Se me antoja leer poesía envuelta en una cobija de huesos y de piel. Enredar mis piernas inquietas en otro par que se confundan con mi ser. Terminarme el oxigeno de la habitación de tanto y tanto suspiro y sentir en mis oídos la penetración violenta de una amorosa voz.
Tengo antojo de que los amores no se conviertan en recuerdos vagabundos, en sonámbulos deambulando en la memoria de mi invierno; antojo de durar eternidades lamiendo labios gruesos, sintiendo en mis profundidades dedos inquisitivos y traviesos.
Se me antoja perderme en el abismo inaccesible de pupilas dilatadas, en el remolino de jadeos ensordecedores corrompiendo la quietud de madrugada, desmayarme en la pequeña muerte que durante siete segundos se convierte de mi cuerpo poseedora, derretirme a gotas en saliva tibia, agridulce, agua de río ahogándome la memoria.
Se me antoja ser indeleble, inamovible, irrompible, permanente, raíz. Echar de entre los dientes flores, por los poros fragancia tenue, en los sollozos mi latir. Someterme a la locura inacabable del que se da por absoluto placer, sin temer jamás a la escasez de vibraciones, ni a la derrota ante el mezquino, ni a la ilusión de lo perdido, ni a la lluvia que tenga que caer.
Se me antoja a ratos no ser Sol inaccesible, sino sonido aprisionado en tu corazón ardiendo. Ser Mar en calma, ser rama seca, crujir en esos tus labios poderosos y eternos.
Galhamar K’iin