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LA BARANDILLA VERDE

Lo tengo claro.

Me escapo del bucle cuando

                         el cerebro —tenaz cabrón—

vierte su pasado dunar

sobre la más ínfima chispa de espuma

y con saña quiere herir

el torso de la estela marina.

 

No. Mi velero proa al futuro

                        no se detiene, nada sabe

de norias y rencores vanos.

 

Subo por la escalera de Jacob,

injerto vientres de euphorbia y geranios

en los huecos de la tierra

                        —la cuna se mece

bajo dos inmensas piedras protectoras

que cierran sus ojos

con pestañas de helechas.

 

Es un juego de despiste:

                          respirar esporas, coger aire

y huir del dolor de las agujas.

 

Al entrar en la danza cognitiva…

entonces.

Ese es el valor de la barandilla verde

                         —pintada a capas, tres manos de dulzura—

                          donde me agarro como néctar

que asciende con soltura y garbo, cien peldaños

hasta la mansión de lo alto.

 

Andra Mari, abril 2023.

 

 

 

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