Paloma Pedrero, una clásica del teatro contemporáneo en España, es noticia porque acaba de estrenar Transformación en el Centro Dramático Nacional (CDN), donde ha agotado entradas para todas las representaciones. Actriz, dramaturga y directora acumula premios, pero, sobre todo, representaciones a lo largo y ancho del mundo, estando sus obras entre los textos teatrales españoles más representados.
Antonio Hernández (AH) – ¿Transformación, la obra que acaba de estrenar, surge a partir de una vivencia personal?
Paloma Pedrero (PP) – Se llega a todas las obras de forma personal. Siempre hay una vivencia o algo que no has vivido pero que te llama poderosamente la atención y quieres indagar en ello. En ese momento ya se convierte en algo personal.
En el caso de esta obra, que se habla de la transexualidad masculina, tiene que ver directamente con mi vida. Tengo un hijo transexual que hace tres años me dijo que se sentía hombre.
Es algo que simplemente asumes, pero, de lo que también necesitas informarte. Así que contacté con Chrysalis, asociación de familias de Menores Trans.
Ellos me clarificaron mucho las cosas. Me dijeron que cuando un chaval a los dieciocho años te dice el género que siente, es el que tiene, que no hay ninguna duda.
El problema es que en hay muy poca información disponible en nuestra sociedad por lo que estos chavales saben que les pasa algo pero no saben qué. Sienten que no se identifican con el sexo que les imponen, ni con el nombre que tienen, ni con la ropa que llevan, ni con su cuerpo. Y si hubiese más conocimiento sobre esto, sabrían que es algo natural. Que hay muchas personas trans en el mundo.
Lo que ocurre es que por prejuicios o ignorancia lo que se hace es ignorarlo. Cuando si se acepta, no es ninguna tragedia. Es una realidad más que hay que asumir con claridad.
Posteriormente acudí a una asociación de hombres trans. Hablé mucho con ellos y se quejaron de la falta de visibilidad frente a las mujeres trans. A ellas se las conoce mucho más. Hay actrices, políticas, mujeres mediáticas y hasta una ministra en Bélgica.
Así que, les ofrecí lo que sé hacer, crear una obra de teatro. Empezamos organizando talleres a través de la ONG Caídos del cielo. Primero para que se entrenasen como actores para antes de que pudieran representar la obra que iba a escribir.
AH – ¿Por qué hacer teatro y no otra opción?
AV – También se me ocurrió hacer un libro contando la experiencia que yo estaba teniendo. Pero luego me di cuenta, que era mejor contarlo mediante una elaboración artística. Estos temas le llegan mejor a la gente cuando se tamiza, se pasa por un filtro de humor y de amor. Cuando transformas el dolor, porque estas personas sufren, en algo bello, en algo hermoso que el público quiere ver.
Por otro lado, de todo lo que hago profesionalmente, donde yo me encuentro más cómoda es en el teatro. Además, el teatro permitía que ellos fueran los protagonistas, que fueran los que contaban su propia historia [la obra Transformación está protagonizada por tres chicos trans]. Que los espectadores pudieran verlos en vivo y en directo, los pudieran percibir con todos los sentidos, que comprobaran que son personas perfectamente amables.
AH – En otras entrevistas, usted ha dicho que un artista lo que tiene que buscar es la verdad. La verdad no siempre es bella ¿cómo se conjuga la búsqueda de la verdad con lo que acaba de decir de buscar algo bello?
AV – Cuando hablo de belleza no hablo de belleza estética. Una cosa puede ser terriblemente cruel y ser bellísima. O puede ser terriblemente dulce y ser un horror.
El concepto de belleza es, para mí, la posibilidad de ordenar el caos, de sintetizar, dotar a la verdad de una mirada única, unos colores, unas notas, una música, un sentido. Darle un ser. Es una construcción. Y cuando te construyes ya estás intentando hacer algo bello.
AH – En esa carrera tan larga que tiene ¿era la búsqueda de la verdad la que la movía desde un principio?
AV – Siempre he necesitado expresar cosas que veía, que sentía, que no entendía, y que necesitaba explicármelas. Al principio preguntaba a los demás, pero a medida que pasaba el tiempo me hacía las preguntas a mí misma.
Yo quería saber, quería conocer y, sobre todo, entender el alma humana. Que es algo que sigo sin entender y que moriré sin entenderla. El alma humana es un verdadero misterio.
