Capítulo 01: La misión.
El jardín celestial resplandecía de vida. Los suaves rayos de sol alimentaban las hermosas plantas y flores que nacían allí; las mariposas volaban de un lugar a otro, sus alas resplandecían con aquel brillo plateado que se desprendían de sus coloridas extensiones. El cantar de los pájaros en los grandes y frondosos árboles cercanos relajaba por completo al cuerpo tumbado entre la alta hierba. Los pequeños mechones rizados se movían acompañando a la brisa que pasaba en ese momento, como si estuvieran haciendo un pequeño vals improvisado. Una naricita rosada apareció entre la hierba, olisqueando curiosa la piel expuesta de uno de los brazos de la fémina.
— Hola, pequeño adorable.—Un susurro se escuchó en aquel tranquilo lugar. La palma de la mano se posó lentamente por la cabeza del diminuto animal, acariciando su suave pelaje. La fémina se giró, acabando por ponerse de costado para acariciar el grisáceo pelaje del conejo. — Hace un buen día, ¿verdad?—La figura del animal quedó reflejado en los azules ojos de la chica, cuál lago de agua cristalina.—
Gabriela era el arcángel mensajero de Dios, encargada de anunciar los mandatos del altísimo y cumplir con la correspondencia de los demás seres Celestiales. Era un trabajo duro y agotador, sin tiempo para descansar entre cartas, mensajes y mandados. A veces se escapaba de sus quehaceres -uno o dos días- cuando no quería trabajar o escuchar quejas de sus clientes. Si, la mayoría eran seres Celestiales, pero eran igual de cascarrabias que unos ancianos. Así que aquí estaba, tomando un descanso -posiblemente de largas horas- sin que nadie la molestara. Dejando marchar al adorable conejito volvió a girarse, mirando las figuras que las nubes tomaban para su entretenimiento. A fin de cuentas, estaba en el cielo.
— ¡Gabriela! ¡Gabriela!—Una poderosa voz se escuchó en la lejanía. Gabriela se levantó algo sorprendida por el tono apurado y agitado de su compañera de vuelo. Al divisar el oscuro y ondulado cabello de Rafaela, extendió sus alas, tomando el vuelo para llegar hacia ella lo más rápido posible.—
— Qué pasa, Rafaela. Estaba tomando mi descanso matutino.
— ¡Por fin te encuentro! Padre nos está llamando, debemos ir. Ahora.
Rafaela extendió sus alas, aunque eran las alas de un arcángel eran de un hermoso color violeta con pequeños brillitos que salía de estás cuando las batía con fuerza. Gabriela elevó de nuevo el vuelo, siguiendola, pensando cuán diferentes eran sus alas de las de su hermana. Sus alas eran blancas, de un color puro, sus plumas largas y densas se caían en su vuelo, apareciendo otras -enseguida- que ocupaban el puesto de las primeras hasta crecer y caerse. Así sucesivamente. Como si fuera un ciclo, el ciclo de la vida.
Ambas aterrizaron enfrente de las puertas doradas del cielo; las puertas que separaba a los ciudadanos del cielo y el altísimo. Dos querubines volaron desde las alturas hacia ellas, revoloteando a su alrededor, revisando quienes eran. Sus diminutos cuerpos parecidos a los niños de entre 3-4 años resaltaba por sus cabellos rizados y castaños, un trozo de tela alrededor de su anatomía como si fueran prendas de una sola pieza.
— Identificados, identificados.—Ambas vocecitas repetían lo mismo una y otra vez, sus grandes e inocentes orbes mirándolas con curiosidad.—
— Gabriela, arcángel mensajera de nuestro Padre Dios.
— Rafaela, arcángel guardián de nuestro Padre Dios.—Los dos querubines hicieron un leve sonido entre ambos antes de marcharse volando hasta lo más alto de las enormes puertas de oro.— Por todos los Santos, estos niños son insoportables.
— Hermana, no debemos hablar así de los Querubines. Ellos son muy importantes.—Gabriela miró a Rafaela con seriedad. Sin embargo de su boca escapó una carcajada que fue acompañada por su compañera poco después. Esos pequeños e inocentes seres Celestiales eran un verdadero dolor de cabeza, muchas veces se preguntaban cómo era que Padre podía aguantarlos.—
Un chirriante sonido resonó sin fin, las puertas doradas se movieron, abriéndose, para ellas. Rafaela fue la primera en elevar el vuelo, aunque a ese punto era innecesario, ella prefería volar antes que caminar. ¿Sino para que tenía alas? Gabriela la siguió, sus alas haciendo un lento sonido casi dulce con cada batida. Poco a poco alcanzó el costado derecho de su hermana celestial. Una luz cegadora empezó a aumentar, iluminando la entrada principal de un bonito lugar adornado con hermosas orquídeas y narcisos. Querubines volaban de un lugar a otro, marchando sin ton ni son, de aquí para allá. Cuando pasaron aquella blanca luz cegadora, Gabriela y Rafaela se encontraron a sus otras hermanas. A sus otras cinco hermanas, para ser precisos. Las alas de todas se batían con fuerza, excepto la de una, indicando que tenían una nueva misión que cumplir. Cuatro de sus hermanas salieron volando, pasando al lado de ellas, sin saludarlas, concentradas en su nueva misión. La única hermana Celestial que quedaba en frente de su Padre tenía una mirada dura. Miki miraba a su Padre con reproche, en desacuerdo por completo sobre la conversación que había tenido con el todopoderoso.
