El mundo tenía un orden preestablecido, la vida corría minuto a minuto como agua en caudal, el tiempo volaba subjetivamente casi a la velocidad de la luz, los días no alcanzaban y los pendientes sobraban. De pronto, un día (no importa la fecha exacta) el mundo se detuvo en medio de una creciente incertidumbre y poco a poco fuimos volviendo a eso que habitábamos y que llamábamos hogar pero que pisábamos sólo por las noches para descansar, le llamaron epidemia y tuvimos que aislarnos durante una cuarentena que ha durado más de cinco meses (según el país desde el que se lea).
Hace 21 meses empecé a escribir una columna semanal a la que titulé “Las pequeñas cosas”; en ella, intentaba mirar a través de la lupa eso que ocurre a nuestros alrededor y que pocas veces nos detenemos a observar, a contemplar, a reflexionar y así recorrí emociones, conductas, roles de vida, momentos y experiencias; entre otros, hasta que un día, el mundo se detuvo y las esperanzas se fueron marchitando una tras otra hasta que otras empezaron a germinar, después de horas dedicadas al yoga, a la meditación, al bordado, a la crianza, al juego, a la cocina, a la lectura, a la reflexión, a la mirada interior porque el aislamiento ha significado un retorno a la raíz, al interior (real y metafóricamente hablando) y todos nos quedamos en pausa. Y la pausa se ha prolongado más de lo previsto pero no significa el fin del mundo (o al menos, no hasta el día de hoy) y en cambio, implica una breve interrupción de la acción, un acontecer por intervalos sin poder hacer planes a largo plazo, sin bitácora, sin certezas; para algunos, la pausa ha resultado desquiciante mientras que para otros ha derivado en un verdadero remanso de paz, un periodo vacacional prolongado que ha permitido realizar todo aquello que en el pasado se dejaba para después porque el tiempo parecía nunca alcanzar.
La epidemia sigue su curso porque un virus microscópico, camaleónico y exterminador pulula por el aire, en las superficies, en los objetos, en la voz, en las manos y al mismo tiempo se mantiene en la nada pero ese organismo microscópico nos ha tomado por sorpresa y aquí estamos, tratando de seguir adelante, de reinventarnos (¿en serio?), de encontrar nuevas formas de subsistencia y de resistencia porque la vida sigue su curso y porque en toda crisis hay una oportunidad para quien se atreve a mirarlo todo a través de una lente clara y enfocada que permita tomar mejores decisiones e invertir en lo único que tenemos: nosotros mismos (aunque no nos pertenezcamos del todo). Toca entonces romper con lo viejo y anquilosado para permitir la entrada a lo nuevo y transformarnos desde el centro porque el mundo ya cambió y no juzguemos si eso es bueno o malo, el reto es adaptarse al cambio y dejarse fluir (aunque suene trillado y tan fácil como abrir la lata de atún) pero ¿por dónde empezar?
Diría que lo principal es hacer un acto de conciencia y mirar con nuevos ojos nuestro entorno y a nosotros mismos, remendar lo que sea necesario con hilos de motivación, honestidad, empatía y bordar poco a poco pequeñas puntadas cargadas de amor, de amabilidad y de conexión con el planeta que habitamos porque la epidemia llegó para recordarnos que el cambio climático es innegable, que los recursos naturales se agotan, que las especies animales se extinguen y que la humanidad ha adoptado un lenguaje digital que lo mantiene comunicado las 24 horas del día aunque se encuentre más alejado de las personas con las que habita y que justo, es a partir de la comunicación que todo se transforma si emitimos los mensajes correctos, si escuchamos atentamente a los demás, si mantenemos una conexión intrapersonal sana que nos permita crear vínculos sólidos con los demás en los ámbitos personales, laborales, de pareja, profesionales, artísticos, etc.
Se trata de que la pausa obligada signifique algo en lo personal que se convierta en experiencia y ésta en algo tangible que obligue a un cambio desde lo profundo, al fin y al cabo la vida es apenas un suspiro pero siempre toca aportar un granito de arena aunque sea microscópico como el potente virus que nos confinó en nuestras casas porque así de trascendentes son las pequeñas cosas de la vida.