hacia la igualdad.
¡Qué ingenua soy! Me levanto con esa sensación de triunfo anticipado aunque, he de reconocerlo, una pequeña parte de mí siente dudas y algo de miedo.
Y entonces descubro que estamos igual que hace dos años. Y que hace diez. Y hace veinte. No. Peor. Estamos peor. Porque no hemos avanzado, hemos caminado hacia atrás. A pasos agigantados. A estas alturas… ¡quién lo iba a decir!
Y aún me produce más tristeza pensar que entre esos jueces que consideran que no fue violación, porque no hubo violencia ni intimidación, hay una mujer. Una mujer contra las mujeres. Haciéndonos bajar de nuevo al fango, ahora que empezábamos a sacar un poco la cabeza a flote. No, no es triste. Es indignante. Por supuesto, ella no sabe lo que es estar en estado de shock ante un violador, dos o cinco. Ni se lo deseo. Pero si le hubiese pasado a ella o a alguna mujer de su familia o de su entorno, otro gallo cantaría.
Y ahora no nos queda más que seguir dejándonos las uñas, en esos trozos que arañamos del camino hacia la igualdad.
Y de nuevo tenemos que seguir demostrando, ahora con más fuerza, que NO siempre será NO