— Padre, lamentamos la tardanza.—La fuerte voz de Rafaela resonó en el lugar pero sobre todo en el silencio.— Ya estamos aquí. Si se puede preguntar, ¿a dónde han ido nuestras hermanas?—Preguntó colocándose al lado de Miki, Gabriela se posicionó detrás de estás, prestando atención.—
— Tus hermanas deben cumplir una misión de suma importancia, hija mía.—La voz de Padre resonó entre las paredes, su tono cálido y cercano para sus hijas.— Vosotras, hijas mías, también tendrán que cumplirla.
— ¡Es una misión insensata, Padre!—Miki se hizo notar, su rostro mostrando lo poco complacida que estaba por dicha misión-seguramente ya sabría de qué trataba al haber estado allí con sus otras hermanas-, sus brazos sobre su pecho, su armadura reluciendo con el poder divino otorgado por Dios.— ¡Nuestro deber no es con los humanos, sino contigo!
— No, hija mía. Vuestro deber es con los humanos, protegerlos, cuidarlos y guiarlos para que su fe y confianza equilibren el mundo.
— Padre, ¿puedo preguntar cuál misión es la que se nos encargará? —Gabriela dio un paso hacia adelante, mirando el rostro de su Señor, sus orbes azules resplandeciendo al ver tan bella imagen de su Padre.—
— Deberán encontrar a un ser humano cuya aura no haya sido manchada todavía por el pecado, un ser humano de corazón puro, evitando que la balanza del bien y el mal se desequilibre; llegando el fin del mundo si el mal gana sobre los humanos.
— Pero, ¿Cómo sabremos que ser humano es el correcto? ¿O si lo estamos haciendo bien?— Gabriela se acercó inconscientemente al lado de Rafaela, insegura de su actuar.—
— No debéis preocuparos, hijas mías. Estaré con vosotras en cada paso del camino. Os ayudaré cuando sea el momento adecuado.— Miki miró a su Padre indignada, ella era la que debería proteger a sus hermanas, cuyo poder podría derrotar incluso al mismo Azael.—
— ¡Ese es mi deber, Padre! Esta misión será un desastre, el mundo actual no es tan puro y correcto como lo era cuando tú lo creaste. — Una mano musculosa, con unos pequeños pliegues de arrugas se posó en el hombro de Miki. Sus dedos se apretaron, entendiendo el por qué su hija más fuerte estaba asustada.—
— Ya no es tu deber. Lo entenderás con el tiempo. Ahora marchad, vuestras hermanas han comenzado la misión. Vuestros humanos os están esperando.
Miki miró a su Padre Dios incrédula, dio un paso atrás -alejándose del toque de su mano- antes de dirigirse hacia la puerta. Gabriela pudo observar como Miki, la Arcángel guerrera, tenía los ojos llorosos, cristalinos por las lágrimas que no se habían derramado. Ella jamás la había visto así. Tan… vulnerable.
Rafaela agarró su mano, tirando de ella hasta que ambas estaban sobrevolando el cielo del Reino Celestial. Rafaela había permanecido callada. Sus ojos mirando a la nada. Gabriela podía notar que el cerebro de su hermana trabajar a mil por hora, buscando alguna pista en las palabras de su Señor Padre. Se detuvieron cuando llegaron al borde del Reino. Las nubes se despejaron, creando un espejo para que apreciará el mundo humano, justo debajo de donde estaban ellas. Miki estaba a solo 4 metros de donde estaban ellas, mirando por otro espejo el mismo mundo. Dos rostros aparecían en el espejo -como si hubieran tirado una piedra en el agua y está creará ondas hasta tranquilizarse-, encima de los rostros aparecían el nombre del arcángel a cargo y del humano que debían cuidar. Con los datos de estos últimos.
Rafaela estaba a cargo de un varón de nombre Eric, de nacionalidad francesa aunque residía en New York. Tendría alrededor de 24 años. De piel blanquecina, su rostro estaba manchada con pequeños lunares, en las mejillas y el puente de la nariz, sus oscuros orbes verdes resplandecían enmarcados en unas pestañas largas. Su cabello se asemejaba a la noche más oscura, sin ninguna estrella en el firmamento. De carácter alegre, quizás un poco tímido, y encantador.
Gabriela, por su parte, estaba a cargo de un varón llamado Giovanni, de nacionalidad Italiana. Aproximadamente 26 años. Su piel era ligeramente bronceada, su rostro enmarcado por una fuerte mandíbula. Sus oscuros ojos hacían un maravilloso contraste con su cabello rubio. De expresión tosca, parecía ser de pocos amigos.
— Supongo que estos son nuestros humanos.— Habló tras inspeccionar a su elegido. Rafaela asintió, pensativa.— Debemos cumplir con la misión.—Gabriela elevó sus alas, dispuesta a surcar los cielos de la Tierra para llegar hacia su humano. Su Padre la guiaría a él.—
— Espera, Gabriela.— Rafaela agarró su brazo, impidiendo que pudiera empezar con la búsqueda de su elegido.— Podemos cambiar de humano. El tuyo parece demasiado brusco para ti, hermana.
— No debes preocuparte. Padre lo ha elegido, es el indicado. — Se acercó, dándole un tenue beso en la mejilla antes de partir al cielo de los humanos, pasando por el espejo hacia el otro mundo. Su diestra se sacudía, diciéndole adiós hasta que el espejo-convertido en portal- desapareció.—
Gabriela solo podía confiar en sí misma y en su Señor. Debía cumplir la misión que se le había recomendado… aunque antes de encontrarse con su humano, podría hacer un poco de turismo -como decían los seres humanos-. Estaba tan llena de curiosidad. A fin de cuentas, mientras cumpliera con el encargo de su Padre, qué más daba si cogía uno o dos atajos ¿verdad?
Continuará…