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Ruth Iniesta, la frescura de la ópera

Todo el mundo se equivoca y de todo se aprende

Ruth Iniesta es noticia porque forma parte de ese largo elenco de sopranos que van a cantar el personaje principal de La Traviata de Verdi con el que el Teatro Real inicia la nueva normalidad. Cantante que ha llegado a la ópera procedente del teatro musical, pasando por la zarzuela, y que ya ha recibido importantes premios operísticos como el Campoamor otorgado por la revista Codalario o El Ojo Crítico de Radio Nacional. Y que no solo tiene una carrera nacional, sino que ha cantado en lugares tan emblemáticos como el Teatro Massimo de Palermo, la Arena de Verona, el Gran Teatre del Liceu de Barcelona, el ya mencionado Teatro Real, el Maggio Musicale Fiorentino, la Ópera de Melbourne o el Teatro Regio de Turín.

Antonio Hernández (AH) ¿Qué supone cantar Violeta en el Teatro Real?

Ruth Iniesta (RI) – Es un rol muy emblemático. Creo que está a la par que Lucía de Lammermoor. Para mí es un regalo y un privilegio.

Me ha llenado de felicidad sobre todo en este momento en el que estábamos todos en casa. Sin ver nada más allá en el horizonte. El que me lo hayan ofrecido ha supuesto un rayo de luz.

AH – ¿Cómo llega una soprano a cantar Violeta? ¿Cómo comenzó usted su carrera para llegar a este rol?

RI – Me llevo subiendo a un escenario desde que cumplí la mayoría de edad. Empecé en teatro musical. La ópera me llegó por casualidad. Por una serie de decisiones que fui tomando. Soy de lanzarme a probar las puertas que se abren para ver si me gusta o no.

He cantado siempre, desde muy pequeña. Tenía claro que me quería dedicar a cantar. Era mi manera de expresarme en cualquier situación. Otra cosa que también me gustaba era bailar. Así que empecé a investigar y descubrí el teatro musical.

Uno de mis maestros de canto me dijo que estudiar canto clásico me daría toda la técnica necesaria para cantar lo que yo quisiera. No conocía nada del repertorio operístico y me lancé.

Me presenté a las pruebas de selección del Conservatorio de Arturo Soria en Madrid que pasé. A partir de ahí empecé a conocer todo un mundo de colores que podría utilizar. Me fui enamorando poco a poco.

En 2010 hice Los miserables, mi último musical en Madrid. A partir de ese momento empecé con la lírica porque quería probar, cambiar de tercio. También era un momento en el que en el teatro musical no había muchas oportunidades si no se cumplían ciertos cánones de belleza.

Además, me di cuenta de que en el mundo de la ópera primaba más la formación musical y lo que pudiera transmitir en un escenario. A parte de que me gustaba el repertorio de la ópera en sí, el tipo de música.

Hice mi primer papel operístico en 2013 en el Teatro de la Zarzuela. Un papel muy pequeño, de 5 frases de La vida es breve. A partir de ese momento este teatro me fue dando pequeñas oportunidades en el mundo de la lírica. Oportunidades que cada vez eran más grandes.

Hice el mismo trayecto que en el teatro musical, donde había empezado por cosas pequeñitas hasta que hice mi primer protagonista en We Will rock You.

En el mundo de la lírica ha sido igual. Pasito a pasito. He llegado a La Traviata después de decir varias veces que no. Antes quería hacer otros papeles que me dieran más seguridad. Violeta es muy exigente y tienes el riesgo de dejarte llevar por la emoción. La música de Verdi es muy temperamental. Exige tener la mente fría a cierto nivel para poder controlar bien toda la ópera.

Antes de cantar Violeta, quería hacerme bien con los papeles de Lucia de Lammermoor, con Elvira en I puritani. Papeles que también son largos e intensos, pero que están más centrados en el trabajo con la voz porque son más de bel canto. Hasta que, por fin, conseguí el aplomo para hacer La Traviata. Fue en septiembre del año pasado que la hice en Palermo.

AH – ¿Cómo se dice que no a cantar una Violeta?