A mi me gusta mucho escuchar a la gente, mirar, saber de dónde vienen en el sentido metafísico. Saber por qué habla así, por qué piensa eso. Imaginarla.
Me interesan mucho todas esas incógnitas que también tengo sobre mí. Escribo desde mi experiencia y desde la observación de los otros.
AH- Usted estudió antropología social ¿cómo acabó en el teatro?
AV – Antes de ser socióloga, soy actriz. Lo primero que fui en la vida fue interprete. Desde muy pequeña he intentado tener luz. Era una niña triste. No me sentía amada. Ni entendía que era esto de la vida. Para mí era todo un poco oscuro.
Necesitaba esa luz y la única forma que encontré de tenerla fue haciendo teatro. Hacía pequeñas coreografías o sketches y liaba a mis hermanos y a mis primos para representarlos ante la familia. Les dirigía, les asignaba personajes.
Esto lo hacía sin saber qué era el teatro. Procedo de una familia económica e intelectualmente modesta. Nunca me habían llevado al teatro. Ni siquiera sabía lo que era, pero me di cuenta de que cuando hacíamos algo divertido o interesante, conseguíamos la atención y el aplauso de nuestros familiares. Eso me encantaba, lo necesitaba.
Posteriormente, a los catorce años paso al colegio de Nuestra Señora del Pilar, que entonces era exclusivamente masculino, a hacer los papeles de chicas en sus representaciones teatrales. A los diecinueve fundé Cachivache, mi primer grupo de teatro independiente en Moratalaz [un barrio de Madrid].
Estudié arte dramático a la vez que estudiaba sociología y trabajaba en la Maternidad de O’Donnell de ocho de la mañana a las tres de la tarde. En el hospital empecé como auxiliar de clínica, aunque no tenía vocación sanitaria. Labor que hice dos años. Luego pasé a realizar tareas administrativas que me gustaban menos, pero que me resultaban más cómodas. Estuve trabajando allí nueve años, hasta los veintiséis.
AH – ¿Para pagarse los estudios?
AV – Le daba el sueldo a mi madre hasta que me independicé a los veintiuno, lo necesitaban. Luego seguí haciendo teatro, trabajando y aportando dinero en casa de mis padres.
AH – ¿Por qué hizo sociología y no apostó todo por el teatro?
AV – Quería estudiar una carrera y, en aquel momento, arte dramático no era una carrera. Por otro lado, tampoco podía estudiar en la Escuela oficial por las mañanas porque estaba trabajando. Solo podía estudiar por la noche.
Entre las opciones que había yo me sentía bastante cercana a la sociología. De hecho, acabé haciendo antropología social que si se mira con un poco de distancia, tiene que ver mucho con el teatro.
El teatro mira al ser humano a nivel individual y la antropología más a nivel colectivo. En ambos casos lo que se pretende es entender al otro. Es algo que me estimula muchísimo. He tenido muchas decepciones con los seres humanos a nivel personal, pero como Blanche Du Buois [personaje de Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams] sigo creyendo en la bondad de los desconocidos.
AH –¿Qué la hace saltar de la interpretación a la dramaturgia?
AV – Es algo bastante lógico. Casi todos los dramaturgos de la historia han comenzado como actores. Creo que es casi imposible escribir teatro si no has pisado los escenarios. Yo, como actriz, era muy trabajadora, muy tenaz, muy titánica en el esfuerzo. Creo que no lo hacía mal, pero ya cuando estaba en mi grupo de teatro, en aquella época que todos hacíamos de todo, me encargaba de escribir las escenas que salían de las improvisaciones. Tenía ya una tendencia a la dramaturgia.
A los veinticinco años me decido escribir una obra sola, La llamada de Lauren. En ese momento me doy cuenta de que escribir me resultaba fácil. Un sentimiento que me ha acompañado bastantes años, por eso entonces me preguntaba por qué me celebran tanto por hacer una cosa tan sencilla. Desde mi inocencia y juventud, escribir teatro era algo que fluía en mí.
Así que pensé que tal vez fuera el sitio en el que tenía que estar, mi lugar en el mundo. A partir de ese momento fui dejando poco a poco la interpretación y me centré en la escritura. Y posteriormente en la dirección.
Comulgar con un director o una directora no es algo muy probable. Mis obras son muy particulares, como las de todos. Con un universo muy mío. En mi vida solo he encontrado tres o cuatro directores que han entendido y amado ese universo tanto como yo.
AH –¿Quiénes son esos directores?
