Te sientes vieja.
Arrugada. Seria, triste y apagada.
Y te sientes cansada. Te duelen los pies y la cabeza. Y, a veces, hasta el alma.
Los hombros y los párpados caídos y la voz casi un hilo.
Y pasan los años. Y los días. Y la vida.
Y sientes que no has hecho nada y te invade un sentimiento extraño de cobardía.
Pero, de pronto, un pájaro pasa volando, surcando el cielo.
Lo miras y quieres ser como él.
Tener alas y volar lejos. Sentir la libertad y las caricias del viento.
Tú no quieres ser un árbol de hoja caduca.
Eres un árbol de hoja perenne, pero que cada año florece.
Siempre ahí. Dando tanto…
Y vuelves a sentirte niña. Juegas. Saltas. Bailas.
Y te sientes ilusionada. Y te emocionas con nada.
Y ya no te sientes vieja, ni triste ni apagada.
Porque te sientes renovada.