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Clara Sanchis o la libertad que da la edad

Entrevisto a Clara Sanchis con motivo del estreno del monólogo “Una habitación propia” en el Teatro Pavón Kamikaze dentro del ciclo Femenino Plural, un ciclo en el que se trata de analizar y debatir sobre la situación de la mujer en el siglo XXI a partir de obras de teatro. La obra es una dramatización del clásico libro de Virginia Woolf con el mismo título que ha hecho para la ocasión María Ruíz, quien también la dirige.

Antonio Hernández (AH) – ¿En “Una habitación propia” está sola en el escenario o hay alguien más?

Clara Sanchis (CS) – Están los espectadores, por suerte. Es un diálogo constante con la gente entre los que voy buscando interlocutores, distintas miradas. Porque en esta sala (la obra se representa en el ambigú del Teatro Pavón Kamikaze, una sala pequeña) veo claramente a la gente

Virginia dio dos conferencias en las dos únicas facultades femeninas que había en Inglaterra en aquel tiempo. Su público eran mujeres. Yo convierto en mujeres a todo el auditorio.

Están conmigo en el escenario de una manera muy viva porque yo veo las expresiones, veo las caras, ayer que hubo gente (se refiere a un ensayo general con público del día anterior de la entrevista). Hay momentos en que nos reímos juntos y momentos en los que se nos saltan las lágrimas juntos. Juntas (puntualiza).

AH – ¿Crees que vendrán más mujeres que hombres?

CS – Si tenemos en cuenta que normalmente hay más espectadoras que espectadores… Las mujeres van más al teatro, más a todo lo cultural.

AH ¿A qué cree que se debe?

CS – En “Una habitación propia” está la respuesta.

AH – ¿Y cuál es?

CS – Como se cuenta en el texto de Virginia venimos de un pasado terrible. Hace muy poco tiempo que las mujeres tenemos acceso a la cultura, tenemos la necesidad de acceder a ella.

Hay como una avidez cultural. Es como si la mujer fuera consciente sin serlo del todo de ese despertar que nos permite nuestra sociedad, no otras. Los cursos de teatro, de pintura, de escritura… están llenos de mujeres.

AH- ¿Cómo se prepara una actriz para encontrar ese interlocutor necesario para hacer teatro cuando está sola en el escenario?

CS – Te confieso que no me gusta hacer monólogos. Echo muchísimo de menos a los otros actores en el escenario. De hecho, mi técnica interpretativa o mi punto de referencia de los últimos años es que la solución está siempre en el otro y no en ti mismo. En lo que tu ves en el otro. En lo que te da el otro.

Esto es una gran liberación para el actor. En mi caso es un descubrimiento relativamente reciente. Que ya olfateaba pero con la edad lo voy teniendo más claro. En esta obra hecho mucho de menos los ojos de mis compañeros. Las palabras de mis compañeros.

No me gustan los monólogos. Pero este texto era una necesidad. Había que hacerlo. Y solo podía ser un monólogo.

¿Cómo preparo ese diálogo con el público? No es nada fácil. El público se mueve. De repente encuentras miradas amables, sonrientes, miradas que asienten. Pero también encuentras miradas frías, que no transmiten nada. Tampoco es cómodo para los espectadores que los estés increpando. Hay espectadores que les gusta y hay espectadores que no.

Hubo un momento que nos dimos cuenta que necesitaba que viniera gente a ver los ensayos. También para acostumbrarme. Un monólogo necesita una concentración enorme. Necesitaba estar preparada para las cosas que pudieran pasar: ruidos, un móvil,… hay movimientos en el patio de butacas que te pueden quebrar el hilo de la concentración.

Hemos estado ensayando donde había mucho ruido y pensé está bien, porque así me acostumbro. El primer día no podía decir ninguna palabra. Era bueno que me acostumbrase a esa interacción y al ir bregando con estos ruidos.

Así que me preparo haciendo que venga gente y bebiendo del texto, del texto y del texto.

AH – ¿Conocía el texto antes de hacer la obra?

CS- Sí. Me atraía mucho el título. Yo empezaba el libro y lo abandonaba en la misma zona. En el primer capítulo en la que Virginia empieza a mezclar realidad y ficción. Llegaba un momento que no entendía quién estaba hablando. Si era Mary (uno de los personajes del libro) o era la autora. Me perdía y lo dejaba. Esto me pasó como tres veces.

Virginia es muy moderna. Muy valiente. Mucho. Sobre todo en los ensayos y en Orlando, que lo estaba escribiendo a la vez que estaba preparando estas conferencias.

Una noche que estaba de gira, no podía dormir y solo tenía ese libro. Lo llevaba siempre conmigo para ver si algún día lo acababa porque me atraía mucho. De pronto atravesé esa zona y me quedé profundamente enganchada. Ya no pude dormir en toda la noche, pero no pude dormir porque descubrí cosas que creía saber y, sin embargo, no sabía.

