Cuando nos enamoramos deseamos estar en un estado de fusión casi permanente con la persona amada, pero para que el vínculo sea equilibrado y saludable necesitamos tener un espacio personal en el que sentirnos realizados. Solo así las relaciones de pareja serán nutritivas, fuertes y gratificantes.
Era un día especial para Clara. Con una sonrisa me contaba que estaba ilusionada, viviendo la experiencia de ver despertar su capacidad de disfrutar, de sentirse a gusto y motivada. Tras una separación de pareja muy dura, se había dado cuenta de que durante mucho tiempo había descuidado su vida propia casi por completo; además del dolor de la pérdida, había sentido un gran vacío. En cuanto empezó a construir su espacio personal pudo desengancharse de una relación que, aun terminada, la había seguido teniendo atrapada durante meses.
Ahora estaba movilizando su energía hacia algo que le aportaba satisfacción. Había empezado a estudiar y estaba tan entusiasmada que había dejado de mirar a su ex y su vida como si fuera la suya propia. Cuando le hice notar que sonreía sin parar mientras compartía conmigo estas sensaciones, se dio cuenta de que era un momento vital muy importante para ella.
Como dice Fina Sanz en Los vínculos amorosos (Kairós), “nuestro espacio personal, en términos generales, es nuestra vida. Conlleva implícitamente el concepto de libertad, de individualidad, de autorresponsabilidad con la propia vida”. Es aquello que experimentamos en nuestro interior, nuestros sentimientos, pensamientos, ilusiones, fantasías, proyectos, intereses, temores, aficiones, preferencias, inseguridades, decisiones… Y es también nuestra manera de relacionarnos con los demás, los lugares que ocupamos y los roles que desempeñamos.
Clara no se había dado cuenta de que durante años estuvo tan volcada en su pareja que, poco a poco, había ido perdiendo su espacio. Él establecía las reglas y ella las aceptaba actuando siempre como se esperaba de ella, sin pronunciarse y de manera complaciente. Todo parecía funcionar bien, hasta que un día quedó con unas amigas para comer.
Hacía mucho que no se veían y estaban impacientes por reencontrarse. Clara no recordaba la última vez que había quedado para compartir un rato con alguien que no fuera su pareja. Todas comentaron cómo les iba. María contó que estaba entusiasmada con un curso de fotografía que había comenzado. Rosa les regaló una acuarela a cada una y les enseñó fotos del estudio que había montado en su casa. Lola explicó lo satisfecha que se sentía al colaborar con una ONG que luchaba por defender los derechos de la infancia. Aurora las invitó a unirse al grupo de senderismo con el que salía los fines de semana. Hablaron de sus últimas lecturas, de sus proyectos, sus deseos, sus momentos compartidos y de soledad…
Clara estuvo casi todo el tiempo en silencio experimentando un dolor, una tristeza y un desasosiego que no le apeteció compartir, a pesar de que le preguntaron en varias ocasiones. A partir de ese día, fue cada vez más consciente de que no tenía una vida propia ni un espacio en el que realizarse. Su incomodidad creció y empezó a hacer pequeñas reivindicaciones: abrir una cuenta de correo electrónico, quedar para cenar con una amiga… A su pareja no le gustaban estas iniciativas, y empezaron los conflictos. Él cuestionaba su amor y le decía que si se comportaba así era porque ya no quería estar con él; cada gesto de Clara le despertaba una inseguridad que transformaba en violencia. La situación empeoraba a marchas forzadas y, finalmente, Clara decidió separarse.
En el momento de la ruptura no sabía quién era ni qué quería hacer con su vida, pero con el tiempo fue proponiéndose objetivos que la estaban ayudando, poco a poco, a construir su individualidad más allá de sus relaciones. Las palabras del poeta Khalil Gibran le recordaban qué tipo de relación deseaba: “Amaos el uno al otro, pero no hagáis del amor una atadura, que sea más bien un mar movible entre las orillas de vuestras almas […]. Ni el roble crece bajo la sombra del ciprés, ni el ciprés bajo la del roble”.
