¡Hola mamá!
He de confesar que no sabía cómo empezar esta carta. Realmente no sé si al final la leerás. Pero, vaya, veo que hay muchas cartas de las madres hacia sus hijos confesando a voz en grito todo lo que suponen para ellas, de una abuela a su nieta dándole sabios y experimentados consejos desde el fondo de su corazón y basándose en una larga vida ya vivida. Pero me sorprende que casi no encuentro cartas de los hijos hacia sus padres.
Hoy te toca a ti. No es que papá no se lo merezca, pero hoy me he acordado especialmente de ti. No es que sea un día marcado en el calendario como especial, es más, ya llevo días, semanas, incluso meses mascullando esta carta por mi mente. Y ahí voy…
El motivo de esta epístola es que sentía la imperiosa necesidad de darte las gracias. Gracias por haber venido a este mundo, gracias por ser como eres, por el carácter que tienes, para algunos fuerte, para mi rebelde y vital, que ha conseguido que tus valores se mantengan intactos a lo largo del tiempo. Gracias porque, dentro de esa coraza que presentas al exterior como si nada pudiera destruirte, hay una mujer tierna, cariñosa, comprensiva, empática, que saca tiempo de donde sea cuando necesitas hablar, que sabe escuchar, tender una mano con la que, lo mismo te seca las lágrimas, que te da un empujón para seguir adelante, que te hace una caricia o, incluso, un pequeño cachete que te saca del bucle de la rabieta.
Sé que no pensamos de la misma manera en muchos aspectos de la vida, al fin y al cabo no somos amigas, somos madre e hija. Pero, te escandalicen más o menos mis formas, siempre estás ahí, dejándome espacio para decidir, para vivir mi vida. Siempre pendiente de mí desde la distancia y apoyándome, aun cuano me habías avisado de que me iba a caer.
También quería confesarte que te admiro muchísimo. Naciste en una época en la que el sexismo era mucho más acusado que hoy en día, en la que tenías que compatibilizar estudios universitarios con cuidar de tus hermanos, en la que, a pesar del gran corazón de mi abuelo, tuviste que enfrentarte a él para conseguir que entendiera que no podías vivir en una urna de cristal, por muy bien cuidada que estuvieras.
Siempre has sido una luchadora, has peleado por tus derechos como mujer, como persona, has peleado contra las dificultades de la vida tanto sentimentales, como económicas. Te has enfrentado con fuerza, entereza y amor por la vida, a una de las enfermedades más temidas de estos tiempos. Has sabido crear una familia y cuidarla de la mejor manera que se podía hacer, renunciando a muchas cosas que tú misma, en otro momento considerabas de gran valor y nunca, jamás, te he oído quejarte. Al revés, siempre cuentas esas vivencias como anécdotas que recuerdas con cariño.
Admiro tus ganas de vivir, de disfrutar, tu optimismo, tu fuerza para apoyar a tu familia en los momentos buenos y en los más críticos. Y lo que es más difícil, admiro cómo eres capaz de contagiar esa alegría que le pones a la vida.
También me encanta comprobar cómo te dejas querer por los tuyos. Eres capaz de dar y de recibir. Siempre con un extraordinario sentido del humor.
En definitiva, mamá. Eres una mujer digna de admirar, me hace muy feliz que nuestras vidas siempre hayan estado y estén ligadas. Estoy muy orgullosa de que seas mi madre y de que hayas puesto el listón tan alto.
Te quiere, te admira y te agradece mucho:
Tu hija.