Siempre he escuchado que la vida no es un camino de rosas. Y, por desgracia, la vida muchas veces tiene más espinas que rosas. Hasta hace apenas unos años, yo no había sentido la dureza con la que esta, en ocasiones, te golpea. Había perdido seres queridos: abuelos que no has llegado a conocer o que suman más de noventa años de vida, tíos que vivían lejos y que apenas recuerdas… Pero nunca tan queridos como un padre. Desde que se fue mi ángel al cielo, hace ya casi dieciséis meses, intento sobrevivir con el vacío que su ausencia me dejó. El problema es que se marchó en el peor momento de mi vida y sin él me encuentro perdida. Sé que las personas cuando mueren siguen viviendo en nuestro corazón y en nuestros recuerdos, pero es muy duro seguir adelante cuando te encuentras derrotada. Lo que más me entristece es no haber logrado, antes de que él se fuera, esas metas o esos proyectos de vida que una se propone realizar. Esto es algo que me atormenta cada día y que me dolerá eternamente. Sé que tengo que aprender a vivir sin él, pero también sé que ya nada será igual, ni tampoco yo seré la misma. Tengo que conformarme con pensar que él será la estrella que guíe mis pasos.
“Volverás a reír, a cantar, a bailar, a celebrar…, pero seguirás llorando. Vivirás, en definitiva, porque la vida continúa, pero ese pedazo de tu corazón que te arrancaron seguirá sangrando por dentro eternamente.”