Así es. En la medida que hayamos construido previamente nuestro espacio personal y nuestra identidad, podremos establecer vínculos afectivos más equilibrados y saludables. Las personas nos enriquecemos y crecemos en nuestro espacio personal, y eso es algo que también aportamos a la pareja. Los roles tradicionales asignados a las mujeres están relacionados con la entrega, la complacencia, la abnegación, la pasividad, vivir para otros y tener en cuenta el bienestar de los demás antes que el propio. Estos
estereotipos facilitan un tipo de relación de pareja como el de Clara, de sometimiento y falta de espacio personal propio, con la consecuente insatisfacción vital y merma de autoestima. Afortunadamente, a pesar de que siguen existiendo desigualdades en muchos ámbitos, las mujeres hemos conseguido tener nuestros espacios personales, además de poder disfrutar de relaciones igualitarias y las mismas oportunidades de realización personal.
Cuando terminó la sesión con Clara, me acordé de Juana y Pedro. Los últimos años habían estado muy ocupados con el cuidado de sus dos hijas y habían descuidado tanto el espacio compartido que su relación se había enfriado. Pedro había conservado su espacio personal; sin embargo, Juana decía que no lo tenía, aunque estaba satisfecha y tranquila por haberse dedicado a la crianza de sus hijas. Ahora, además de poder recuperar su espacio personal, reclamaba compartir más tiempo con Pedro. Ambos necesitaban esos cambios.
En una relación de pareja conviven ambos espacios. Cada uno puede tener amigos que no son comunes, aficiones distintas e intereses personales. Este planteamiento conlleva el respeto de la individualidad y la identidad personal, así como una comprensión real del concepto libertad. Al mismo tiempo, también tiene que haber momentos compartidos para poder mantener la pareja viva y unida. Llegar a acuerdos no es fácil y pueden aparecer reproches: “Siempre estás trabajando y nunca hacemos nada juntos”, “Me agobias, no me dejas respirar”… Y en ocasiones, como en el caso de Juana y Pedro, hay que revisarlos, sobre todo después de etapas que requieren mucha dedicación, como por ejemplo la crianza de los hijos o el cuidado de un familiar enfermo.
Cuando dos personas tienen construidos sus espacios personales, es mucho más fácil que logren un equilibrio que facilite un encuentro nutritivo y saludable. Es entonces cuando se hacen realidad las palabras de la psicoterapeuta Virginia Satir: “Quiero amarte sin absorberte, apreciarte sin juzgarte, unirme a ti sin esclavizarte, visitarte sin exigirte, dejarte sin sentirme culpable, criticarte sin herirte y ayudarte sin menospreciarte. Si puedes hacer lo mismo por mí, entonces nos habremos conocido verdaderamente y podremos beneficiarnos mutuamente”.
Cómo encontrar el equilibrio
Para lograr la armonía entre espacios personales y compartidos, es necesario dedicar a la relación y a uno mismo una mirada clara y sincera.
–Reflexiona sobre tu día a día. Piensa en tus pensamientos, tus miedos, tus inquietudes, tus fantasías, tus preocupaciones, tus intereses y tus gustos. Cómo son tus relaciones con las personas significativas para ti, a qué dedicas tu tiempo y si haces o no aquello que te gusta y quieres.
–Revisa tus renuncias. ¿Últimamente has descuidado algo importante para ti? Algunos acontecimientos requieren una dedicación tan grande que es fácil descuidar el espacio personal y olvidarse de lo que nos enriquece y nos ayuda a crecer interiormente. Lo importante es que nos demos cuenta para tenerlo presente, nutrirlo y cuidarlo.
–Valora lo que hacéis juntos. ¿Cuánto espacio compartido tenéis? ¿Coincide con tus necesidades y deseos? Para algunas parejas es importante tener todos los días un momento de intimidad para comentar cómo ha ido la jornada. Para otras es importante ir a cenar sin sus hijos cada cierto tiempo.
–Potencia la comunicación. Explica a tu pareja lo que necesitas. Del mismo modo, pídele que te diga cómo está y si desea algún cambio. La falta de comunicación hace que el vínculo se debilite y la relación se distancie. En cambio, ser conscientes de las necesidades nos ayuda a actualizar la pareja, a reestructurar y renovar la vitalidad, la ilusión y la satisfacción personal y compartida.