AV – Pancho García, que es un director cubano, que ha montado varias obras mías. Además, es un grandísimo actor. Panchika Vélez, una gran directora parisina. Otra directora checa llamada Jana Janeková que me lee el alma muy bien. Y de por aquí Elena Cánovas, la directora de la compañía Teatro Yeses, ha sido muy cercana e importante en mi trayectoria.
También hay otros directores, o más aún directoras, con las que me he encontrado esporádicamente, pero nunca he sentido esa comunicación total que se siente cuando entregas tu obra y el alma y saben leerte a fondo. Aunque es cierto que he visto obras muy bien hechas, que daban otra visión. Una visión que me sorprendía e, incluso, me interesaba más que la mía. Cuando has montado tu propia obra o la has visto ya muchas veces representada, te gusta sentir miradas diferentes.
AH – Dice que la dramaturgia le resultaba fácil como si en algún momento hubiera empezado a ser difícil ¿cuándo comenzó esa dificultad? ¿Por qué?
AV – Eso ocurrió con el tiempo. Empiezas a exigirte, a investigar, a probar formas de otros, a experimentar desde otro lugar. Te pones a cantar en otro tono que no es el tuyo. Es como si fueras mezzo y decidieras cantar como soprano porque piensas que es mejor ser soprano. Entonces, acabas desafinando.
Esto es parte del juego y de la trayectoria de las escritoras y escritores. Pruebas cosas nuevas. Por ejemplo, he escrito comedias de enredo, aunque no se me dan bien. Y no se me dan bien porque yo tiendo a profundizar mucho y en las comedias de enredo no se puede profundizar. Sin darte cuenta cambias de género.
Usted también ha tenido alumnos, ¿qué es lo que le parece más difícil de enseñar?
Yo aparte de la técnica, hago hincapié en dos ideas que me parecen esenciales. El ser auténtico, no copiar, no querer ser otro autor o autora. Y el ser verosímil, que es bastante complicado.
¿Qué quiere decir con ser verosímil?
Alguien escribe: “Fulanita entra en una casa”. Entonces le preguntas “¿Cómo ha entrado?” Y te responde “Pues no sé.” Así empiezan muchas obras que entra alguien y no tiene llave.
Intentamos engañarnos y engañar a los espectadores. En el teatro se puede entrar con una llave y también sin ella. Pero tiene que ser por algo.
AH – Usted es un referente para muchas personas que además le piden consejo ¿Usted ha tenido referentes?
AV – Sí, he tenido y he tenido muchos. Mi maestro de interpretación, Alberto Wainer, me enseño mucha dramaturgia y me dio mucha confianza en mi misma. Es muy importante encontrar a tu profesor, el que cree incondicionalmente en ti.
Tuve muchos profesores antes que me pedían cosas que no podía dar. A Alberto le gusté como actriz desde el principio. Además, cuando hacíamos improvisaciones en clase preguntaba “¿Esto no lo va a escribir nadie?” y me miraba. También dirigió La llamada de Lauren con todo su amor.
Fermín Cabal, que fue mi marido, también creyó en mí. Cuando leyó mi primera obra tuvo una especie de shock. Me dijo que era increíblemente buena.
Estos son mis referentes cercanos, pero he tenido muchos referentes. Aprendo de todos, sobre todo de la gente que me resulta próxima e inteligente.
Por supuesto, también considero referentes a los autores que más me gustan. Me gustan las obras de Tennessee Williams. La forma de estructurar de Ibsen, su manera de jugar con los puzles. Cuando era muy joven me leí sus obras de la primera a la última todas seguidas. Me hice un máster.
También me gusta Chéjov, su forma de no decir, pero que dice, el subtexto, lo aparente. Por supuesto, me gusta la fuerza y la sangre que Lorca pone en su obra. Valle-Inclán por su desgarro y su forma de decir como le da la gana. Buero Vallejo, un gran constructor que se curraba a fondo los personajes, y que hace un teatro muy duro pero muy esperanzado. Como el mío. Yo también hago un teatro duro por los temas que toco, pero siempre hay una esperanza, un por favor. Si hay un cielo, tiene que haber un cielo aquí, en la tierra. Asimismo me encantaba Rodríguez Méndez cuando desarrollaba la parte espiritual de sus textos, porque le daba un vuelo admirable a sus obras.
AH – Los referentes son muy españoles o en español, sin embargo sus obras se representan en todo el mundo ¿por qué cree que sucede eso?
