Dicen que la distancia mata el amor. Pero también que la rutina mata la pasión. ¿Cómo encontrar el equilibrio? Difícil, pero no imposible.
Muchas parejas, por circunstancias de la vida (a veces muy puñetera) tienen que vivir su amor en la distancia. Cambiar los besos y abrazos de verdad por besos y abrazos virtuales (en el mejor de los casos). Viviendo en la ilusión, en la desesperación, en la esperanza… en una continua espera. Esperando reencuentros.
Otros conviven, pero con una distancia que, sin ser física, puede ser enorme. La rutina se ha apoderado de ellos y la pasión se ha esfumado como la ceniza de un cigarro. Pasando de los besos robados a los besos forzados. Sin pasión. Sin ilusión.
En la distancia el amor puede reforzarse. Viviendo en una constante montaña rusa, donde hay cabida para todo tipo de sentimientos. Sufrimiento, ilusión, desesperación, esperanza… Cuando vuelven a reencontrarse ese amor es más intenso, la pasión es desbocada, los besos más cálidos. Y la unión más fuerte.
Un suspiro de amor puede cruzar fronteras, atravesar océanos. Es un hilo irrompible. Y si se rompe es que no era amor. Del de verdad, del que te desgarra por dentro. La distancia no puede ser excusa para el olvido. No cuando es AMOR, así, en mayúsculas.
Hay personas que viven en pareja, pero esa convivencia se convierte en su propio enemigo. El trabajo, los quehaceres domésticos, los hijos… la rutina se apodera de su ser y el amor pasa a un segundo plano.
Quizá lo ideal sería separarse un tiempo, dos o tres días, una semana, depende… el tiempo necesario para echarse de menos, para añorar las caricias y los besos y para ilusionarse pensando en el reencuentro.
Mantengamos unido ese hilo invisible y no permitamos que las distancias (físicas o mentales) lo rompan…