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Hetero, homo, bi…

No entiendo que a día de hoy, en pleno siglo XXI, todavía se tenga que celebrar el Día del Orgullo Gay. Que alguien tenga que justificarse ante los demás sobre su sexualidad me parece ridículo.

¿Os imagináis que alguien tenga que salir a la calle a manifestarse porque le gusta el arroz con tomate? ¿o reivindicar que sea rubio o moreno? ¿o tener que dar explicaciones de por qué le gusta dormir en el lado izquierdo de la cama? Sería absurdo, ¿no? Pues eso. Creo que las palabras sobran.

Ser homosexual no es una enfermedad, ni una tara. A mí me importa una mierda (si me permitís ser mal hablada) si al vecino de enfrente le gusta practicar sexo en la postura del misionero o hacer el salto del tigre. Y con quien lo haga es su problema (a menos que sea con un animal, entonces sería “zoofilia” y eso sería otro tema). Sus preferencias sexuales tienen para mí la misma importancia que su gusto por un color en concreto; bueno, esto último me parece más importante, por si algún día tengo que regalarle un jersey, por ejemplo, estaría bien saber cuál es su color favorito. El resto es irrelevante. Y no es de mi incumbencia.

¿Acaso tenemos algún derecho a decirle a otras personas de quién se tienen que enamorar o con quién tienen que tener sexo? ¡Venga ya! Me parece surrealista. Y no encuentro justificación a que alguien tenga que dar explicaciones de por qué ama a una persona de su mismo sexo. Lo siento, pero no, a mí no me interesa. Me da igual si mis compañeros de trabajo, mis vecinos, mis profesores, los profesores de mis hijos, mis jefes, el panadero, el charcutero o cualquier persona de mi entorno sea homosexual, heterosexual o bisexual. Es SU vida. Y no tiene que importarle a nadie más que a él (o ella). Lo único que debería importarnos es que sean personas (buenas personas). Y, para mí, los que juzgan de un modo tan arbitrario e injusto, no lo son…

El día que deje de existir la homofobia viviremos en un mundo mucho mejor

 

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