Navega el espíritu
en un barco de velas rasgadas,
con la esperanza
en los ojos ciegos del vigía
que aguarda el albor
tras la tormenta eterna
de una noche sin estrellas.
La calma va llegando,
el sueño se cierne sobre el amor y la nostalgia
que repartieron sus turnos ayer.
Guarda ahora la proa solo la inocencia
que sigue viva y curiosa.
Y el sol empieza perezoso,
a surgir tras un horizonte de
azul, rojo, naranja y el blanco de la espuma de las olas.
Salpica el agua salada el rostro del miedo
que se esparce en las aguas negras.
Nuevo día en una destinación incierta,
con un camino ya iniciado.