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Ruptura y despedida en la pareja

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Tras una separación, deseamos rehacer la vida cuanto antes, pero a menudo algo nos estanca en el pasado. ¿Qué nos impide salir adelante? ¿Cómo recuperar la ilusión por el amor? En la despedida, honesta y pacífica, está la solución.

 

Esto no da para más. Ya le he propuesto hablar con los niños y así poner fin a nuestro matrimonio. Necesito rehacer mi vida lo antes posible, olvidarme de él, dejar de sufrir. Desde ahora, borrón y cuenta nueva. Me duele por los niños, pero a la larga lo entenderán. Yo no aguanto más, quiero dar este paso y empezar ya mismo una vida nueva.”

Cuando trajo estas palabras a mi consultorio, Inés pensaba que estaba dando el último paso para cerrar un capítulo importante de su vida. En ese momento, ignoraba que la verdadera separación es un camino del cual sólo había recorrido el principio.

La separación física es la culminación de sólo una parte de un proceso, un camino de bajada que comienza a gestarse cuando el terreno de la relación de pareja se vuelve árido. Notamos que la relación se va lastimando y la vida en común nos trae sufrimiento. Entonces la idea de la separación aparece al acecho, sobre todo cuando, dentro nuestro, sentimos que el divorcio ya ha ocurrido más allá de nuestra voluntad. Luego, se desemboca en la dolorosa decisión.

Pero necesitamos saber que la separación no es un acto, sino un camino que necesitamos recorrer antes, durante y después de separarnos físicamente. Es un proceso que lleva tiempo y sólo cuando lo completamos, sólo cuando nuestra alma “suelta” al otro estamos en condiciones de aproximarnos a la paz que necesitamos y reabrirnos al amor.

EL OLVIDO IMPOSIBLE

Como en el caso de Inés, la separación física alimenta la idea de que es posible comenzar ya mismo una vida nueva, “borro y comienzo nuevamente”. Pero, en muchos casos, no es posible. A veces, al cabo de un tiempo, la historia pasada comienza a pesar nuevamente. En ocasiones, la intención de “extirpar” la relación es tan intensa que sucede lo contrario, no hay quien nos saque a la otra persona de la cabeza y rehacer la vida se pone cuesta arriba.

Abordar la separación con esta mentalidad “quirúrgica” alimenta expectativas que sólo traen desilusión. En el alma no existe el olvido, nada se puede borrar ni extirpar: podría amputarme una pierna, pero aun en ese caso tendré la presencia de esa ausencia. Así sucede con las relaciones íntimas. Por eso un vínculo nunca termina, y mucho menos cuando hay hijos. Podemos terminar la relación, pero el vínculo sólo podemos cambiarlo, transformarlo. Si queremos reabrirnos al amor necesitaremos esforzarnos para lograr que ese vínculo quede inscrito lo mejor posible dentro nuestro. Decir estas palabras en el proceso de separación cae como sal sobre una herida: “¡Cómo quieres que quede con un buen vínculo con ese delincuente!”, intentaba explicarme Inés.

RENCORES QUE ESTANCAN

Es esperable que después de una separación –en especial si fue tormentosa– persistan sentimientos intensos que necesitan expresarse. Muchas veces, nos sentimos invadidos por el odio o nos situamos como víctimas “involuntarias” de las acciones del otro, con el consiguiente resentimiento.

Entonces queremos buscar sosiego por el camino equivocado: borrar a nuestra ex pareja del mapa. “Para mí, de ahora en adelante, no existe”, decía Inés, sin advertir que el ex marido forma parte indisoluble de su historia. Cuando no conseguimos superar el odio y el resentimiento normales de los primeros momentos, cuando quedamos estancados en ese enfado, aquél a quien queremos olvidar aparece, una y otra vez, en nuestra escena actual; nos dice “aquí estoy” en cada sentimiento intenso que experimentamos.

No cabe duda de que es difícil despedirse y, por eso, a veces elegimos quedar ligados por el odio. Pero esta manera de estar unidos nos causa mucho daño, tanto a nosotros mismos como a nuestros hijos. De ahí que sea necesario superar la situación. Resulta crucial descubrir esta paradoja: creemos que el odio y el resentimiento son factores de separación, cuando en realidad nos mantienen atados y nos dificultan la despedida. Porque de eso se trata, de posibilitar la despedida. Pero, ¿cómo podríamos despedirnos de quien tenemos tan presente?

En ninguna relación afectiva cercana podemos borrar al otro. “Mi hermano ha muerto para mí”, por ejemplo, es otra de las expresiones representativas de un intento inútil. No es posible borrar lo que sucedió; nos guste o no, lo sucedido está en nuestro interior y sólo cabe aceptarlo.

