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El vestido verde

Me levanté y vi que seguía lloviendo de forma pausada y constante, como los días anteriores. Esa lluvia incesante me producía tristeza. Además las fiestas navideñas me habían dejado nostálgica. Para muchos eran unos días maravillosos, pero para mí, desde que empezaron a faltar mis seres más queridos, se convirtieron en unas fechas aborrecibles.

Las noticias de la radio eran como siempre desalentadoras. Encima, no había ni un sólo plátano en la nevera. La asistenta llevaba varios días sin venir y yo no tenía tiempo ni de ir al súper; ni al gimnasio; ni a tomar algo con las amigas; ni de ordenar la casa… Los víveres disminuían, el desorden aumentaba, las relaciones sociales se deterioraban, y para colmo llovía…

Me duché deprisa, me retoqué un poco los ojos y salí de casa con el pelo aún húmedo.

A las nueve en punto tenía que estar en el otro extremo de la ciudad para una reunión de trabajo. El tráfico, siempre intenso a esas horas de la mañana, se volvía insufrible los días de lluvia.

Por fin llegué y entré corriendo en uno de aquellos ascensores abarrotado de gente del colosal edificio de oficinas.

Planta a planta iban bajando los ocupantes. La mayoría sin decir adiós; todos éramos transparentes, casi invisibles. En el piso decimoctavo me quedé sola y me pude mirar en el espejo: El pelo, con la humedad, se había encrespado y mi imagen me resultó tan gris como el día, tan triste como mi estado de ánimo…

Grises eran también los aspectos de la mayoría de los asistentes a la reunión que, aguardando en pie a que comenzase, charlaban en corrillos sobre el tiempo y las últimas noticias de la prensa, cuando de pronto, hizo su entrada en la sala una compañera con un maravilloso vestido verde. Puso la nota de color en aquella mañana fría. Lo llevaba con unas medias tupidas y lo adornaba con un collar de cuentas de distintas tonalidades de verdes. El conjunto resultaba precioso.

En aquel momento decidí que al salir del trabajo, aquella misma tarde, iría de rebajas y me compraría un vestido verde.

Fui directamente a unos grandes almacenes y recorrí las secciones de señora, jovencitas y hasta de oportunidades; me probé montones de vestidos pero nada…ninguno se parecía a aquel.

Al día siguiente, a primera hora, hablé con mi amiga y le pedí la dirección de la tienda donde se lo había comprado.

Resultó ser un sitio original. Una antigua tienda de ultramarinos de los años 50, reconvertida en boutique. Conservaba las estanterías del antiguo colmado donde se exhibían los bolsos, zapatos y complementos. En las viejas escaleras de mano, utilizadas para acceder a los estantes más altos, se colgaban en la actualidad, blusas, pañuelos y bufandas. ¡Por fin, al fondo vi colgados los vestidos!

La dependienta me enseñó varios modelos pero yo me fijé inmediatamente en el verde que llevaba mi amiga.

Me lo probé impaciente y emocionada…pero me quedaba pequeño.

Mi talla solo estaba en negro. Pero yo no lo quería negro, bastante negra era mi vida en aquellos momentos y, además ya tenía otros. Lo quería verde.

Después de mucho rebuscar, descartar y probar, me quedé con uno verde, bastante parecido, pero que únicamente me puse una vez. Al ser de punto se ajustaba demasiado. Pese a que lo llevé a arreglar y le pusieron un forro y le sacaron las costuras, nunca fue aquel maravilloso vestido que, con su tonalidad verde esperanza, consiguió llenar de luz una lluviosa mañana de invierno y me hizo creer que las rebajas cambiarían mi estado de ánimo…

Hoy, que mi melancolía ya ha desaparecido, haciendo limpieza en el ropero he encontrado, al fondo de todo, aquel vestido que tan sólo usé en una ocasión…

Su hallazgo me ha hecho recordar esta historia. Intentaré encontrar alguna amiga que lo quiera y, si no, acabará en la parroquia con el resto de prendas en desuso. ¿Quién sabe? a lo mejor el vestido verde de las rebajas consigue arrancarle a alguna mujer una sonrisa de felicidad…

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