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Un viaje al miedo de Isadora Wing

Le deseo cada vez más y acabo diciéndoselo al oído en un susurro. Me encanta haber sido capaz de decírselo.

Miedo. Miedo a volar. Miedo a ser yo misma. Miedo a confesar lo inconfesable. Miedo a que los además se den cuenta. Miedo a que mis compañeras me juzguen. Miedo a que se enteren mis padres. Miedo a que mi marido, a quien no quiero pero a quien creo que necesito, me deje.

Es un viaje. Ir en avión en primera o en turista es un viaje. Viajo sola. Siempre estaré sola en este viaje.

Él me mira. En el avión. Yo aprieto el crucifijo que llevo colgado, lo aprieto con fuerza. Él crucifijo que me regaló Henry. Me dijo “Isadora, querida, cuídate, cuídate y piensa en mi”. Y, él sentado a mi lado. Sé que mira mi pecho. Sé que tengo un buen escote. Sé que mi poder se mide por el grado en que gusto a los hombres. Sé que a éste, al que llevo al lado, le agrado.

Le agrado mucho.

Miedo. Miedo a que él me agrade a mí como me está agradando. Huele bien, ese olor despierta algo en mí. Le miro de reojo y él me sonríe con una media sonrisa atractiva y acogedora a partes iguales. Y entonces veo como se retira un mechón de pelo, de su rubio flequillo con una mano. Lo hace con un movimiento suave. Sus manos son grandes e inmediatamente veo esa mano apretando mi pecho. Lo deseo y cierro los ojos y aprieto más fuerte ese crucifijo que Henry me regaló y quiero creerme que eso, ese crucifijo, y el pensar en Henry, a quien no deseo, van a salvarme de algo.

“Es un viaje muy largo, relájese”, me dice el extraño que llevo al lado y a quién deseo. Sí, lo deseo, lo confieso. Puedo sentir su presencia, y ese halo de misterio que desprende y que ya casi me ha invadido por completo. Quiero relajarme y tomarme una copa y charlar con él y sigo imaginando como me pone la mano en el pecho. Puedo percibir sus ganas y él puede oler mi miedo. Y lucho con mi miedo y mis ganas y deseo que él no se dé cuenta. No quiero ser para él como un cervatillo indefenso y debo mostrarme inocente, despistada, mojigata. No quiero que sepa y piense que le deseo pero sí, me escaparía con él al baño del avión y dejaría que me hiciera de todo.

-¿Cómo dice?- le respondo yo con esta tonta pregunta.

Él me observa por un par de segundos. Me mira fijamente a los ojos y lo sé: me ha cazado. Ya está. Me tiemblan las manos.

-Tómese una copa conmigo-propone.

Y bebemos. Y nos miramos. Y no nos contamos nada pero los dos entendemos todo, y me relajo y sé que es por el gin y aun así pido otro. Él también. Le deseo cada vez más y acabo diciéndoselo al oído en un susurro. Me encanta haber sido capaz de decírselo. Él me responde con una caricia suave, me toca la oreja y siento un escalofrío como nunca había sentido.

Es un viaje largo, me digo. Es un viaje en el que siempre estaré sola conmigo misma. Es el viaje en el que tengo que enfrentarme a mí misma. Es un viaje a través de mi propio miedo. Él miedo que tengo a que los demás sepan que deseo. Es un viaje a través del miedo. El miedo que me da atravesar mi propio fuego. Y me digo que al miedo hay que mirarle a la cara.

Es un viaje largo, me digo. Pero decido hacerlo.

John, se llamaba John y aquella noche dormí con él en su hotel.

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