RI –. Con mucho esfuerzo. Es un caramelo. ¿Quién no quiere hacer Violeta? Tienes prácticamente todo en ese papel. Tiene muchos colores que explotar y una evolución dramática muy importante.

Negarse se hace con cabeza. Como me han dicho mis maestros esto es una carrera de fondo. Si con 20 o 25 años te pones a hacer papeles así, papeles que te ponen al límite, estás acortando el recorrido. Haces trabajar las cuerdas vocales a marchas forzadas.

Que cantes una Violeta más o menos bien, no significa que sigas cantándola más o menos bien en los próximos 5 años con el nivel de agendas que se mueven en la lírica. Por ejemplo, el año pasado no pisé mi casa más de dos meses. Vas enlazando producciones. Por eso debes tener cuidado con el repertorio porque hay que ir moldeando la voz con tranquilidad.

Es difícil mantener la mente fría para decir que no. Es que te llegan oportunidades así y ¿cómo lo rechazas? Lo haces pensando a largo plazo.

AH –¿Cómo se detecta que uno tiene el aplomo para hacer La Traviata?

RI – Lo importante es conocerse a sí mismo. Conocer tus límites, pero para que no te limiten. Si no, para saber cuáles puedes sobrepasar. Así se va construyendo una base más sólida.

Es verdad que llega un punto en que empiezas a verte en papeles más exigentes. A lo mejor no dramáticamente pero sí vocalmente. La citada Lucia o Gilda de Rigoletto.

Una vez que vas viendo que los nervios los vas controlando, que tienes claro lo que puedes hacer, es el momento, porque puedes cantarla tranquila.

Bueno, nervios siempre hay. El día que no salgo al escenario nerviosa, mal. Saber que puedes pasar por encima de esos nervios, es un conocimiento que te lo da el tiempo y el conocerse a sí mismo.

AH- Sin embargo, en su currículo pone que usted empezó por la danza y el flamenco. Parece que usted no iba para cantante.

RI –Cantar canté siempre. Lo de la danza se produjo por un cúmulo de muchas y variadas circunstancias. Mis padres trabajaban muchas horas, y nosotros salíamos pronto del colegio. Había horas lectivas que completar.

Por diversos motivos, el acceso a las clases de danza era más fácil y también iba mi hermana, con lo que resultaba más cómodo llevarnos a las dos. Sabía que no me iba a dedicar a la danza, pero sí necesitaba saber expresarme y conocerme bailando.

A mí siempre me ha tirado la música, siempre me ha venido de forma natural. Así que, a parte de llevarme a la danza, me regalaron un teclado eléctrico, y aprendí de oído en casa. Iba sacando las canciones de los artistas que me gustaban, hasta que entré en la escuela municipal de música y empecé a estudiar piano como Dios manda.

AH – ¿A qué edad entro en esa escuela?

RI – Tarde. A los 14 años. Por eso no me dedico al piano. A los 18 años terminé el instituto, hice la selectividad, saqué suficiente nota para estudiar lo que iba a estudiar. Sin embargo, ya que iba a tener que trabajar para pagarme mis cosas, decidí meterme en el conservatorio y probar.

Siempre estaba eso que te decían de tener un trabajo seguro, pero tenía muy claro hacía donde quería ir. Así que probé, sabiendo que tenía un plan B. Que había aprobado la selectividad con suficiente nota para ir a la universidad a estudiar lo que quisiera.

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AH – ¿Cómo se les dice a unos padres que uno se quiere dedicar a la música?

RI – Bueno, hay antecedentes en la familia. Mi bisabuelo, Enrique Iniesta, fue músico profesional. Un violinista muy conocido en Latinoamérica.

La tradición musical de la familia se paró en él. Entre otras cosas por lo que se pensaba del mundo de la farándula. Pensamiento que en el caso de la generación de mi madre ya se había desvanecido un poco, a lo que se añadió que a ella le gustaba mucho la música. Aunque ella nunca me forzó a estudiarla, por eso no empecé de pequeña. De hecho, me apuntó a música después de insistir y comprobar que era lo que yo quería.