ASUMIR LO SUCEDIDO

“Tú dirás lo que sea, pero yo estoy en camino de borrar esa parte. ¿Para qué quiero conservar algo que es puro dolor?”, decía

Inés. Pero la realidad es que necesitamos aceptar nuestra historia, aunque la aceptación tenga mala fama y pueda parecer un gesto de debilidad. Sin embargo, sólo se trata de reconocer lo inevitable: aceptamos lo que sucedió, simplemente, porque ha sucedido, es un hecho, es pasado. Puede no gustarnos, podemos querer no repetirlo, pero la falta de aceptación de lo ocurrido nos conducirá, sin darnos cuenta, hacia una batalla perdida: luchar contra lo que fue.

Si pudiéramos detenernos y reflexionar con calma nos sorprendería cuán a menudo estamos sutilmente trabados en una batalla con el pasado, gastando energía en el inútil trabajo de cambiar lo que fue. El odio y el resentimiento son herramientas que nos evitan entrar en la aceptación y el dolor; al principio, proporcionan un alivio aparente pero, cuando la situación perdura, el precio a pagar es infinitamente caro.

Inés quería borrar a su ex marido de su cabeza porque era “odiable” y traía pruebas contundentes, al menos, desde su punto de vista: “No me pasa el dinero suficiente, no se ocupa de los niños como debiera, yo estoy desecha y él disfruta de la vida como si nada…”. Las quejas ocuparon sesiones y sesiones, estaba completamente aferrada a la “justicia” de sus reproches. Es habitual que, en cuanto se da la separación, nos parezca gran cosa saber quién tiene la razón, como si asegurarnos de que estamos del lado de la “justicia” sirviera para algo. Es sorprendente la energía que gastamos en declarar al otro como culpable de todos nuestros males y lo poco que nos alivia en realidad.

Aunque logremos que un tribunal universal declare nuestra inocencia y la culpabilidad total del otro, nos sentiremos igual de tristes porque la razón, en cuestiones del corazón, es un instrumento ineficaz. Lo más importante es aquello que se quebró o lo que nunca pudo ser; éste es el dolor que subyace y no lo podemos aliviar con justicia.

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TRAS EL DOLOR LLEGA EL AMOR

Entrar en el dolor es, como ya hemos señalado, poder entrar en contacto con la tristeza como cuando muere un ser querido. A nuestro corazón poco le importa de quién fue la culpa, sólo siente el dolor inmenso de la ausencia que le queda.

Pero con el tiempo vamos descubriendo que ya no necesitamos escaparnos por la vía del enfado, como si nuestro corazón pudiera admitir: “Qué pena que fue así”. Así como detrás del odio está el dolor y la tristeza, detrás de la tristeza está el amor que nos devuelve nuestra conexión con la vida.

Superar el odio es fácil de decir, pero ¿cómo lograrlo? ¿Cómo calmarse cuando estamos inmersos en una multitud de “hechos” que nos instalan en el odio? En realidad, sucede que lo que me enoja no es tanto el hecho como la interpretación que hago de él.

Para aclararlo, sigamos con el caso de Inés. Uno de sus primeros relatos fue la supuesta infidelidad de su marido con una compañera de trabajo. Tal como ella lo contaba parecía que el futuro de la pareja dependía de la comprobación de ese suceso. Si era verídico, todo se acabaría, y si era falso, todo seguiría “normalmente”. Con la cara roja me increpó: “¿Cómo más allá de que sea cierto? O sea que, para ti, el hecho que mi marido me haya traicionado o no, es sólo un pequeño detalle”. Lo que trataba de explicarle es que una infidelidad no tiene una interpretación fija, tal vez sea la muestra de una crisis momentánea de la pareja, una crisis personal o la evidencia de que existen irreparables y profundos desencuentros.

Con esto no quiero minimizar ni hacer apología de la infidelidad, sino subrayar que lo más importante es lo que le sucedió y lo que le está sucediendo por dentro a la pareja, mas allá de la existencia de un amante. De hecho, hay muchas parejas en las que no hay amantes de por medio, pero la relación está mortalmente dañada.

VISIONES DIFERENTES

Así como una infidelidad puede tener distintas lecturas, resulta crucial para aflojar el enfado aceptar que la entera relación de pareja tiene, al menos, dos lecturas: la de cada uno de los integrantes. No hay una verdad, sólo miradas. Cuando miro un hecho lo estoy haciendo con los lentes construidos con los materiales de mi historia y ésa es mi verdad y no “la verdad”.

Esto no resulta novedoso, al contrario, nos cansamos de decirlo por fuera y, sin embargo, por dentro seguimos pensando que tenemos la verdad. En las acaloradas discusiones que rodean a la ruptura de la pareja tratamos de imponernos ya que es más fácil pensar que el otro es un necio que aceptar que su verdad y la de uno no coinciden, admitiendo la tristeza del desencuentro.