Siempre tuve en la cabeza que había que hacer algo con ese libro. Algo con lo que a mi me había tocado tanto. Que me había hecho reír, pero también me había dolido. Que me había revelado cosas de mí misma.

Además eran unas conferencias, de por sí muy teatral como material. Era algo que merecía la pena ser dicho en el escenario.

Yo he trabajado mucho con María Ruíz y andábamos buscando algo en lo que trabajar juntas. Ahora tenía un período de cuatro meses, antes de volver con El Alcalde de Zalamea al Teatro de la Comedia.

María inmediatamente dijo sí. El libro también le fascinaba. Ha hecho un trabajo de orfebrería al dramatizarlo porque no hay ni una sola palabra que no esté en el libro. Ha tenido que quitar muchas cosas que nos ha dolido quitar pero un monólogo no puede durar mucho tiempo ni se puede saturar de ideas.

Era una necesidad subir estas palabras al escenario. Y lo notamos en las mujeres que han venido a ver la obra en los ensayos. Para ellas Virginia también es reveladora. Es un punto de luz.

Su forma de escribir es tan inteligente. Primero por la ironía que tiene. El juego. El vuelo de novelista que está en su forma de hacer. Es muy bonito ver las conclusiones que va sacando.

Es muy dura con la otra mitad de la humanidad. Pero es muy comprensiva también. Va jugando. Esa idea de que cuando se trata de masas no se pueden hacer bandos, estamos todos metidos en el mismo barco. Hombres y mujeres. Estamos en el mismo lío. Como ella dice, la educación masculina ha sido tan deficiente como la femenina.

Virginia es compleja. Es maravilloso encontrar una mente compleja hoy en día que todo es como blanco o negro.

AH – ¿Quiere decir que da luz a las cosas?

CS – Que da luz a las cosas y que no teme las contradicciones de la vida.

AH – ¿No teme contradecirse?

CS – No teme el hecho de que la vida es muy compleja. No intenta simplificar en absoluto.

AH ¿Parece que hoy esto es muy difícil de aceptar?

CS – Parece que estamos en la era de la simplificación absoluta. Sin embargo, yo estoy convencida de que no, por otros trabajos que he hecho últimamente, en teoría muy complejos, como “La lengua en pedazos” (interpretaba a Santa Teresa) o “Reikiavik” (en la que ha sido ayudante de dirección), ambos de Juan Mayorga, sin embargo el público los recibe feliz.

AH ¿Es el público de estas obras un público minoritario?

CS – Pienso que no. No estamos hablando de espectáculos para teatros enormes. Pero con la “Lengua en pedazos” hice una gira muy larga en teatros grandes. Y con “Reikiavik” también. Pero lo mismo cuando hicimos “Próspero sueña a Julieta” de José Sanchis Sinisterra. O “El lector por horas” de este mismo autor, obra con la que hice una gira enorme por teatros grandísimos.

Yo creo que hay mucha gente deseando ver un teatro que apele a su inteligencia. Y hay mucho teatro y muy bueno.

AH – Antes ha dicho que ha descubierto con “Una habitación propia” cosas que intuía ¿cree que la edad permite adquirir las palabras para decir lo que se intuía de alguna manera?

CS Creo que la edad es una cosa maravillosa. Creo que este asunto está mal explicado. Esta idea de que hacerse mayor es fatal. A mi de momento me está gustando. Me está gustando mucho, porque da mucha libertad.

Creo que esto de la edad tiene que ver con el consumismo. Nos meten el miedo a la edad porque así nos gastamos mucho dinero. Si se está bien de salud la edad está muy bien.

A mi me hubiera gustado mucho que lo que dice Virginia en este libro me lo hubieran explicado de joven. Por ejemplo, mi vocación era la música y la escritura. Yo no entendía porque no había una mujer Bach, ni una mujer Beethoven, ni una mujer Mozart, ni una mujer Shakespeare, ni una mujer Cervantes.

Era terrible. Cuando empiezas a tener 16, 17 y 18 años, te empiezas a dar cuenta y te preguntas pero ¿ no hay ni una? ¿Qué pasa? ¿Qué ha pasado con la mujer? No es verdad que lo sepamos. Lo sabemos más o menos de lejos. No se estudia ¿por qué no se estudia?

La revolución de las mujeres es la más importante. Es la revolución de la mitad de la población. Es la última gran revolución. Equiparar a los hombres y a las mujeres ante la ley. ¿Por qué no se estudia? ¿Por qué no hay una asignatura en la que me explicaran exactamente que no podíamos ganar dinero, que no podíamos tener bienes, que no podíamos tener la independencia, que no podíamos trabajar, que no podíamos votar? Me hubiera gustado saberlo cuando tenía 10 u 11 años.

AH – Yo creo que también le hubiera gustado saberlo a la otra mitad de la humanidad

CS – Exacto. Yo creo que para los hombres también habría sido muy revelador. Insisto. No es una cuestión de culpa. Aquí estamos todos en el mismo barco. Es un movimiento tan antiguo, desde el origen de los tiempos.

