Son sus dos ojos los que me miran. Aunque no esté cerca. Siempre. Me vigilan. Me observan para achinarse en una sonrisa velada cuando se cruzan con los míos. Están ahí para soltar lágrimas cuando mi corazón llora. Para animarme cuando no puedo más. Se vuelven oscuros cuando me alejo y brillantes cuando estoy cerca. Están detrás de mí. Y aunque no sea capaz de verlos, muchas veces están delante. Para avisarme. Sin embargo me tropiezo. Y me caigo. Pero vuelvo a levantarme, miro hacia atrás y ahí están de nuevo. Con una regañina velada colgando de sus iris pardos. Con un reproche amoroso, silencioso, se clavan en los míos y juntos sonríen.
Son sus manos las que me sujetan. Aunque no esté cerca. Siempre me acogen entre ellas. Dulces y suaves aunque pase el tiempo y el amarillo que el tabaco ha dejado en sus dedos sea cada vez más intenso y las arrugas surquen esas montañas de hueso. Se abren cuando me tambaleo. Cuando ya no puedo más y el mundo me deja, vuelo hacia el cielo y ellas me sujetan, me devuelven a la realidad y me alejan del sueño.
Son sus dos brazos los que me acunan. Aunque no esté cerca. Cuando el llanto me invade y necesito de ellos, los siento. Cuando miro atrás y recuerdo. Momentos de enfado y algún reproche. Pero al final de todos ellos siempre ese momento. Un largo abrazo que trae de vuelta mi equilibrio y mi paz.
Es su boca la que me sonríe. Aunque no esté cerca. La que coge el rictus serio si me desvío. La que me corrige los fallos. La que me dice cómo se siente y me transmite sus motivos aunque contradigan los míos. La que me dice palabras bonitas cuando las necesito. La que me cuenta sus cosas y escucha las mías. La que me da besos en la cabeza o en la mejilla. La que me dedica una sonrisa y hace que mi corazón ría.
Es el conjunto de estas y otras mil cosas, las que forman su fisonomía. Son sus células que al juntarse se confabularon para mostrarse en su persona. Las que flotan en el aire y a veces, se vuelven a juntar en mi mente para verle de nuevo. Son parte de esos ojos, de esas manos, de esos brazos y esa sonrisa las que hecho de menos aún sin tener conciencia de ello. Las que recordaré y vivirán en mí, mientras yo viva.
Gracias por las tardes de verano regando pinos y jugando con palos. Gracias por las noches estirados en la hierba buscando estrellas. Gracias por enseñarme a apreciar la Naturaleza por encima de todo. Gracias por los movimientos de bigote mientras me ayudabas con los deberes. Gracias por las risas ahogadas mientras hacíamos la siesta. Gracias por los traguitos de tu bota de vino. Gracias por explicarme tu vida antes de mí. Gracias por acoger a cualquier animal que lo necesitara y hacer que amara más aún a los perros. Gracias por tus poesías escondidas, nuestro mayor secreto. Gracias por mil cosas que eran especiales porque las compartía contigo. Gracias por hacerme ver que ni las cosas ni las personas son siempre como parecen, aunque de esto me haya dado cuenta tarde y no haya tenido tiempo de decírtelo.
Gracias por formar parte de mi vida y enseñarme a vivirla, porque gracias a eso, aunque no pueda verte, tú estarás conmigo hasta el fin de mis días.
Gracias yayau…..por ser mi abuelo.