Inés pudo aceptar que su marido tuviese otra visión, que debía desprenderse del odio, pero cuando llegamos al siguiente paso, al controvertido tema del perdón, nos encontramos con un verdadero impedimento. “O sea, que después de todo lo que me hizo, ¿ahora pretendes que disfrute de mi perdón? Así él queda tranquilísimo y yo muerta de rabia”, protestaba Inés.

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PERDONAR Y SEGUIR EL CAMINO

El perdón también tiene mala fama, se ve como una gracia que se le otorga inmerecidamente al otro cuando deberíamos mirarlo como un gesto de consideración hacia nosotros mismos. Porque perdonar es esencialmente cancelar las demandas y las expectativas hacia el otro, es aflojar los requerimientos que imponemos para que la persona sea o actúe de determinada manera. Es reconocer lo inevitable: el otro es quien es. Así puedo elegir no estar a su lado y, al mismo tiempo, perdonarle; no olvidar lo sucedido y aprender de la experiencia. Algunas veces es bueno recordar para protegerse, por ejemplo, de una pareja violenta.

Cuando conseguimos cancelar las demandas, penetrar en nuestras creencias y actitudes para descubrir las expectativas escondidas –sobre mí y sobre el otro– y renunciar a ellas, damos paso a la posibilidad de encontrarnos frente a frente con todas nuestras fortalezas y debilidades. Quizá nos invada la pena de lo que no pudo ser o de lo que se perdió, pero también experimentaremos sentimientos de bondad y aceptación.

De esa forma, llegaremos al final del camino de la separación y estaremos en condiciones de despedirnos diciendo algo parecido a las palabras del psicólogo alemán Bert Hellinger: “Te quise mucho. Todo lo que te di, lo di con ganas. Tú me diste muchísimo y lo honro. Por aquello que entre nosotros nos fue mal, yo asumo mi parte y te dejo la tuya. Y ahora te dejo en paz…”.

PARA SUPERAR LA SEPARACIÓN

El enfado nos mantiene unidos a aquél de quien queremos separarnos. Y persiste porque no queremos renunciar a cambiar el propio punto de vista. Pero no se trata de dejar de ver lo que vemos, sino de ampliar nuestro campo de visión con el objetivo de ser capaces de comprender, perdonar y quedar en el estado de paz interior que tanto necesitamos para avanzar en nuestra vida personal. La práctica continua de los siguientes ejercicios nos ayudará a conseguirlo:

Escribe la carta del otro

Procúrate un momento de calma solitaria sin perturbaciones externas. Escoge un lugar agradable, quizás ambientado con una suave música. Toma una hoja de papel y disponte a escribir una carta que te dirigirás a ti mismo. El remitente será tu ex pareja. Ponte en su piel y escribe lo que él querría decirte. Piensa que el otro también está sufriendo –a su manera– la separación.

Encabeza la carta con un “Querida/o (tu propio nombre)…” y comienza a escribir sin pensar en lo que sale. Intenta conectar con el corazón de tu pareja sin caer en peleas o argumentos circunstanciales. Cuando acabes, haz una pausa y reléela, dejándote penetrar por lo que dice.

Busca miradas nuevas

Haz una lista de las situaciones que vivías con tu pareja –o vives en la actualidad– que más te irritaban. Busca, desde una mirada positiva, otras interpretaciones de la misma situación. Aunque no las apruebes, aunque no consigas aceptarlas, al menos date cuenta de que hay otras visiones posibles.

¿Qué te enseñó la relación?

Haz una lista de todo lo que te ha enseñado la relación que se cerró, a pesar de las dificultades que has tenido que vivir. Dedícale tiempo y procura ser honesto.

Agradece lo positivo

Cierra los ojos y vuelve a los instantes en que sentiste bienestar, alimento, protección o cualquier sensación positiva durante la relación. Después, haz un listado, aunque sea de pequeños motivos, de las cosas que puedes agradecerle a tu pareja.

Los regalos de la vida

Complementa la lista anterior con una lista de cosas, grandes o pequeñas, que puedes agradecerle a la vida.

Despedida y bienestar

Cuando logres hacer estos ejercicios con el corazón abierto, es probable que aparezca la nostalgia y la pena. Sin embargo, poco después hallarás la paz necesaria para una despedida llena de aceptación por lo que fue y por lo que no pudo ser y, desde allí, comenzar el camino de reencuentro con el amor.

Para saber más

En La pareja rota (Ed. Espasa Calpe), de Luis Rojas Marcos, se describe el proceso por el que pasan los cónyuges y los hijos en el período de la separación y ofrece valiosos consejos para sobrellevarlo. Rupturas: una doble visión (Ed. Urano), de Cristina Falleras, enseña cómo afrontar y resolver con éxito los conflictos en general y las separaciones, en particular. En ¡Me ha dejado! (Ed. DeBolsillo), de Salvador Reyes, se exponen, con un tono cargado de buen humor, prácticas sugerencias para superar el trance de la ruptura cuando es el otro quien decide alejarse.

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