Esta colección, la dedico a todas las mujeres del mundo…a las que ya están en mi vida, a las que están por llegar… a las que se han ido…a las que no llegarán…
A esas mujeres valientes que se despiertan cada día como si fuera el último de sus vidas, a las que saben que la belleza está en los ojos de quien observa, a las que siempre están hablando de ideas y no de terceras personas, a las que viven con miedo a alzar el vuelo, a las que han perdido la ilusión de vivir, a las que trabajan para comer, a las que no tienen que salir de casa para ganarse la vida, a las que están aplastadas por sus propios miedos, a las que están enfermas en su cuerpo, a las que disfrutan de una familia feliz, a aquellas que su mente no cesa ni un minuto, a las que se esmeran por crecer como ser humano, a las que están agotadas de usar tantas máscaras para sobrevivir, a aquellas que lloran en silencio, a las que lloran y gritan para que todos las oigan, a las que han fallecido y están en las alturas, a las que ríen de todo y por nada, a las que se sienten de otro planeta, a las que apenas empiezan el vuelo con su juventud, a las que ya han surcado varios cielos y tienen mucho camino recorrido, a las que están lejos de mí, a las que he olvidado y me han olvidado…y por supuesto, a todos los hombres que disfrutan del vuelo de las mariposas.
Escuchaba una voz y una risa constante que contaban mil historias, batallas ganadas y otras perdidas, la voz hablaba del vuelo de las mariposas y de todo lo que viven las orugas antes de poder volar. Entre una historia y otra, cantaba alguna canción. Aunque mis ojos estaban aún cerrados, escuchaba una voz con la frescura de la juventud, una inocencia de colores tiernos y la alegría de un niño. Al abrir los ojos, observé con detenimiento y noté que esa voz provenía de la señora de los cabellos color plata; era mayor pero parecía tan joven…así que le pregunté su edad y me dijo: “ayer fue mi cumpleaños, tengo 100 años y un día”. En ese instante supe que la juventud y la vejez no tienen edad.