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Romper la vajilla

Aquellos platos, todos iguales, de porcelana fina, en azul cobalto y filo dorado. Bonitos eran pero no eran para mí. Como la maternidad.

En mi casa los platos de la vajilla son todos diferentes. Uno rosa, otro color crema con topos negros, otro azul, otro con dibujo geométrico. Me encanta que así sea aunque en el pasado, en mi otra casa, esto no era así.

Al escribir “mi otra casa” me voy a un tiempo muy lejano en el que no me reconozco.

Ya no queda nada de aquella mujer que pagó a plazos la vajilla Real de Galería del Coleccionista antes de casarse. Aquellos platos, todos iguales, de porcelana fina, en azul cobalto y filo dorado. Bonitos eran pero no eran para mí.

Como la maternidad.

Si lo hubiera sabido.

Si lo hubiera sabido antes.

Si lo hubiera sabido antes no hubiera comprado esa vajilla.

Si lo hubiera sabido antes no hubiera sido madre.

Pero todo esto que aquí escribo con relativa calma no me atrevo a decirlo abiertamente a nadie. Por miedo. Miedo a esas caras de rechazo y extrañeza que me devuelven los demás.

Porque las madres no dicen esas cosas.

Hace unos días vi el documental “Amazona”. Es un trabajo basado en una serie de entrevistas que una hija ya adulta y embarazada de su primer bebé le hace a su madre.

Esta hija va al Amazonas donde vive su madre y convive con ella en busca de respuestas. La cuestiona, dulcemente, pero la cuestiona por el hecho de haberles abandonado a ella y a su hermano cuando eran niños.

Esta mujer encinta necesita entender a su madre y por qué hizo lo que hizo. Cómo pudo irse sin más a la selva para vivir su propia vida y desligarse de lo que la experiencia de la maternidad se supone que comporta.

Durante semanas madre e hija conviven en la cabaña, hablan, bailan, se ríen, comen, duermen, lloran…y la hija le pregunta a su madre “pero ¿tienes que reconocer que te equivocaste, no?”. A lo que la madre responde rotunda “¿Equivocarme, yo? ¿Por vivir mi propia vida?”.

La hija se queda sin respuesta.

Me viene a la mente la palabra “sacrificio” que las mujeres tenemos tan, tan interiorizada. Veo a esa hija cuestionado el “escaso” sacrificio de su madre y la comprendo. Y me veo a mi misma. Me veo a mi misma en aquella casa de antes que no era mía en realidad tirando uno a uno todos los platos de la vajilla Real de Galería del Coleccionista por el balcón.

Eso fue justo antes de dejarlo todo.

Dejarlo todo para vivir mi propia vida.

Porque la propia vida es lo único que una tiene.

Aunque hay una pregunta que me sigue martilleando el cerebro ¿puede el amor convertirse en sacrificio?

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