“Me cuenta Fernando que, por las noches, cuando ya estoy profundamente dormida, lloro. Dice que no llego a despertarme, que lloro bajito, pero lloro. Dice que unos minutos después me calmo, y que vuelvo a llorar.
Ese llanto leve, casi mudo, me da pena de mí. Debe ser como el llanto de un bebé. Lloro sin propósito, sin conciencia, sin motivo aparente. Simplemente lloro de una pena ancestral, de un horror a la muerte al que uno sólo se puede acercar si está dormido.”
“La mayoría de las personas con quienes hablo, me recomiendan “ser positiva”. Confieso que yo no sé muy bien qué cara poner. Reconozco la buena voluntad, pero no me creo lo de ser positiva y no sé cómo disimularlo.
Recomendarle a alguien ser positivo, es como recomendarle a alguien ser esbelto. Uno podrá llevar tacones, ponerse calzas en los zapatos, estirarse, pero seguirá siendo quien es. ¿Cómo hago para que esto me guste? No lo sé. Sólo sé que no puedo inventarme un optimismo que me resulta artificial. Sin embargo, estos últimos días, se ha apropiado de mí una especie de talante nuevo que a mí misma me sorprende: ¡Soy una más! No soy una mártir ni pienso ser una heroína. No soy ni la más desgraciada de la tierra, ni llegaré a ser la más feliz. Haré lo que tenga que hacer y será lo que tenga que ser. En este momento, mi voluntad consiste en entregar mi voluntad. Lucharé lo que lucha todo el mundo. No más, pero tampoco menos…”
MARIELA MICHELENA, en su libro ANOCHE SOÑÉ QUE TENÍA PECHOS (ed. La esfera de los libros).