Esta tarde lluviosa hago de chófer y psicóloga, dos de las muchas ramas laborales que desempeño en mi trabajo de madre. Mi hija, adolescente que el mes que viene tendrá ya 18 años, necesitaba consuelo por una mala nota, así que me la he llevado a comer para ayudarla con mi cháchara a darse cuenta que, cuando el esfuerzo ha sido grande, no existe el fracaso. Ahora la miro mientras disfruta de su gran pasión, los caballos. La miro con admiración pues sé que aprender a montar, aunque le gusta, no es su objetivo de cada Viernes por la tarde. Ella conecta con el animal, haciendo que dos almas se paseen juntas. No quiere dominarlo, sino entenderlo. No quiere forzarle a hacer lo que ella quiere sino aprender que quiere el animal e intentar hacerlo ella. No hay en ninguno de sus gestos nada negativo, ni un ápice de intento de sometimiento. Los dos son uno. Ella quiere estudiar doma natural. Y encajar eso en su desarrollo profesional. No es un título homologado, ni siquiera se estudia en una universidad. La sociedad nos dice que hay que tener un papel en un marco que te diga que “eres x”, que has pasado cuatro años (si eres afortunado y muy listo) de tu vida estudiando algo que se parece a lo que te gusta. En el caso de mi hija, veterinaria. Pero es que en realidad ella no quiere ser veterinaria, quiere dedicar su vida a los caballos, a tratarles de una forma distinta a como estamos acostumbrados a hacerlo. A desarrollar algo que hoy prácticamente nadie conoce. Hoy pensando en ella me he dado cuenta que quizás no enfocamos bien la educación. Que hago empujándola a estudiar una carrera que no le gusta??? Hoy me he dado cuenta, viéndola dar una zanahoria al caballo que no quiero que mi hija estudie esa carrera y malgaste cuatro años maravillosos de vida estudiando algo que no le gusta, simplemente para decorar una pared y que la sociedad la acepte como alguien “normal”. La realidad es que eso sería lo normal. Pero yo quiero que sea diferente, que desarrolle todo el potencial que tiene y gaste sus energías en eso. De pronto no me asusta que no haga lo que hacen todos porque me he dado cuenta que lo que quiero por encima de todo es que sea feliz, en cada instante de su vida. Porque si ella lo es, yo también lo seré. Y para ser “normal” siempre habrá tiempo.
A veces el mejor camino no es la recta