AV – Porque no somos tan diferentes en lo primordial. Acabo de ir a la India a ver tres obras mías. También he visto una representación en Argel en la que las actrices llevaban velo. He visto mis obras en tantos lugares y culturas diferentes que a veces ni yo misma las entiendo, como no entiendo la lengua ni la cultura de esos lugares. Pero me encanta que a ellos mis obras les puedan decir algo que no me dicen a mí, que las adapten a su cultura y necesidades.
Por ejemplo, Una guarida con luz, acaba con los dos perros protagonistas muertos que se van a buscar a su ama, corriendo y corriendo hacia algún lugar. Cuando la montaron en la India, los perros nos van hacia ningún lugar. Y es que los jóvenes de allí están occidentalizados y hartos de la reencarnación. Si los perros se mueren, se mueren y ya está, expresaron.
Me gusta mucho que lo trasladen a sus vivencias, que hagan algo que yo no haría. Cuando esto sucede aquí, en mi cultura y veo que se hacen cosas raras con lo que he escrito, ya no me gusta tanto.
Tampoco me gustan los directores y las directoras mercenarios. Me gustan los que eligen un texto con verdadera pasión. Por eso no gano mucho dinero. La mayoría de las Compañías que me solicitan los derechos son personas con poco dinero y mucha pasión,
No soy una autora del poder, ni institucional. Me llevo mal con el poder, es algo innato, qué le voy a hacer. Transformación es lo primero que produce el Centro Dramático Nacional de mi país, donde se supone que se estrenan los autores españoles con una larga trayectoria. La mía ha necesitado ser tan larga que casi me pillan muerta.
AH – ¿Qué le parece que la hayan programado en la Sala de la Princesa [la sala pequeña del Centro Dramático Nacional]?
Bueno, en general a las autoras nos programan en las salas pequeñas ¿Será cosa del patriarcado? No obstante, es una maravilla la de dramaturgas jóvenes, buenas y valientes que están estrenando.
AH – Sin embargo, le ha ido mejor con el Teatro Fernán Gómez que pertenece al Ayuntamiento de Madrid
AV – Es verdad. Con ese teatro me he llevado siempre muy bien. He estrenado allí tres obras, con producción independiente siempre.
AH – Su teatro no es un teatro comercial como para poder vivir solo del teatro
AV – No, no lo es. Tampoco es institucional. Es inclasificable. Ya me lo decían cuando empecé a escribir. Guillermo Heras, que dirigía el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas, me decía que era un teatro comercial y que tenía que ir a ver a productores de ese tipo de teatro. Entonces me acercaba a ellos para presentarles mis obras y me decían que no era comercial que me fuese al alternativo. No encontraba sitio ni en uno ni en otro lado.
He vivido del teatro porque he trabajado mucho. He escrito mucho. He hecho talleres, he sido y soy columnista de prensa. No hubiera podido vivir solo de los derechos de autor. Como contestaba una hostelera que vi en la televisión y a la que le cuestionaban las ganancias: “Tengo un menú muy baratito, pero vendo muchos”. Sumando, al final siempre cae algo.
AH – ¿Cómo se hace uno un hueco cuando no pertenece ni a uno ni a otro tipo de teatro?
AV – Tampoco a ningún bando político. Siempre he defendido mi independencia a tope. La verdad, no lo sé. He luchado mucho. Me he ido convirtiendo en mujer multifunción. Salvo poner focos hago de todo en el teatro.
Ya en La llamada de Lauren tuve que sustituir a la actriz que la protagonizaba porque no podía con escenas que le resultaban muy fuertes.
Para poder montarla busqué cómplices. Por ejemplo, a mi profesor Alberto Wainer para que la dirigiera. A un actor amigo para que formara parte del elenco. A Antonio Gómez Rufo, que dirigía el Fernán Gómez [entonces Centro Cultural de la Villa] al que le dije que iba a ser una cosa histórica y que no lo podía dejar pasar Algo que hoy no sería capaz de decírselo a nadie.
Todo lo anterior es trabajo, trabajo y trabajo. Luchar. Y matarse. Me he matado mucho y me mato mucho. Soy muy peleona y tenaz. Cuando creo que hay que hacer algo porque tiene un sentido no me rindo. Me rendiré algún día si me falla la salud o la ilusión, pero de momento aquí sigo.
AH – ¿Ese espíritu peleón tiene que ver con su compromiso social?
AV – Eso es lo único que me importa en este momento. Yo ya no hago teatro ni por la estética, ni por el triunfo, ni por el dinero. Llevo unos años que solo me interesa eso para poder seguir adelante.