Y muchos hombres han sido grandes aliados. Por ejemplo, Leonard, el marido de Virginia Woolf. Qué hubiera sido de Virginia sin ese apoyo en ese momento. Ella tenía clavada la espina de que ni a ella ni a su hermana las habían llevado a la universidad como a sus hermanos. Ella se formó gracias al círculo de amigos intelectuales que tenía y de los recursos materiales de su familia.

AH – ¿Son necesarios los recursos materiales para crear?

CS – Claro. Te dan un acceso diferente. Por ejemplo, ella dice que talentos como el de Shakespeare no se dan entre personas incultas y serviles. Y las mujeres hemos sido incultas y serviles hasta hace nada por la falta de recursos materiales (propios). Eso lo dice ella bien claro.

AH – Usted además de actuar, dirige, escribe en La Vanguardia, toca el piano ¿se debe a esa avidez femenina por la cultura de la que hemos hablado?

CS – Para mí, en el fondo, va todo junto. Yo creo que existe una relación entre la música y todo lo demás. Creo que la música es la madre de las artes. Va a caballo entre la emoción y el intelecto. Es una mezcla pura. Todo es ritmo. Todo es oído, es escucha, es latido de las palabras. Esto es vital para un actor.

A veces he pensado, hubiera sido mejor focalizar todas las energías en una sola cosa. Pero no lo he podido evitar. La escritura para mi es fundamental. Es hacia donde me dirijo. Pero ganarse la vida con la escritura es muy difícil.

Este practicar tanto la escritura, como la música, como interpretar tiene mucho que ver con ganarse la vida. Es un momento muy complicado para ganarse la vida con esto.

Así como hace un tiempo pensaba que si me hubiera dedicado más a un campo habría aprendido más técnicas y me habría desarrollado mejor, me he dado cuenta de que no. Creo que se alimentan las tres cosas entre sí.

Y este momento es muy difícil. Hay un 80% de paro entre actores. Tengo alumnos de interpretación a los que siempre les digo, no seáis solo actores. No hay en este país medios, no hay industria, para ser solo actor.

Yo tengo una suerte inmensa porque llevo años trabajando. Pero, como todos, paso períodos de incertidumbre absoluta. Claro que ahora eso se está extendido a todas las profesiones con la crisis y todas las barbaridades que han pasado.

AH – ¿Cómo se vive y se convive con la incertidumbre?

CS – Aceptándola, queriéndola. Entendiendo que es así. No añadiendo problema al problema. Colaborando con lo inevitable. También te acostumbras. Sobre todo ahora. Estamos todos en esa situación.

Un actor nunca sabe cuando va a trabajar. Excepto cuatro actores privilegiados el resto no sabemos que va a pasar dentro de unos meses. Yo tengo mucha suerte. Se que una parte tiene que ver con tu trabajo pero que el 50% es azar. Pura suerte. Tengo compañeros que son unos magníficos profesionales y están en casa.

AH – Siendo los profesionales del teatro unas personas que siempre se están enfrentando al azar, a la inseguridad, a la incertidumbre, que emprenden y sacan proyectos a pesar de las dificultades ¿por qué cree que se les mira con desconfianza en vez de tratar de aprender de ellos?

CS – En lo que es el cuerpo a cuerpo con la gente, yo noto cariño. No noto esa animadversión. En la ciudadanía no noto ese tipo de rechazo. Los cómicos, en general, somos bastante queridos.

Ha habido una leyenda absurda de que teníamos unos privilegios. Yo nunca los he visto.

Lo que sí pienso es que el oficio de actor está sobrevalorado por la pompa de la que se adorna. Cuando un actor es exactamente lo mismo que un pintor, un artista, o un fontanero. Es un artesano de un oficio. Quizás como interpretamos a seres que no existen, contamos cosas de la irrealidad…

Haciendo “Amar en tiempos revueltos [4ª temporada]” de repente en la calle se me acercaban y me saludaban. Es que me metía en su casa. Me conocían como si estuviera allí. Hablaban conmigo. Entendí que nuestro oficio tenía algo muy necesario que a través de mi personaje, que era una mujer que le pasaban muchas cosas, llorábamos juntas.

La ficción ayuda mucho. ¡Qué haríamos sin la ficción! En mi caso, qué haría yo sin la literatura. Sin sus mundos imaginarios. Lo mismo pasa con la televisión. ¡Qué haríamos sin ese alimento imaginario!

A mi cada vez me gustan más mis compañeros. No es verdad que un actor sea más vanidoso que un médico. ¿Por qué? ¿Por qué nos aplauden? Nuestro oficio es una cosa técnica.

Lo que sí diría de mis compañeros cómicos, después de tantos años de giras, viajes y convivencias, es que son gente especialmente generosa y solidaria. Gente sencilla.

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