¿En qué momento perdemos la inocencia? Cuando somos niños, nos creemos todo lo que nos dicen. Somos curiosos y nunca dejamos de sorprendernos. Creemos en monstruos, en dragones, en príncipes y princesas. Que los Reyes Magos y el Ratoncito Pérez existen. Que si soplamos las velas de nuestra tarta de cumpleaños y pedimos un deseo, realmente, se va a cumplir.
Luego nos hacemos adolescentes y creemos que lo sabemos todo, aunque en realidad no sepamos nada. Nos hacemos una idea del amor, de las relaciones y de la vida que, la mayoría de las veces, poco tiene que ver con la realidad.
Y, cuando nos hacemos adultos, ya no nos creemos nada. Vivimos en un mundo de desconfianza. Y es cuando más necesitamos creer. En el amor, en las relaciones y en la vida.
¿En qué momento llegamos a ese punto de inflexión? Es algo que se va fraguando, poco a poco, sin apenas darnos cuenta. ¿Dónde quedó la ingenuidad, la capacidad de sorpresa, el creer a pies juntillas?. Es un cambio invisible, imperceptible a nuestros ojos. No ocurre de un día para otro. Es una transformación paulatina. Lenta y, quizá, en cierto modo, hasta cruel. Y, cuando nos damos cuenta, sentimos añoranza.
Yo quiero volver a vivir con ingenuidad. Volver a creer…