Sin embargo, mi padre me obligó a estudiar bachillerato con el compromiso de que cuando tuviese 18 años yo decidiría. Acabe el instituto y a esa edad me dije era mi momento y empecé en el conservatorio. Lo primero que hice fue buscar “casting para teatro musical en Madrid” en Google y así empecé.

AH –¿Qué rescataría de su experiencia en el musical?

RI – Me ha servido muchísimo para la ópera. Cuando comencé no había, como ahora, un programa completo de formación. Entonces tenías que ir picoteando de un sitio y de otro. Tenías que dar clases sueltas de danza y de interpretación teatral.

Todo eso me ha dado un bagaje y un control escénicos con los que ya llegué a la Escuela Superior de Canto. Un control corporal que me ayudó muchísimo a la hora de cantar y a la hora de escenificar lo que cantaba. No estaba centrada únicamente en la parte técnica de la voz.

Adquirí soltura escénica y aprendí a construir los personajes desde el texto. Creo que, hoy en día, encima de un escenario, esa es mi identidad profesional como cantante. Así que, al teatro musical le debo mucho.

AH –De lo que destacan de usted como interprete, en un amplio sentido, ¿qué es lo que más le agrada que digan?

RI – Me dicen que transmito mucho, que hago una interpretación muy sincera. Creo que es verdad. Por eso no me metí a cantar La Traviata desde el principio.

Para mi la parte escénica me llena mucho, también. Y siempre me la tomo muy en serio. Pero no quiero que comprometa la parte vocal. Por eso hay papeles para los que he decidido esperar hasta tener ese control que te comentaba.

Bueno, me decían esto y que se me entendía mucho el texto. Lo que me agrada, la verdad.

AH – En su página Web oficial destaca mucho a los directores de escena con los que ha trabajado ¿por qué?

RI – Porque creo que lo musical y lo teatral deberían estar al 50%. Al final, te encuentras encima de un escenario contando una historia. Obviamente, la música tiene que estar, porque si la música no está, la historia no se transmite.

Hay directores de escena que, en este sentido, realmente te ayudan a construir un personaje con mucho más relieve de lo que lo harías por ti misma. Por eso creo que hay que citarlos. Trabajando con todos ellos he aprendido algo, tanto de mi misma como del personaje que iba a interpretar. Me han aportado mucho.

AH – ¿Se puede saber que le han enseñado? ¿Qué ha aprendido?

RI – He aprendido que no hay una única versión de las óperas. Es algo que sabes, pero, a veces, al escuchar una ópera cien veces, parece que solo hay una única forma de hacerlo.

También he aprendido a mirar los subtextos y a investigar en los colores. Algo que no solo me han dado los directores musicales. Por ejemplo, el director de orquesta Michele Mariotti me ha enseñado mucho sobre mi propia voz, sin pretender enseñarme sobre ella. Lo ha hecho pidiéndome determinadas calidades de sonido o colores. Con esas peticiones he aprendido otras cosas y he sobrepasado límites.

Lo mismo me ha pasado con muchos directores de escena. He llegado pensando en que lo que hacía el personaje tenía una intención, pero ellos me han hecho pensar para que mi versión tuviese mucho más relieve. Ellos me han enseñado que no hay un solo camino para interpretar una ópera. Que hay muchos y que la gran mayoría son lícitos. Que hay que mirar más allá de lo que se ha hecho.

AH – En este sentido ¿qué cree que va a aportar usted a Violeta frente al resto de sopranos que van a cantar el mismo personaje en el Teatro Real?

RI – Como no tengo un bagaje operístico, ni me he pasado la infancia escuchando ópera, ni he sido mitómana, creo que, no solo a esta Violeta, sino a la ópera en general, aporto frescura. Le doy una visión más actual partiendo de la partitura, obviamente cantando lo que hay que cantar, en su estilo.

También toda la parte escénica que he trabajado en el teatro musical. Es algo que llevo siempre conmigo. En mi opinión eso permite darle mucho juego.

AH – ¿Qué le gustaba del mundo del musical?

