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Le petit mort

Tus manos atraviesan mi ropa
que no supone, nunca
una barrera a tu proximidad.
Acarician así
cada centímetro de piel
que se han propuesto conquistar.
Se entretienen,
a analizar su impacto
en cada pliegue que desciende
desde mi cintura
al interior que contienen mis piernas.

Tus labios
resiguen cada centímetro
de tela que cubre mi pubis,
cada hilo del encaje
que contiene mis caderas por el momento
y el calor de tu boca rivaliza
con la temperatura de mi cuerpo.

Me tenso ante tu presencia.
Un beso se enlaza con otro
en lentas sucesiones
en las que hablas con mis labios
y me derramo para tí.
En silencio nos buscamos;
tú entre mis piernas
y yo entre las tuyas,
abrazados,
perdidos en un momento
que huye de todo lo demás.

Deslizas tu lengua
y acaricias con calma mi alma,
me introduces tus vivencias
y yo olvido mis miedos,
mis reparos
e, incluso, mis excusas.
Te pierdes en el sabor de mi sexo.

Hoy te muerdo y busco que te encabrites
buscando una salida.
Mañana, me niego a mostrarme,
callo mis gemidos y busco los tuyos
por mí parte.

Y me abrazas.
Siempre.
Descansas rozando tus dedos por mis senos,
me recoges.
Te acojo como “náufrago apátrida”.
Encontramos nuestro hogar momentáneo
entre nuestros cuerpos ajenos.
Entonces somos los dos, uno y ninguno
conteniendo el aliento y muriendo sin fallecer.

Quizás nos adormecemos,
olvidando lo que hacíamos
instantes antes.
Sin decirnos ni una palabra.
Sin preguntas ni respuestas.
Nuestras manos entrelazadas
y el corazón repartido
en el otro pecho
que yace a unos centímetros del nuestro.
Volvemos fieles
a la cita con una pequeña muerte.

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