fbpx

La eterna normalidad

Desordenada, sin orden ni concierto, empiezo a escribir.

Contar esta historia no me hará más feliz, moveré arenas, barros y emociones olvidadas. Olerá a muerto, a futuro incierto y a un pasado no digno de recordar.

Aun así, lo haré, me lo he propuesto. No más excusas, ahora sí es el momento.

 

Él sabía lo que hacía, ¿cómo no? Tenía práctica en ello, lo que ignoraba es las consecuencias que aquello iba a tener.

 

A Nacho le hervía la sangre, los ojos rojos y las mandíbulas desencajadas no presagiaban nada bueno. Ahí estaba él, orgulloso, fuerte, dueño de su vida y su dinero-sobre todo de su dinero- y sin embargo tan, tan pobre, tan desvalido.

Yo le miraba, el corazón me latía muy rápido y no sabía qué hacer. No sabía si debía ser la mujer que soñaba o la que aborrecía. Una mirada de él y me sentiría débil.

Calor, desgana, una televisión que no calla y me sirve de hilo a una realidad a la que no pertenezco. No pertenezco aquí, ni a ningún sitio.

Siento que el momento de actuar ha llegado, respiro fuerte, me levanto.

Él me ignora, no soy amenaza, ni siquiera soy. Yo ando cabizbaja, jorobada, casi me arrastro y quiero desaparecer…pero ando, no paro, no dudo, no estoy aquí en realidad.

Cojo mi bolso, más jorobada, más cabizbaja. Él no me mira, no soy digna, sigue bufando lamentando su suerte, él víctima incomprendida y maltratada por mí: por mis quejas, mis lloros, mis desprecios a su orgullo masculino de jefe de la casa. De marido, de padre de mis hijos. Él que cree haberme hecho disfrutar tanto y por el que si no fuera no tendría ni donde caerme muerta, ni un plato que comer.

Me ignora, no soy digna de él, no valgo la pena,lo que le hago sufrir!

Sigo andando, despacio, arrastrándome como un gusano. Cuántos pensamientos en mi cabeza y sólo uno prevalece. Estoy en trance, una mirada al reloj; 10 minutos para las 5.

Los niños casi saldrán del colegio, me veo sonreírles en la puerta, contarles los nuevos planes de la tarde. No sé cómo haré, cómo llegaré, dónde dormiré…poco valgo ya pero cojo mi bolso, de mercadillo pero mío, dentro mi monedero grande y rojo. En él foto de boda y llantos, de niños sonrientes, décimos de lotería que nunca tocaron y nunca tiré, algunas monedas, la tarjeta de la seguridad social y el carnet de identidad.

Tras 10 años esa es mi herencia, sigo abajo, muy abajo, casi invisible, pero tengo mi bolso, son dos pasos hasta la puerta. Ahora serpenteo, le sigo oyendo bufar, lamentar su suerte.

Estiro el brazo, la llave está puesta en la cerradura, abro la puerta despacio pero con naturalidad. Nada puede pasarme pues tengo mi bolso.

Salgo.

Me yergo, miro al frente, me echo el pelo para atrás, acelero el paso. No miro atrás. Ando deprisa. Las 5. Sonrisas y besos. Nos damos las manos.

 Niños hoy mamá tiene planes. No vamos.

  • “A dónde”

 

Lejos, nos vamos lejos.

 Respiro, voces conocidas me saludan, me hablan de merienda, de deberes. Los niños corren, ríen, la gente pasa, compra, la rutina me envuelve en un halo de naturalidad….

Me anula!!

Abro la puerta, los niños entran, corren a la cocina.

Él sigue ahí, se está arreglando, va a seguir su vida y yo estoy aquí, una vez más, sin esperanza…

BUSCAR