RI – Era más relajado. Y, entre comillas, tenías más libertad porque teníamos el truco del micrófono. Si un día estabas un poco peor de voz, tirabas de rasgar, o de pedir que te subieran los graves en el micrófono

El teatro musical desgasta mucho. Se hacen funciones de martes a domingo. Se doblaba los viernes y los sábados. Y en ocasiones, en mitad de la semana, teníamos matinales para colegios. Nos cantábamos todas esas funciones, lo que por un lado te da resistencia, pero por otro lado te machaca.

En la lírica no te puedes esconder en el micrófono. La voz está totalmente desnuda y a la mínima que estás mal se nota. En ese sentido, el musical es más relajado.

En el musical más moderno se lleva mucho el personalizar las melodías. Una vez que ha terminado la melodía principal cada cantante puede meterle sus adornos, sus giros vocales.

En la ópera eso está mucho más limitado a una sola cadencia, una cadencia que muchas veces tienes que hacerla de forma tradicional, porque sino parece que no respetas la música. Algo que empieza a cambiar y se empieza a ver como antiguamente, en el que cada cantante de ópera hacía su versión de lo que cantaba.

Lo que me gusta de la lírica, es que se profundiza muchísimo en toda la parte musical. Se busca mucho más relieve. Al menos, más que en la época en la que yo viví el teatro musical. Entonces casi nadie leía música ni partituras, era un trabajo más rápido. En la ópera se trabaja más al detalle, y eso me llena mucho.

AH – ¿Cómo de importantes han sido los premios en su carrera profesional?

RI – Me han dado mucha visibilidad. Hace que gente que no me conoce se haya fijado en mi o recuerde mi nombre. Y los premios que vienen con dotación económica me han servido para ampliar mis estudios.

Gracias a la beca de estudios BBK que me dieron en el Concurso de Canto de Bilbao por 2012, me pude ir a estudiar a Salzburgo. Allí asistí a una masterclass con Helen Donath. Salir no es porque lo que se estudia en España no valga, es porque te abre la mente. Abres horizontes.

El último premio que he recibido ha sido el Ojo Crítico de Radio Nacional. Premios como este te dan un empujón mediático muy importante. Tras recibir este tipo de premios te toman más en serio, aunque en el fondo no cambia nada. El trabajo que vas a hacer es el mismo que venías haciendo y por el que te han dado el premio.

Al menos yo, voy a seguir trabajando con el mismo ahínco con el que lo hacía. Aunque hay que reconocer que un premio te insufla energía. Te da muchísima fuerza para seguir haciendo cosas, porque por el camino hay muchos baches.

AH – ¿Cómo se enfrenta a los baches?

RI – Pensando de que todo te puedes levantar. Como decía mi abuela: “Todo en esta vida tiene solución menos la muerte.” Hay que dejar de mirarse el ombligo. Sacar la cámara fuera y ver cómo es esa protagonista de la historia que estás escribiendo.

Saber que siempre hay solución. Si se te cierra una puerta, tal vez se abra otra más pequeña o una ventana. Lo importantes es saber que estás preparado, para que cuando te llegue una oportunidad puedas cogerla.

Si hoy te dicen que no, probablemente no tenga que ver contigo, sino con otros tantísimos factores que hay a tu alrededor. Si tiene que ver contigo, y eres una persona sensata, en el fondo lo sabes y sabes lo que tienes que trabajar.

Así que lo importante es seguir trabajando, teniendo claros tus límites para superarlos.

AH – ¿Qué te gustaría hacer en el futuro?

RI – No lo sé. Este trabajo me permite disfrutar de otras de las pasiones que tengo que es viajar por todo el mundo. Me permite conocer ciudades y personas muy distintas.

Por concretar, te diría, que me gustaría seguir siendo feliz con mi trabajo. Hago esto porque lo disfruto y porque me gusta. Dónde y con qué, dependerán del momento, pero que yo lo disfrute. Porque si no lo disfruto en el escenario, el público tampoco lo va a disfrutar en la butaca. Y, vivir para sufrir, pues no.

AH – ¿Cómo va a cambiar su trabajo tras la pandemia?