Desde que comencé a trabajar con personas en riesgo de exclusión o directamente excluidos en la ONG Caídos del Cielo, eso es lo que quiero hacer. En este proyecto se unen el teatro, como una herramienta poderosa de transformación personal, con lo social. Se unen la estética con la ética, lo que puedo hacer con gente que necesita que lo haga.
Una vez que descubres que puedes darles una mano para que sean más felices, darles herramientas, como una buena dicción para que puedan ser entendidos, enseñarles a mirar para poder ser escuchados, enseñarles a andar para que sean respetados, no puedes hacer otra cosa. Y todo eso lo enseña el teatro.
También intento enseñarles algo de dramaturgia, para que cuando les da un bajón pueden crearse una historia, unos personajes. En Caídos del cielo pretendemos darles recursos para defenderse del mal. Y no los recursos que dan oficialmente, casi siempre enfocados a lo material, sino hacerles saber que tienen a mano un bolígrafo, un papel, unos amigos y una calle en la que puedes hacer una performance o recitar un poema.
AH – Hemos hablado mucho del poder ¿Qué entiende por el poder y qué no le gusta de ese poder?
AV – A mí me gustan mucho los perdedores. Me gusta mucho la gente que no traga. Que tiene pensamiento propio. Que practica la reflexión. Esa gente suele ser diferente. Son personas a las que el poder, que es el que reparte, suele dejarles al margen.
De todas formas, tampoco prejuzgo. Me siento con quien sea y tomo lo que me dé, sin pensar si tiene o no dinero, si tiene o no poder. Si conseguiré, por ejemplo, lo que me hace falta para continuar con Transformación.
Sin embargo, si desde el principio me mira desde arriba porque tiene un cargo y se cree la persona más admirable del mundo, no vamos a llegar muy lejos. Aunque también tengo que decir que he encontrado algunas personas en el poder interesantes, que se salvaban, que no se habían corrompido.
La verdad es que tengo que estar muy agradecida a muchas personas. Cuando escribí Caídos del cielo se lo mandé a un hombre, presidente de una gran Fundación, que la leyó y me dijo que la íbamos a hacer. Invirtió mucho para que el proyecto saliese adelante.
Asimismo, me han ayudado otras muchas personas que tenían poco. Personas que aportando algo de dinero, y que haciéndose socios de Caídos del Cielo, permiten que hagamos los talleres. Sin embargo, no he conseguido que me ayuden de forma estable ni el Ayuntamiento, ni la Comunidad de Madrid ni el Ministerio de Cultura. Que nos cedieran, por ejemplo, un espacio. Siempre que llega alguien del poder a echar una mano, lo hace cuando acaba de perder ese poder.
AH – ¿Cómo agradece usted a todas esas personas que le han ayudado?
AV – Citándolas, recordándolas, escribiéndolas, diciéndoselo. Se lo digo a todos mis maestros. Se lo digo a Alberto Wainer y se lo dije a Buero o Ana Diosdado muchas veces. Uno no puede hacer nada solo. Están todos los que te escuchan, te miran, te rodean y ponen algo. Por eso se lo agradezco.
AH – ¿Hay algo de lo que no le preguntan habitualmente y le gustaría hablar?
AV – No sé, Quizá si es por pedir [dice riendo], a mí me gustaría que se valorase más mi trabajo de dirección de escena. Normalmente se centran en las obras. Sin embargo, trabajo mucho con los actores para que sean los protagonistas de la función. Por eso me duele que en las críticas no se destaque la excelencia de la interpretación.
En Transformación, creo que habría que subrayar mucho más el trabajo que hacen todos, la pasión, la verdad que expresan de forma única, la armonía de equipo. Quizá el que la mayoría venga de Caídos del Cielo influye. Pero no me parece justo.
Quizás se deba a que en este país no se te pueden reconocer dos talentos. En mi caso se centran en el texto, cuando en mis puestas en escena siempre trabajo duro para que exista una conjunción máxima entre todos los componentes del equipo artístico.
AH – ¿Se siente más reconocida como autora que como directora?
AV – No soy una directora de grandes espectáculos. Soy una directora de cuatro tablas y una pasión. Pero creo que consigo cosas especiales en la interpretación. Algo que está en la filosofía y pedagogía de Caídos del Cielo: una autenticidad singular. Pero como les digo a mis actores, los críticos son señoras o señores particulares que tienen una opinión particular.