Nunca fui tan feliz como en aquel tiempo
en el que las tormentas azotaban nuestra calle sin cesar.
y nos proponian un baile entre sus gotas .
Nunca fui tan feliz como
cuando acurrucarnos en el sofá
podíamos reírnos de la vida y contarnos al oído
nuestros miedos más profundos.
Nunca fui más feliz
que cuando la amistad dejó de juzgarme
para aceptar mis debilidades
y sonreír ante mis locuras.
Nunca fui más feliz
como cuando pronunciabas,
en un murmullo,
que nadie podría parar mis anhelos
ni cortar mis alas.
Aún ahora, rota y pérdida, lo recuerdo
y sé que nunca fui tan feliz.