RI – Igual que cambia la vida del resto de los trabajadores, cambiará la nuestra. Sobre todo, a corto plazo, ya que no nos podemos acercar. La orquesta va a estar más separada. Los compañeros también. Se crea una distancia que te genera tensión y no te sientes tan libre.

Hay que introducir muchas medidas, por ejemplo, para viajar. Si antes no llevaba muy bien lo de los aviones, ahora uno se lo piensa todo más. Si hasta sales a tomar un café y no lo disfrutas.

De todas formas, intento verle la parte positiva, dentro de que esto es terrible y que hay mucha gente sufriendo. Me siento una privilegiada por estar haciendo La Traviata en el Teatro Real. Tengo compañeros a los que se les ha caído la agenda al completo y no tienen ahora mismo nada. Yo no tenía nada y, de repente, me vino este regalo.

Lo que sí me he dado cuenta, es que como hemos estado tanto tiempo parados, hay muchas ganas de hacer música. Aunque, tal vez, a partir de ahora tengamos una agenda más tranquila en cuanto a los viajes. En verdad, no sé cómo nos va a afectar. Como no sé si va a durar esto o si se va a encontrar un remedio pronto.

Lo único cierto es que hemos perdido libertad. Entras en un teatro y ya no puedes abrazar a nadie. Hay un ambiente raro. Esperemos que no dure demasiado, que se encuentre un remedio pronto.

AH – ¿Para que la contrataron en el Teatro de la Zarzuela?

RI –Para hacer zarzuela. Lo primero que hice allí fue La vida breve, que no es una zarzuela. Luego unas visitas teatralizadas estupendas dramatizadas por Enrique Viana en la que cantaba zarzuela en distintos lugares del teatro.

Después vino La del manojo de rosas en la que debute como Clarita. Este papel le dio un empujón definitivo a mi carrera. La próxima temporada vuelvo con esta zarzuela, pero para hacer el otro papel femenino el de Ascensión.

AH – ¿Ha hecho zarzuela fuera de España?

RI – Fui una vez a Rusia a dar dos conciertos de zarzuela a dos ciudades superpequeñas, perdidas en el Cáucaso. Tuvimos un éxito que me dejó boquiabierta.

La verdad es que la zarzuela sonaba diferente. La orquesta era rusa. Se notaba mucho en los vientos y en la percusión que no llevaban interiorizada la zarzuela como los españoles. La fuerza descansaba en la cuerda, en los violines y las violas.

A parte de esta vez, siempre que me han llamado de fuera ha sido para opera.

AH – Ha cantado en teatros muy importantes ¿en qué otros teatros le gustaría cantar?

RI – Como todo el mundo, me gustaría cantar en el Metropolitan de Nueva York o en la Scala. También en la Staatsoper de Viena y de Berlín.

AH – ¿Qué papeles le gustaría hacer?

RI – Me encantaría cantar Manon de Massenet o Juliette de Roméo et Juliette de Gounod. Y hacerlo en la Scala o en el MET sería el top.

AH – ¿Ha trabajado con compositores contemporáneos?

RI – No, no he tenido ocasión. Quizás porque el repertorio que se mueve a nivel internacional es más bien bel cantista o más clásico. Hay más mercado de estas producciones y, por tanto, más oportunidades para trabajar.

AH – ¿Hay algo de lo que no la he preguntado y le gustaría hablar?

RI – No. La verdad es que no me suelen preguntar mucho sobre lo que me has preguntado. Me refiero a la realidad de la profesión. Estamos acostumbrados a ver la perfección en redes. Cuando estaba estudiando veía todo ese mundo perfecto y me sentía mal cuando fallaba. Porque parecía que era la única que fallaba.

Soy partidaria de compartir lo bueno porque hace falta. No vas a estar todo el rato compartiendo tragedias porque es crear más mala energía. Pero me gustaría que se viera más esa realidad.. Que se vea que somos humanos. Todo el mundo se equivoca y de todo se aprende.

Que no es todo tan idílico. Es muy bonito, obviamente. Pero hay que dar ánimos. Cuando uno está en casa le parece que es el único al que le va mal, y no. A todos nos va mal por temporadas, pero se supera.

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