Un día algo te pone en pie, te despierta la atención y te encuentras buscándote más allá de las coordenadas físicas. No tiene que ser necesariamente lo más importante que has vivido, (todos somos capaces de encontrar uno, solo uno, que se alza sobre los demás, sé que sabes de que hablo) y, sin embargo, el momento pasó, y la vida se le echó encima con todo su peso, sin más ni más; tampoco tiene por qué coincidir con una de esas crisis numéricas en las que la mera variación de un dígito remueve desatinos o cuentas pendientes.
Más bien es algo que se mueve imperceptiblemente dentro de ti, que suma voces en off, a las que no escuchamos, mientras avanzamos en lo cotidiano. Pero un día, algo te pone en pie. Esas voces en off, ese “yo” que no se quería conformar pero al que acallábamos, toma las riendas y te dice que basta, que se planta, que no sigue por ese camino.
Y por fin abres los ojos y te das cuenta de que el camino no era camino, que te lo había prestado la vida, con sus inercias, las obligaciones improrrogables, la gente que se siente más cómoda siendo igual al resto…
Y entonces echas la vista atrás, a aquella niña que fuiste e, indefectiblemente, la ves hacerse pequeñita mientras navegabas mar adentro. Y, en medio de la mar, revuelta a veces, castigadora o calma, te preguntas qué quedó de aquella niña en ti; qué del compromiso de llevarla a este circo que es la vida, y disfrutar de él con ella, qué de la inocencia, de los sueños, de la magia.
En ese momento cobras conciencia de que tienes un compromiso contigo misma; un compromiso de lealtad con los castillos que aquella niña construía en el aire, con la misma pala con la que levantaba fortalezas de arena en la orilla y que, con independencia de las circunstancias, abrirse camino hasta ellos es una cuestión de supervivencia pero, sobre todo, una elección; es más, que para aquellos que luchan, que no huyen de la trinchera, ni enrocan el rey tras la torre de cristal, puede haber repartidas espadas entre las cartas que te sirve la vida, pero solamente en el tablero puede darse un póker de ases.
Así que, en los cinco minutos que median entre mano y mano, aprovecha para descorchar un tinto de esos de música francesa y brindar por tener el coraje de recordar que una piedra … es el principio de un castillo.
Porque la vida es de quien la pelea, de quien jamás deja de apostar y conserva el calor en la sangre.
https://champagneparadesayunar.wordpress.com/2015/11/25/yo-mi-me-conmigo/