Hoy he sido testigo de una boda. Una boda extraña, distinta. No, al menos, una boda al uso. No era una boda por amor. Y con eso no quiero decir que entre los recién casados no haya amor. Todo lo contrario. Al fin y al cabo, llevan juntos más de treinta años; pero nunca, hasta ahora, habían sentido la necesidad de casarse. Y su casamiento me hace pensar.
¿Por qué se casa la gente hoy en día? Supongo que algún ingenuo-soñador habrá que aún ve el matrimonio como el culmen de su relación. Y algunos creyentes desearán celebrar ese sacramento como Dios manda. Pero, siendo realistas, las bodas hoy en día poco tienen que ver con el amor. Suele ser más un tema económico o legal. Eso de “amarse y respetarse hasta que la muerte os separe” suena ya un poco obsoleto.
F y J llevan ya muchos años de amor, pero es precisamente ahora, cuando la muerte acecha, que han decidido casarse. J sufre una terrible enfermedad que sabe que acabará con su vida más pronto que tarde. Y el hecho de ver la muerte cerca le ha hecho plantearse la situación. Porque J se casó ya cuando era joven; formó una familia y tuvo hijos. Pero la relación no funcionó y ese matrimonio se acabó. Más tarde, unió su vida a la de F y hasta hoy. Durante treinta años han sido como cualquier matrimonio, pero sin un papel que lo diga.
Casarse no va a cambiar su vida, ni su situación, ni su amor, ni su compromiso. No es más que una boda de papel. Literal. Simplemente, el hecho de “pasar por el aro” sirve para obtener un beneficio (un derecho, más bien). Porque el día que J se vaya, F se quedará sola e indefensa, sin un pilar base en su vida; pero, además, podría perder muchas de las cosas que a lo largo de estos años ha compartido con J. Y tener que compartir con una ex-mujer y unos hijos parte de su vida. Y ni siquiera podría acceder a una pensión de viudedad, la que le correspondería si las leyes no fuesen a veces tan estrechas de mira, tan rígidas y absurdas. Y, al final, no queda más remedio que doblegarse, seguir las reglas del juego de esta sociedad hipócrita. Y casarse, aunque no sea más que por cumplir un requisito legal. Puro trámite. No por amor.
Claro que J ha decidido que tenían que casarse porque quiere asegurarse de que cuando él ya no esté, F estará lo mejor posible. Lo ha hecho pensando en ella, supongo. Y eso, al fin y al cabo, es amor.
F y J salen del Registro Civil con su Libro de Familia en la mano. Lo miran sonrientes y aliviados. Y yo no dejo de pensar que es una boda triste…